Creencias
01/11/2005 (00:00 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El rostro y el nombre de Dios
¿Qué quiso decirle Yahveh a Moisés cuando definió su identidad desconocida como «Yo Soy el que Soy»? El autor de este artículo se remonta en el tiempo hasta la antiquísima cultura sumeria para investigar el origen de los nombres divinos hebreos y encontrar respuesta al hecho de que dicha divinidad suprema a la cual también venera el cristianismo, mantenga velado su rostro y oculte a los hombres su nombre secreto.
En la Biblia leemos: «¿Quién recogió el viento en sus puños? ¿Quién envolvió las aguas en un manto? ¿Quién afirmó los confines de la Tierra? ¿Cuál es su nombre y cuál el de su hijo?» (Proverbios 30: 4). ¿Cuál era el verdadero nombre de la divinidad que en el Monte Sinaí había dado a Moisés las dos tablas del testimonio escritas con su propio dedo? (Éxodo 31, 18). ¿Qué significaba en realidad el nombre Yhwh (Yahveh)?
El término Yhwh es una forma del verbo hebreo hawah («transformarse en»). Por lo tanto, significaría «él hace transformar». Sin embargo, existe otro pasaje bíblico que puede generar cierta perplejidad respecto a esta interpretación: «Pero si me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?... Dijo Dios a Moisés: ';Yo soy el que soy. Así hablarás a los hijos de Israel'» (Éxodo 3: 13).
Esta revelación tuvo lugar en torno al siglo XIV a.C., en el Monte Horeb. Allí Moisés conoció al «Dios de Abraham», que mucho antes había hecho «salir de Ur de los caldeos» a este patriarca (Génesis 15: 5). Por lo tanto, los antecedentes de esta misteriosa entidad divina se sitúan a comienzos del III milenio a.C. en el sur de Mesopotamia, donde se desarrolló la cultura sumeria.
«El Señor de la Tierra»
Aquí, en su infinito Abzu el océano de aguas primordiales que se había extendido bajo la superficie terrestre reinaba Enki, el Señor de la Tierra, que con Enlil, Señor de la tempestad, y An, la divinidad del Cielo, integraba la principal Trinidad sumeria. Cada deidad tenía su propio «valor numérico», que expresaba su importancia. A An le correspondía el 60, a Enlil el 50 y a Enki el 40.
El templo de esta deidad llamado E-Abzu, que significa «la gran casa del Abismo», había sido edificado en la ciudad de Eridu. Enki era el dios más próximo a los «vicios y virtudes» del género humano: benévolo o iracundo, pero también justo, inteligente y creativo, deseoso de un «contacto» continuo entre el mundo trascendente «divino» y el inmanente «humano». Según la religión sumeria, sería precisamente Enki, después del gran Diluvio provocado por Enlil, quien sugirió a Ut-napishtim construir la famosa Arca, un episodio que, siglos más tarde, recoge la Biblia, convirtiendo al sumerio Ut-napishtim en Noé.
Junto a Enki aparecen otras tres divinidades astrales que constituían una importante tríada de la religión mesopotámica: Inanna, Utu y Nanna o Su'en, que protegían la ciudad de Ur, la misma Ur de los caldeos bíblica donde la divinidad se dirigió a Abraham para recordarle que Él, Yhwh, le sacaría de ese lugar para darle una nueva tierra en herencia (Génesis 15: 5).
«¡'Ehjeh ';asher ';ehjeh!»
No es éste el lugar para analizar los complejos hechos históricos que se desarrollaron en torno al pueblo que, quizás, fue el primero en extender la civilización mesopotámica. Pero sabemos que, a finales del reinado de Lugalzaggesi el «Rey de los Pueblos», hacia el 2350 a.C., llegó a su fin la dominación sumeria y con Sargon I el «Señor de las cuatro partes del mundo» dio comienzo la civilización de Akkad.
Como ocurre siempre, allí se desarrolló también un sincretismo religioso. Por un lado, la unión de la nueva divinidad lunar Ishtar con la antigua solar Shamash. En este nuevo esquema aparecía también el viejo dios sumerio Enki, rebautizado como Ea y pronunciado, probablemente, Eya.
