"He seguido la pista del vampirismo por todo el mundo durante décadas"
Juan Antonio Sanz acaba de publicar "Vampiros, príncipes del abismo" (Arcopress, 2020), en donde narra sus viajes y descubrimientos tras el fenómeno del vampirismo por todo el mundo: desde China a Bolivia, pasando por Siberia. En la siguiente entrevista desvela algunas de sus sorprendentes aventuras para los lectores de Año/Cero.
Pregunta: ¿De dónde surge tu interés por el asunto del vampirismo?
Respuesta: Supongo que la curiosidad, a veces excesiva, está detrás de este tipo de búsquedas. El misterio forma parte de nuestras vidas y, en algunas ocasiones, algunos enigmas remueven ciertas capas del subconsciente que impulsan ese afán incesante. Soy periodista de profesión, especializado en temas internacionales, y ello me ha llevado a residir en muchas y diferentes partes del planeta. Mi primer gran destino, en dos ocasiones y durante más de siete años, fue Rusia. Allí me volví a topar con ese mito que había formado parte de mi infancia y juventud, el vampirismo. Leí y escuché hablar sobre los upires y otras manifestaciones vampíricas en lugares tan distantes como Moscú, el oeste de Kazajistán o Ucrania. Empecé entonces a recopilar notas, al principio de una manera desordenada, aunque pronto empezaron a tomar cierta consistencia tras comprobar que ese mito, esa leyenda, aparecía en casi todos aquellos sitios a los que me desplazaba para trabajar o vivir. Cuando realicé la Ruta de la Seda y escuché hablar de los temibles jiangshi en China, supe que esa búsqueda duraría muchos años, con inmensas ramificaciones.
En países como Rumanía y Grecia la creencia en los vampiros sigue muy viva. Allí, el strigoi o el vrykolakas son elementos inseparables de las leyendas
Fue al vivir, mucho tiempo después, en Bolivia y al oír de boca de aldeanos del altiplano las historias sobre los misteriosos abchanchus o anchanchus, o sobre el extraño antawalla, cuando decidí que en algún momento tendría que escribir al respecto. Fue la corroboración personal de que las leyendas de vampiros pululan por todo el mundo. En Cuba, mi siguiente destino vital, empecé a reunir la información y notas que tenía, recogí algún que otro testimonio, y al retornar a España comenzó la forja de estas crónicas vampíricas. Este libro es quizá solo el principio escrito de esa "cacería".
El mito del vampiro está anclado en la historia del ser humano desde el principio de los tiempos
P: Supongo que en distintas partes del mundo te habrás encontrado con personas que aseguran haberse encontrado con un vampiro real. ¿Cuál de todas esas historias te ha sorprendido más?
R: He escuchado numerosos relatos sobre supuestos entes vampíricos y nosferatus. Pero el caso más siniestro con el que me he encontrado no lo he reflejado en el libro, por lo extraño que es y mi imposibilidad para corroborarlo. Lo vivió una corresponsal estadounidense, conocida mía, en Rumanía. Ocurrió en un convento sito en la región de Tara Fagarasului, sur de Transilvania. Ella investigaba un oscuro crimen ocurrido en ese convento de monjas y, durante sus indagaciones, fue mordida por una de ellas, alguien que tenía ciertos trastornos mentales al parecer. Esa monja no solo le mordió, sino que, mientras sujetaba el brazo de la periodista con una fuerza inusitada, absorbió con fruición su sangre. Esta amiga me mostró la cicatriz de la herida que le había causado ese ataque. Herida que tardó mucho tiempo en sanar.
P: ¿Por qué crees que en la actualidad la figura del vampiro genera tal atracción en el público, y sigue siendo el protagonista de películas, series, novelas…?
R: El mito del vampiro está anclado en la historia del ser humano desde el principio de los tiempos. Forma parte de nuestros temores más ancestrales y está ligado a la oscuridad, a la noche, al momento de la jornada en el que somos más vulnerables. El vampiro es el depredador por antonomasia, nuestro depredador, y no está directamente ligado a este plano de la existencia, según las distintas creencias. Deambula entre la vida y la muerte; no está vivo, pero a la vez es un no muerto. La cultura ha tenido a bien reflejar ese miedo hacia un ser preternatural que surge una y otra vez en los momentos de crisis de la humanidad.
Cierto es que, con la aparición del cine, se empezó a atribuir al vampiro ciertas características que jamás poseyó a lo largo de la historia del folclore vampírico, como cierto atractivo físico y poderes de superhombre. Estos rasgos junto con su perdurabilidad –el vampiro es eterno, aunque no inmortal, pues puede ser aniquilado– han llevado a que mucha gente lo vea como una figura deseable. Y nada más lejos de la realidad folclórica y legendaria, en la que el vampiro es un ente maligno, diabólico incluso, en el que no cabe un ápice de amor. Quizá la representación más exacta del mito del vampiro en el cine sea, por eso, el Nosferatu de F. Murnau, de 1922, que guarda toda la esencia del Drácula concebido por Bram Stoker, después tergiversado por la inmensa mayoría de los cineastas, incluido Coppola.
Si el vampiro no existiera, la mente humana habría creado otro ser semejante para habitar la noche
P: De todos los lugares que has visitado siguiendo la pista de los "no muertos", ¿dónde te has encontrado que esta tradición sigue más viva hoy en día?
