Creencias
07/08/2020 (09:30 CET) Actualizado: 12/09/2024 (12:38 CET)

Los Neflim, reyes del engaño (II)

Los Neflim, hijos de ángeles malvados (demonios) y mujeres humanas, eran seres desdeñables que trataban de manipular la humanidad y alimentarse de su energía.

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Los Neflim, reyes del engaño (II)
Los Neflim, reyes del engaño (II)
Nº 361, Agosto de 2020
Este artículo pertenece al Nº 361, Agosto de 2020

Esto marida a la perfección con el encuentro que Jesús tuvo con el diablo en el desierto, quien lo llevó al lugar más alto de la Tierra para enseñarle todas las naciones y luego le dijo: «Te daré poder sobre estos pueblos y te entregaré sus riquezas, porque a mí me han sido entregadas y se las puedo dar a quien quiera. Todo será tuyo si te postras delante de mí y me adoras». A lo que Jesús le contestó: «Las Escrituras dicen: ‘Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás’» (Lucas 4; 3-6).

La misma exigencia de sangre, holocaustos y oraciones la encontramos en deidades mesoamericanas como Huitzilopochtli, ídolo principal de los mexicas, el cual estuvo asociado con el Sol. Según la mitología del altiplano central, Huitzilopochtli nació cuando la Tierra fue fecundada por un meteorito, aunque en otras versiones se habla de una bola de plumas que cayó del cielo. Las demás criaturas que había en la Tierra por aquel entonces temieron ser deshonradas por su nuevo hermano, puesto que no era hijo de La Vía Láctea –Mixcóalt– como ellos, sino que venía de algún otro confín del cosmos.

Los mexicas, que anteriormente vivían en la mítica ciudad de Aztlán, a instancias de Huitzilopochtli –como Moisés– abandonaron la metrópoli y se dedicaron a vagar a lo largo y ancho de Centroamérica hasta encontrar su tierra prometida, la cual reconocieron porque divisaron un águila sobre un nogal devorando una serpiente, enclave que al que llamarán México Tenochtitlán. En el centro de esta nueva Jerusalén, los mexicas levantaron un templo en honor a Huitzilopochtli, en el que cada cincuenta y dos años tenían que realizar sacrificios humanos para reavivar el poder del dios.

Al otro lado del mundo, más concretamente en el País de las Nieves, los tibetanos sienten devoción por la figura de Amitabha; un ser de luz al que consideran el monarca de un universo paralelo fuera del tiempo y del espacio. Según la promesa que este supuesto buda hizo a la humanidad, todos los seres que deseasen renacer en la Tierra Pura de Amitabha, solo tenían que repetir su nombre diez veces, con lo que se aseguraban una morada en su reino. De la misma manera, la tradición tibetana asegura que quien lo llame en el momento de la muerte, recibirá su visita a los pies de la cama para llevárselo consigo a una tierra presuntamente sin sufrimiento. Sin embargo, para quien desee asegurarse que realmente Amitabha vendrá a su encuentro en la hora de su muerte, el monje indio Naropa enseñó a su discípulo Marpa la práctica del yoga de la transferencia de consciencia, o Powha, la cual puede realizarse tanto en grupo como individualmente, para lo que se requiere una iniciación por parte de un lama cualificado.

Promesas de inmortalidad

Si bien la práctica individual no es distinta a la de otros ritos del universo mágico del País de las Nieves, incluyendo la edificación de un pequeño altar con la efigie del buda, el ofrecimiento de flores, agua y frutos, así como infinitas postraciones; lo que la hace especialmente particular es que en realidad es una práctica de muerte en vida, donde el devoto deberá ir pasando por los diferentes estadios de disolución de los elementos que componen el cuerpo, para terminar rogándole a la deidad que recoja lo que queda de él, su mente más sutil, y que se la lleve consigo a su reino. Si hasta aquí no parece que haya nada raro, puesto que la mayoría de los devotos de todas y cada una de las religiones desean exactamente lo mismo, es decir, descansar toda la eternidad junto a su deidad titular, las alarmas empiezan a sonar cuando nos preguntamos quién es realmente este ser, sobre todo a tenor de lo que sucede durante la iniciación requerida para realizar esta técnica de meditación.

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En el año 2009, mientras estudiaba budismo tibetano, un antiguo amigo me propuso hacer un retiro junto a un destacado lama que se disponía a visitar España durante algunos meses, exclusivamente con la intención de impartir las enseñanzas de esta práctica. Deseoso de conocer algo más de la cultura de la ciudad prohibida de Lhasa, así como de resolver definitivamente el devenir de mi alma tras la muerte del cuerpo, acepté de buen grado. No obstante, un evento de última hora me obligó a posponer la iniciación al Powha para asistir a la conferencia de uno de los auténticos derviches que todavía se reparten por el mundo. ¿Quién me iba a decir, tiempo más tarde, que haber asistido a aquella conferencia quizás salvase a mi alma de caer en las manos de la entidad que responde al nombre de Amitabha?

Cuando, a los pocos días, volví a encontrarme con mi amigo para que me contase cómo le había ido la iniciación, debo admitir que me costó trabajo reconocerlo. Su pelo, anteriormente castaño, aparecía ahora teñido de canas, como si hubiese envejecido más de diez años en un fin de semana. Comprendiendo la situación, el muchacho trató de calmarme, arguyendo que ese efecto secundario era algo normal en las iniciaciones al Powha, puesto que los devotos ofrecen parte de su energía al buda a cambio de su asistencia en el momento de la muerte. No obstante, sus palabras no me tranquilizaron, sino más bien todo lo contrario. ¿Quién era ese buda que se alimentaba de energía humana? Y, por supuesto, ¿adónde podría llevarse el alma de los hombres y mujeres un ser que precisamente se nutre de nuestra esencia?

Apariciones marianas

Puede que esa supuesta tierra pura de Amitabha no sea como los lamas nos quieren hacer creer; de la misma manera que Amitabha no parece ser la criatura noble y bondadosa que la tradición tibetana propone.

Intentando encontrar algo parecido en otras regiones de la Tierra, tuve que remontarme a la presunta aparición de la Virgen del Carmen en el año 1251 en el Monte Carmelo, Israel. En este entorno campestre, san Simón Stock dijo haberse encontrado con una figura de luz que se presentó como la madre de Jesús, la cual le regaló un escapulario mágico para librar del purgatorio a todo aquel que lo llevase, sobre todo momentos antes de la muerte. El problema de esta creencia, incluso dentro del seno del catolicismo es, por una parte, que arrebata a Jesús el poder y la preeminencia sobre las almas, las cuales únicamente creyendo en él serán salvadas. Y otra es que vincula el purgatorio con un lugar físico, cuando en realidad siempre fue un estado intermedio del alma en su preparación para la visión directa de Dios. Dos prebendas que san Simón Stock o, en este caso, el ser que se presentó como la Virgen del Carmen parecían desconocer cuando dieron sus indicaciones.

Al igual que Amitabha, la Virgen del Carmen se comprometió a recoger las almas de sus devotos a los pies de la cama momentos antes de la muerte para llevárselos a un lugar que posiblemente no tenga nada que ver con el Reino de los Cielos que anunció Jesús. Por tanto, lo más probable es que detrás de ambas figuras de luz, así como en todos los cultos anteriormente mencionados, se esconda un mismo ser, o más bien una misma raza de ángeles caídos y sus hijos, a los cuales nuestros ancestros llamaron Ifrit, demonios o Nefilim.

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