¿Quién fue María Magdalena?
En el año 591 el Papa Gregorio I calificó a María Magdalena de cortesana prostituta, y dijo que «tenía que lavar con lágrimas la suciedad de su cuerpo». Es cierto que la Iglesia también reconoció la santidad de esta mujer, la describió como «novia mística de Cristo» y le consagró la festividad del 22 de julio; pero el sambenito de pecadora ha caído sobre ella y oscurece cualquier otra faceta.
El «huracán da Vinci» divulgó la versión más heterodoxa y herética de su historia: que se casó con Jesús en las Bodas de Canaá, y que los hijos de ambos se habrían unido a la monarquía merovingia, primera dinastía gala, formando así un linaje secreto perpetuado hasta nuestros días, aunque las novelas de caballería, así como la leyenda del Santo Grial, fueron creadas para transmitir esta verdad en clave simbólica. Según esta teoría, para ocultar estos hechos la Iglesia habría manipulado los evangelios y tergiversado la identidad de Magdalena y su relación con Jesús. ¿Cuál de las dos versiones es cierta? ¿La pintada por la Iglesia de una Magdalena pecadora y penitente? ¿O la de una esposa y madre, una novia perdida que el cristianismo ha de recuperar para estar en consonancia con los tiempos modernos? ¿Pueden los evangelios canónicos o los gnósticos, y otros textos apócrifos arrojar luz sobre este asunto?
Qué nos dicen los evangelios canónicos
En el Nuevo Testamento se cita a María Magdalena doce veces, un número solar que podría aludir a su rango de primer apóstol de la Iglesia primitiva tras la muerte de Jesús.
En ninguna de esas doce veces se la asocia con la prostitución. Tan sólo hay dos comentarios en los que se dice que Jesús había expulsado de ella siete demonios. Uno en la presentación de Lucas (8:2), que además dice de ella que era seguidora del Nazareno, y ayudaba al mantenimiento de éste y su séquito con sus bienes. Y otro en la escena de la Resurrección de Marcos (16:9).
El resto de referencias evangélicas la relacionan con la crucifixión, sepultura y resurrección de Jesús. Un cúmulo de citas del que se desprende que fue la más fiel entre sus seguidores, pues mientras todos, a excepción del enigmático «discípulo amado», huían despavoridos, incluido Pedro, ella le acompaña durante toda su agonía hasta la tumba.
Testigo de excepción de la resurrección, según Lucas, Mateo y Marcos, Magdalena fue una de las las mujeres que «vieron» a Cristo antes que nadie. Y de acuerdo con Juan, es la primera en presenciar este milagro a solas, tras lo cual es enviada por Jesús a anunciar la «Buena Nueva» a los discípulos varones.
Magdalena transmite a los apóstoles la noticia de que Jesús ha resucitado, pero éstos no la creen y atribuyen su historia a fantasías propias de mujeres, una prueba más de la hostilidad que, en general, le demuestran en casi todas las escenas donde aparece.
En los evangelios hay siete listas en que el nombre de María Magdalena se cita con los de otras mujeres, y el suyo lo hace en seis ocasiones en primer lugar, un pista del importante papel que pudo jugar en la vida de Jesús y que los apóstoles no disimularon.
El episodio del «frasco de alabastro», en el cual una mujer unge la cabeza o los pies de Jesús con esencia de nardo, relatado con variaciones por los cuatro evangelistas, Lucas (7, 36-50); Marcos (14, 3-9); Mateo (26, 9-14) y Juan (12, 1-11), ha contribuido a que tradicionalmente la figura de la Magdalena se asocie a la de una pecadora pública, pero también a la de María de Betania, hermana de Lázaro y Marta.
La llamada «cuestión de las tres Marías», surgida por esta asociación, ha dado lugar a un debate secular entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente. Mientras la primera diferenció a las tres figuras y dedicó un día distinto en el santoral para cada una, la Iglesia de Roma las identificó como las mismas y desde el siglo IV consagró el 22 de julio a María de Betania que, según grandes Padres de la Iglesia, era también María Magdalena. Y así hasta 1969, año en que las diferenció oficialmente, y se adjudicó esta fecha sólo a la Magdalena. Este cambio drástico podría obedecer al intento de disociar a las dos mujeres para que no se pudiera decir que Magdalena, una pecadora, ungió a Jesús. Algo conveniente ya que, en la religión judía quienes ungen a los reyes están revestidos por una autoridad impropia de una prostituta.