R: Sin duda, en el este y sureste de Europa, en concreto en Rumanía y Grecia. Allí, el strigoi o el vrykolakas son elementos inseparables de las leyendas. Y ambos ejemplos de entidades vampíricas conservan todos los rasgos malignos de esa estirpe demoníaca, con toda una parafernalia de rituales desplegados para la defensa ante estos seres y encaminados a su destrucción, desde la clásica estaca al ajo. La novela Drácula es, en este sentido, un auténtico tratado de vampirismo. Aunque Bram Stoker no estuvo jamás en Rumanía, sin embargo, bebió en determinadas fuentes primarias aportadas por viajeros en esa región, como los escritos de Emily Gerard o las historias que le relató a Stoker su amigo Arminius Vambery, un aventurero, pensador y espía húngaro que conocía muy bien la temática vampírica. Yo seguí la ruta marcada por Stoker por buena parte de Rumanía, en pos de los pasos de Jonathan Harker primero y después de Abraham Van Helsing y su equipo de cazavampiros. Llegué hasta las estribaciones montañosas del norte de los Cárpatos y el inquietante Paso del Borgo, donde, según el escritor irlandés, se alzaba el castillo del archivampiro. Es en los Cárpatos y al sur de éstos donde se puede todavía escuchar con recelo hablar de los espeluznantes strigoi y otras entidades asociadas al vampirismo.
Pero no solo. En uno de los países más modernos y tecnológicos del mundo, Japón, simplemente hay que salirse de la senda de esa modernidad para reencontrarse con el rastro de lo mágico y lo tenebroso. Es uno de los lugares donde el aura siniestra de los seres vampíricos tiene más fuerza, especialmente según nos alejamos de las grandes ciudades. En pocas partes he visto ambientes tan sobrecogedores como el del cementerio de Okunoin, con cientos de miles de tumbas y criptas esparcidas por un inmenso bosque, y donde las leyendas sobre los jikininki devoradores de cadáveres o las doncellas vampíricas que se transforman en zorros son algo muy habitual y siniestro, recordado por los numerosos templos y criptas de las montañas niponas. Y qué les voy a decir del bosque de Aokigahara, al pie del monte Fuji, lugar funesto por excelencia.
El mito del vampiro hunde sus raíces en la respuesta que el ser humano da al miedo a una criatura depredadora superior
P: ¿Cuál piensas que es el auténtico origen del mito del vampiro?
R: Es difícil decirlo. Ha habido leyendas sobre vampiros desde el principio de los tiempos. Desde la primera mujer, Lilith, la primera esposa de Adán, rebelde, temible y conocida como la madre de los primeros vampiros, según las tradiciones hebreas más antiguas, hasta la diosa egipcia Sekhmet, terrible en su venganza contra los hombres, cuya sangre deseaba con ansia demoníaca. En Europa la palabra vampiro no aparece hasta muchísimo más tarde en las publicaciones del siglo XVIII, pero el concepto es mucho más antiguo, desde las lamias y empusas griegas a las larvae romanas. Y esto solo en nuestro continente. En América hay referencias a criaturas vampíricas desde los bosques de Canadá a los glaciares de Patagonia, especialmente en la zona de los Andes.
El mito del vampiro hunde sus raíces en la respuesta que el ser humano da al miedo a una criatura depredadora superior, que materializa una voluntad o alma demoníaca en un cuerpo terreno. El vampiro tiene varias características definitorias: es un ente maligno, se alimenta de la esencia humana, por ejemplo la sangre, para materializarse, y busca su perpetuación en el tiempo, la inmortalidad. De ahí la relación intrínseca que hay entre el vampirismo y la magia negra, la invocación de los muertos y la habitabilidad de éstos por parte de los entes upíricos. Si el vampiro no existiera, la mente humana habría creado otro ser semejante para habitar la noche, las tinieblas. Para sentirse vulnerable ante una criatura más terrible de origen preternatural. La superación de esa vulnerabilidad es el motor que ha llevado a avanzar al ser humano desde el principio de los tiempos.
Además, el mito del vampiro es una explicación preternatural a ciertas enfermedades muy infecciosas cuyo origen y naturaleza se desconocían, algunas sospechosamente parecidas a la actual pandemia del Covid en sus demoledores efectos sobre el sistema respiratorio. Sin duda, si esta pandemia se hubiera producido en el siglo XVIII o XIX en Hungría, Rumanía o Serbia, habría sido atribuida a una epidemia de vampiros.
P: Eres un viajero y aventurero con múltiples intereses, como el mundo de los servicios de inteligencia o la búsqueda del yeti… De tu búsqueda del "hombre de las nieves" siberiano, ¿con qué conclusiones te quedas? ¿Has encontrado evidencias de su existencia o se trata más bien de un mito?
R: He buscado al yeti, o criaturas similares, en un amplio espacio geográfico, desde los Andes hasta Siberia, pasando por la Amazonía. Pero fue precisamente en la cordillera de Altái, en el meridión siberiano, donde escuché los testimonios más fehacientes sobre la existencia de un homínido que pudiera equipararse con ese "hombre de las nieves". Allí oí hablar del almaz, con numerosos testimonios registrados desde principios del siglo XX, con el relato de encuentros de patrullas bolcheviques con estos seres y su fusilamiento, durante la Guerra Civil rusa, con historias muy detalladas de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y la aniquilación de grupos familiares enteros de estos seres por los soldados soviéticos. En su posada a orillas del río Chui, Galina Tuptiguina, una descendiente de chamanes, nos contó a Pablo Villarrubia, reportero de Cuarto Milenio, y a mí, historias fascinantes sobre estos seres asombrosos.
Seguimos su rastro por las estribaciones del Altái y llegamos a una aldea donde un anciano de unos setenta años, el señor Karandashev, finalmente nos reconoció que veinte años atrás había contactado con uno de estos yetis de Siberia y que había huido despavorido ante su visión. En Altái nos refirieron que estos seres desaparecen siempre junto a formaciones rocosas de gran tamaño y que cada vez se les veía menos, pero que antaño eran tan fácilmente visibles como un oso o una manada de lobos. Algún día intentaré volver para conseguir más información, eso seguro.
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