Dando otro «salto temporal», y volviendo junto a Moisés al monte Horeb, podemos escuchar finalmente la que podría ser la respuesta original de Aquel que, entre infinitos nombres, después también será llamado el Eterno: «';Ehjeh ';asher ';ehjeh». En lengua hebrea esta expresión significa: «Yo soy (';ehjeh) aquel que es llamado (';asher) ';ehjeh. Esta podría ser la forma original de la enigmática frase: «Yo soy aquel que soy», que fue transmitida en griego, en la versión de los traductores alejandrinos, como egô eimi o ôn («Yo soy lo que es») y que otros traducen como «Yo te seré el que te seré».
Con el tiempo, ';Ehjeh se habría transformado en la forma abreviada Ya que, a su vez, habría dado origen a Yhwh (Yahveh), nombre que encontramos en los textos bíblicos. Otra pista sobre la posible derivación del Yahveh bíblico desde precedentes deidades veneradas en el área mesopotámica podría hallarse en el contacto que Moisés mantuvo con su suegro Jethro sacerdote de Madian, también descendiente del patriarca Abraham, aunque no a través de su segunda esposa (Chaturah), sino de sus concubinas, a cuyos hijos «mandó lejos de Isaac, hacia el este, en el país de oriente» (Génesis 25:6).
Los madianitas se habían establecido, por lo tanto, en la Arabia noroccidental, salvándose así de sufrir la esclavitud en tierras egipcias y manteniendo intacta su identidad cultural y religiosa, tal vez similar a aquella de sus lejanos orígenes mesopotámicos: la «Ur de los caldeos», de donde salió Abraham. Probablemente habían llevado consigo también algunas tablillas cuneiformes donde se narraba la historia de sus lejanos antepasados sumerios. ¿Es posible, en definitiva, que exista realmente un vínculo muy directo entre una de las identidades del dios principal de la tríada religiosa sumeria (Enki) y la «divinidad» que se presentó a Moisés como Eyah y que ésta se hubiera convertido después en Yhwh?
Así lo cree el profesor David Rohl, uno de los más acreditados arqueólogos contemporáneos, que considera a la Biblia un texto históricamente creíble. En su opinión, este origen del nombre divino parece vislumbrarse en la vocalización YaHûàH que hizo del Tetragrama el doctor M. Reisel, en su libro The Mysterious Name of Y.H.W.H., una vocalización bastante similar también a la «Jahoh», sugerida en 1936 por el doctor D. D. Williams, canónigo de Cambridge, en una publicación alemana.
La «desaparición» de Yhwh
En cualquier caso, el nombre divino plantea otro enigma: ¿cómo explicar que en varias ediciones del Antiguo Testamento y en muchos textos religiosos, además de Yahveh o Jehová hallemos también con frecuencia otros términos apropiados para definir las peculiaridades de esta divinidad, venerada como Eyah en el área medioriental a partir del III milenio a.C.?
La clave puede encontrarse a principios del siglo II d.C. cuando la «fe de los Padres» se contaminó con el nacimiento de herejías y la formación de diversas sectas, junto a las manifestaciones de un paganismo todavía muy vivo. Por los menos en el ámbito cristiano, parece haberse producido una errónea y excesiva interpretación literal del cuarto mandamiento: «No debes servirte del nombre de Yhwh, tu Dios, en modo indigno, porque Yhwh no dejará sin castigo a quien use su nombre en modo indigno» (Éxodo 20, 7). Este concepto excesivamente restrictivo perdura en todas las traducciones del Antiguo Testamento desde el hebreo al griego y, sucesivamente, a otras lenguas. De modo que los padres de la Iglesia se sintieron forzados a buscar una forma de evitar pronunciar en vano el nombre santo de Dios. Sin embargo, en la llamada Biblia de los Setenta, en lengua griega por los menos en las primeras ediciones parece claro que el sagrado Tetragrama Yhwh permanecía aún inalterado.
Textos descubiertos recientemente ponen en duda la idea de que los traductores de la Biblia de los Setenta hayan representado el Tetragrama Yhwh como kirios («señor» en griego). Los manuscritos más antiguos de la Biblia de los Setenta (fragmentos), hoy disponibles, conservan el Tetragrama escrito en letras hebreas dentro de un texto griego.
Esta costumbre fue mantenida por sucesivos traductores hebreos del Antiguo Testamento en los primeros siglos después de Cristo. En el siglo III d.C., uno de los grandes Padres de la Iglesia, Orígenes, escribía: «En los manuscritos más fieles el nombre está escrito en caracteres hebreos, es decir no en hebreo moderno sino arcaico». Después las cosas cambiaron. Quizás el primero en alterar la exacta traducción del nombre Yhwh fue San Jerónimo con su versión en latín de la Biblia, conocida como Vulgata. En ella, el Tetragrama original se convirtió en Dominus, o sea «Señor».