El único que describe a «la mujer del frasco de alabastro» como una pecadora pública es Lucas, y sólo Juan le pone nombre y dice de ella que era María, la hermana de Lázaro. ¿Por qué se asocia entonces a Magdalena con ella? La respuesta está en el hecho de que cuando los discípulos protestan por el derroche del ungüento de nardos, muy caro, Jesús pide que se deje en paz a la mujer y añade: «ella se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura». Teniendo en cuenta que en la escena de la mañana de Pascua, la única que va a la sepultura con ungüentos para embalsamar el cadáver de Jesús es María Magdalena, mientras que María de Betania está ausente de la escena, han sido numerosos los adalides de la Iglesia, entre ellos San Agustín, San Buenaventura, San Bernardo, y el papa Gregorio I, que han pensado que eran la misma persona.
La expulsión de los siete demonios ha dado lugar a diversas teorías : ¿estaba poseída María Magdalena? ¿practicaba la hechicería? Gregorio I los interpretó como si fueran los siete pecados capitales: envidia, gula, lujuria, ira, avaricia, soberbia y pereza. Pero, según el esoterista español Juli Peradejordi, la expresión «siete demonios» es un símbolo utilizado por los hebreos para referirse a la «mala inclinación» del corazón humano, o «el espíritu del mal» que reina en este mundo bajo la potestad de los siete planetas.
En el texto gnóstico del Evangelio de María Magdalena, ella misma habla de cómo el alma es oprimida por siete potestades: tiniebla, concupiscencia, ignorancia, envidia, el reino de la carne, la loca inteligencia de la carne y la sabiduría irascible. Así que también es posible que éstos fueran los «siete demonios» de los que la liberó Jesús, dejándola libre para su posterior iluminación.
El calificativo de prostituta adquiriría otra dimensión si, tal y como sugiere Margaret Starbird, teóloga y experta en este personaje, asociamos los siete demonios a los «siete velos de la diosa sumeria Isthar», destinados a desaparecer de la mente del aspirante durante los misterios iniciáticos. En este sentido la Magdalena habría sido una prostituta sagrada, o hierodulai, practicante del hieros gamos (matrimonio sagrado), ritual de las sociedades matriarcales destinado a invocar la fertilidad, así como a honrar el papel reproductor de la mujer. Todo ello explicaría porqué la Iglesia se empeñó en desprestigiarla (AÑO/CERO 191).
«Sacerdote Demonio número siete» sería, según el historiador Laurence Gardner, el nombre del jefe escriba que vigilaba a las «Marías», doncellas educadas en un entorno monástico y sujetas a permanecer vírgenes hasta el momento de ser elegidas para el matrimonio. Según este autor la referencia a los siete demonios sería un código secreto utilizado por los evangelistas para decir que Jesús la liberó de su voto de celibato para casarse con ella.
El nombre de Magdalena, según la versión oficial, corresponde a su lugar de nacimiento, Migdal, una aldea de pescadores cerca de Cafarnaún. Pero no se ha hallado ninguna aldea con tal epíteto. Y sin embargo, el término es muy semejante al vocablo hebreo Magdal-eder, que aparece en el pasaje profético de Miqueas (4:8), donde significa «torre de vigía» o «torre del rebaño», probablemente un título de las hijas reales que habían de desposarse con monarcas. Por otro lado, quienes defienden la teoría de que entre Jesús y María Magdalena hubo un matrimonio dinástico recuerdan que los evangelistas eran muy dados a utilizar pasajes bíblicos que profetizaban el advenimiento y la gesta del Mesías, y que es posible que añadieran este apodo al nombre de María de Betania en ocasiones para ajustar su figura a las predicciones bíblicas. Al mismo tiempo, quienes defienden que María Magdalena era una alta iniciada que predicó las enseñanzas de Jesús tras su muerte encuentran muy conveniente esta interpretación de su nombre.
Según la técnica de la gematría, utilizada para encriptar secretos en los textos bíblicos, las letras de Magdala arrojan el número 153 (AÑO/CERO 181), asociado a la Vesica piscis, figura geométrica de los pitagóricos para representar a las antiguas diosas del amor y la fertilidad.
Y los evangelios gnósticos
Al mismo tiempo que el culto a María Magdalena se extendía por el sur de Francia, en el siglo IV, un buen número de textos sobre el cristianismo de los primeros días fueron condenados por la Iglesia, y escondidos por grupos gnósticos que se encontraban entre sus partidarios. ¿Se debió esta censura a que en ellos se describía a esta mujer como discípula favorita de Jesús y capaz de «ver» la luz del Salvador, mientras que los discípulos varones permanecen ciegos? Lo cierto es que a juzgar por lo que se dice de ella en estos textos, algunos de los cuales fueron hallados en 1945 cerca de la localidad egipcia de Nag Hammadi, esta mujer bien pudo ser el mismo rostro de la sabiduría.
Evangelio de María Magdalena
En este texto, Pedro se queja de que: «el Salvador ama a María más que a las demás mujeres». Y Leví, corrobora: «Jesús la ama a ella más que a todos nosotros».
Pedro invita a María a transmitirles las enseñanzas que Jesús le había dicho en privado: «Hermana, sabemos que el Salvador te amó más que al resto de las mujeres. Dínos las palabras que te contó y nosotros no pudimos oír»
Pero cuando María les cuenta, ni Pedro ni Andrés quieren aceptar que Jesús hubiese dado a una mujer, y no a ellos, enseñanzas privadas, y se muestran hostiles hacia ella.
Leví defiende a María y acusa a Pedro de discutir con ella como si fuese su adversario, «cuando ni ella ni otras mujeres lo son», y luego exhorta a todos los discípulos, entre ellos a Andrés, a no tomar una actitud distinta a la que el propio Salvador hubiera adoptado.
María anima a los discípulos, acobardados ante la idea de predicar a los gentiles, con palabras que la confirman como líder: «No lloréis y no os entristezcáis; no vaciléis más, pues su gracia descenderá sobre todos vosotros y os protegerá».
Evangelio de Felipe:
Magdalena es la compañera de Jesús, siempre va junto a su madre y la hermana de ésta», comentario que prueba la intimidad de ésta con Jesús. «El Salvador la amaba a ella más que a todos los demás discípulos, y la besaba en la boca», un gesto que algunos han interpretado como el beso ritual de transmision iniciática utlizado por maestros de muy diversas corrientes.
Los apóstoles preguntan: «¿Por qué la amas a ella más que a nosotros?», y Jesús objeta: «¿Por qué no os amo a vosotros como la amo a ella?» frase que podría ser una alusión velada a la mayor capacidad de Magdalena para comprender sus enseñanzas.
Evangelio de Tomás
Un Pedro muy hostil dice: «Las mujeres no merecen la vida» (la vida espiritual se supone).
Jesús dice que Magdalena es un símbolo de la sabiduría divina. Y la defiende de la hostilidad de Pedro y de su voluntad de excluirla del grupo de los apóstoles. Además, asegura que la guiará «para hacerla macho, y que también se vuelva un espíritu viviente semejante a vosotros que sois machos». Manifestación que afirma la igualdad de mujeres y hombres en la responsabilidad de su propia salvación.
Pistis Sophia
En este texto gnóstico atribuido a Valentín (s. III), los discípulos están reunidos tras la resurrección para recibir una enseñanza adicional del Salvador. Son doce hombres y siete mujeres, haciendo cuarenta y seis preguntas, treinta y nueve de las cuales se atribuyen a María, mostrando así su importancia como líder religioso.
María confiesa su temor ante el trato que recibe de los discípulos varones: «Tengo miedo de Pedro. Me desprecia y odia a las mujeres». Una débil protesta que anuncia la brecha futura entre la Iglesia y ella.
A la luz de estos textos cabe pensar que la marginación a la que posteriormente se sometió a María Magdalena, y la hostilidad de la Iglesia hacia el sacerdocio femenino, representada por Orígenes o Tertuliano en los primeros siglos del cristianismo, tenía como objetivo combatir la luz con que brillaba este personaje y a la legión de sus seguidores que se debieron convertir en una clara amenaza para una Iglesia patriarcal en ciernes.
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