También encontramos este término en lengua hebrea como Adonai, que significa «mi Señor». «Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob (con el nombre de El Shaddai, «Dios omnipotente»), y no les revelé mi nombre Adonai» (Éxodo 6: 3). Otra versión de su nombre es El Elihon, «el Altísimo», como vemos en Génesis 14: 18: «Y Melquisedec, rey de Salem, llevó pan y vino y era sacerdote del Dios Altísimo». También hallamos el nombre Elohim, plural abstracto de El, término semítico que define por la raíz wl (ser fuerte) a lo «divino» en general.
En resumen, la desinencia El la encontramos aun hoy en muchísimos nombres de derivación hebrea, como Emanuel, Gabriel, Miguel, Rafael y, asimismo, en el árabe Allah. En el periodo medieval, el nombre de Dios aparece con una grafía bastante similar a la original Yhwh, aunque vocalizada. En Pugio fidei (El puñal del la fe), obra del dominico español Raimundo Martini publicada en 1278, aparece, por ejemplo, Yohoua, como se puede confirmar en un manuscrito del siglo XII conservado en la Biblioteca de Sainte Geneviève, en París (Folio 162 b), mientras que, en 1303, Porchetus de Salvatici, en su obra Victoria Porchetus adversus impios Hebraeos (La victoria de Porchetus contra los impíos hebreos), menciona Ihouah y algunas de sus variantes. En 1518 Pietro Galatino, en su libro De arcanis catholicae veritatis (De los arcanos de la verdad católica), utiliza una grafía similar a la de Jesús: Iehoua.
El rostro de Dios
Pero si todas estas formas encubrían el nombre o los nombres del ser divino que los sumerios conocieron como Enki y que el propio pueblo hebreo según David Rohl probablemente conoció como Eyah, ¿cuál era su verdadero rostro?
«Se le apareció el Señor en una llama ardiente en medio de una zarza; y vio que la zarza ardía pero no se consumía», leemos en Éxodo 3: 2. Moisés estuvo en presencia de Dios. Por lo tanto, estamos ante el hombre que tuvo la mayor intimidad con la divinidad que guió directa o indirectamente los destinos del pueblo hebreo, aquel que recogió de las propias «manos» de Dios las Tablas de la Ley, hizo fabricar el Arca de la Alianza y condujo al pueblo elegido a la libertad, lejos de los opresores egipcios. Pero ni siquiera él logró contemplar el verdadero rostro de Yhwh. En el Monte Horeb, Moisés sólo vio una «zarza ardiente» que no se extinguía y de la cual provenía la voz que le habría de revelar el nombre ';Ehjeh';asher';ehjeh. Por lo tanto, nadie pudo ver ni imaginarse a la divinidad que se había manifestado al pueblo hebreo, la deidad que había estipulado con ellos la Alianza y que lo habría de proteger. Ni siquiera a otro personaje bíblico fundamental y muy anterior al gran Libertador Moisés, Jacob (Israel, el padre de los fundadores de las doce tribus), le fue permitido conocer el nombre ni acceder a la contemplación del verdadero rostro de la divinidad, que se le manifestó a través de un Ángel con el que luchó durante toda la noche (Génesis 32: 23-39).
Jacob le llamó Peniel, por el lugar del encuentro donde estuvo con «Dios cara a cara» panim El panim, por lo que el término panim se convirtió en otra forma elusiva de designar «el indefinible y velado rostro de Yhwh», que aparece cientos de veces en el Antiguo Testamento.
Habría que esperar hasta el siglo XVII de nuestra era para tener una representación visible de la presencia de Dios, simbolizada en el ojo inserto en un triángulo, extrema síntesis del concepto omnipresente de lo divino en la vida del Hombre, pero también una expresión de la imposibilidad por parte de este último de verlo, porque esa es la voluntad de Yhwh: «Yo seguiré ocultando mi rostro» (Deuteronomio 31:18).
El término Yhwh es una forma del verbo hebreo hawah («transformarse en»). Por lo tanto, significaría «él hace transformar». Sin embargo, existe otro pasaje bíblico que puede generar cierta perplejidad respecto a esta interpretación: «Pero si me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?... Dijo Dios a Moisés: ';Yo soy el que soy. Así hablarás a los hijos de Israel'» (Éxodo 3: 13).
Esta revelación tuvo lugar en torno al siglo XIV a.C., en el Monte Horeb. Allí Moisés conoció al «Dios de Abraham», que mucho antes había hecho «salir de Ur de los caldeos» a este patriarca (Génesis 15: 5). Por lo tanto, los antecedentes de esta misteriosa entidad divina se sitúan a comienzos del III milenio a.C. en el sur de Mesopotamia, donde se desarrolló la cultura sumeria.
«El Señor de la Tierra»
Aquí, en su infinito Abzu el océano de aguas primordiales que se había extendido bajo la superficie terrestre reinaba Enki, el Señor de la Tierra, que con Enlil, Señor de la tempestad, y An, la divinidad del Cielo, integraba la principal Trinidad sumeria. Cada deidad tenía su propio «valor numérico», que expresaba su importancia. A An le correspondía el 60, a Enlil el 50 y a Enki el 40.
El templo de esta deidad llamado E-Abzu, que significa «la gran casa del Abismo», había sido edificado en la ciudad de Eridu. Enki era el dios más próximo a los «vicios y virtudes» del género humano: benévolo o iracundo, pero también justo, inteligente y creativo, deseoso de un «contacto» continuo entre el mundo trascendente «divino» y el inmanente «humano». Según la religión sumeria, sería precisamente Enki, después del gran Diluvio provocado por Enlil, quien sugirió a Ut-napishtim construir la famosa Arca, un episodio que, siglos más tarde, recoge la Biblia, convirtiendo al sumerio Ut-napishtim en Noé.
Junto a Enki aparecen otras tres divinidades astrales que constituían una importante tríada de la religión mesopotámica: Inanna, Utu y Nanna o Su'en, que protegían la ciudad de Ur, la misma Ur de los caldeos bíblica donde la divinidad se dirigió a Abraham para recordarle que Él, Yhwh, le sacaría de ese lugar para darle una nueva tierra en herencia (Génesis 15: 5).
«¡'Ehjeh ';asher ';ehjeh!»
No es éste el lugar para analizar los complejos hechos históricos que se desarrollaron en torno al pueblo que, quizás, fue el primero en extender la civilización mesopotámica. Pero sabemos que, a finales del reinado de Lugalzaggesi el «Rey de los Pueblos», hacia el 2350 a.C., llegó a su fin la dominación sumeria y con Sargon I el «Señor de las cuatro partes del mundo» dio comienzo la civilización de Akkad.
Como ocurre siempre, allí se desarrolló también un sincretismo religioso. Por un lado, la unión de la nueva divinidad lunar Ishtar con la antigua solar Shamash. En este nuevo esquema aparecía también el viejo dios sumerio Enki, rebautizado como Ea y pronunciado, probablemente, Eya.
Dando otro «salto temporal», y volviendo junto a Moisés al monte Horeb, podemos escuchar finalmente la que podría ser la respuesta original de Aquel que, entre infinitos nombres, después también será llamado el Eterno: «';Ehjeh ';asher ';ehjeh». En lengua hebrea esta expresión significa: «Yo soy (';ehjeh) aquel que es llamado (';asher) ';ehjeh. Esta podría ser la forma original de la enigmática frase: «Yo soy aquel que soy», que fue transmitida en griego, en la versión de los traductores alejandrinos, como egô eimi o ôn («Yo soy lo que es») y que otros traducen como «Yo te seré el que te seré».
Con el tiempo, ';Ehjeh se habría transformado en la forma abreviada Ya que, a su vez, habría dado origen a Yhwh (Yahveh), nombre que encontramos en los textos bíblicos. Otra pista sobre la posible derivación del Yahveh bíblico desde precedentes deidades veneradas en el área mesopotámica podría hallarse en el contacto que Moisés mantuvo con su suegro Jethro sacerdote de Madian, también descendiente del patriarca Abraham, aunque no a través de su segunda esposa (Chaturah), sino de sus concubinas, a cuyos hijos «mandó lejos de Isaac, hacia el este, en el país de oriente» (Génesis 25:6).
Los madianitas se habían establecido, por lo tanto, en la Arabia noroccidental, salvándose así de sufrir la esclavitud en tierras egipcias y manteniendo intacta su identidad cultural y religiosa, tal vez similar a aquella de sus lejanos orígenes mesopotámicos: la «Ur de los caldeos», de donde salió Abraham. Probablemente habían llevado consigo también algunas tablillas cuneiformes donde se narraba la historia de sus lejanos antepasados sumerios. ¿Es posible, en definitiva, que exista realmente un vínculo muy directo entre una de las identidades del dios principal de la tríada religiosa sumeria (Enki) y la «divinidad» que se presentó a Moisés como Eyah y que ésta se hubiera convertido después en Yhwh?
Así lo cree el profesor David Rohl, uno de los más acreditados arqueólogos contemporáneos, que considera a la Biblia un texto históricamente creíble. En su opinión, este origen del nombre divino parece vislumbrarse en la vocalización YaHûàH que hizo del Tetragrama el doctor M. Reisel, en su libro The Mysterious Name of Y.H.W.H., una vocalización bastante similar también a la «Jahoh», sugerida en 1936 por el doctor D. D. Williams, canónigo de Cambridge, en una publicación alemana.
La «desaparición» de Yhwh
En cualquier caso, el nombre divino plantea otro enigma: ¿cómo explicar que en varias ediciones del Antiguo Testamento y en muchos textos religiosos, además de Yahveh o Jehová hallemos también con frecuencia otros términos apropiados para definir las peculiaridades de esta divinidad, venerada como Eyah en el área medioriental a partir del III milenio a.C.?
La clave puede encontrarse a principios del siglo II d.C. cuando la «fe de los Padres» se contaminó con el nacimiento de herejías y la formación de diversas sectas, junto a las manifestaciones de un paganismo todavía muy vivo. Por los menos en el ámbito cristiano, parece haberse producido una errónea y excesiva interpretación literal del cuarto mandamiento: «No debes servirte del nombre de Yhwh, tu Dios, en modo indigno, porque Yhwh no dejará sin castigo a quien use su nombre en modo indigno» (Éxodo 20, 7). Este concepto excesivamente restrictivo perdura en todas las traducciones del Antiguo Testamento desde el hebreo al griego y, sucesivamente, a otras lenguas. De modo que los padres de la Iglesia se sintieron forzados a buscar una forma de evitar pronunciar en vano el nombre santo de Dios. Sin embargo, en la llamada Biblia de los Setenta, en lengua griega por los menos en las primeras ediciones parece claro que el sagrado Tetragrama Yhwh permanecía aún inalterado.
Textos descubiertos recientemente ponen en duda la idea de que los traductores de la Biblia de los Setenta hayan representado el Tetragrama Yhwh como kirios («señor» en griego). Los manuscritos más antiguos de la Biblia de los Setenta (fragmentos), hoy disponibles, conservan el Tetragrama escrito en letras hebreas dentro de un texto griego.
Esta costumbre fue mantenida por sucesivos traductores hebreos del Antiguo Testamento en los primeros siglos después de Cristo. En el siglo III d.C., uno de los grandes Padres de la Iglesia, Orígenes, escribía: «En los manuscritos más fieles el nombre está escrito en caracteres hebreos, es decir no en hebreo moderno sino arcaico». Después las cosas cambiaron. Quizás el primero en alterar la exacta traducción del nombre Yhwh fue San Jerónimo con su versión en latín de la Biblia, conocida como Vulgata. En ella, el Tetragrama original se convirtió en Dominus, o sea «Señor».
También encontramos este término en lengua hebrea como Adonai, que significa «mi Señor». «Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob (con el nombre de El Shaddai, «Dios omnipotente»), y no les revelé mi nombre Adonai» (Éxodo 6: 3). Otra versión de su nombre es El Elihon, «el Altísimo», como vemos en Génesis 14: 18: «Y Melquisedec, rey de Salem, llevó pan y vino y era sacerdote del Dios Altísimo». También hallamos el nombre Elohim, plural abstracto de El, término semítico que define por la raíz wl (ser fuerte) a lo «divino» en general.
En resumen, la desinencia El la encontramos aun hoy en muchísimos nombres de derivación hebrea, como Emanuel, Gabriel, Miguel, Rafael y, asimismo, en el árabe Allah. En el periodo medieval, el nombre de Dios aparece con una grafía bastante similar a la original Yhwh, aunque vocalizada. En Pugio fidei (El puñal del la fe), obra del dominico español Raimundo Martini publicada en 1278, aparece, por ejemplo, Yohoua, como se puede confirmar en un manuscrito del siglo XII conservado en la Biblioteca de Sainte Geneviève, en París (Folio 162 b), mientras que, en 1303, Porchetus de Salvatici, en su obra Victoria Porchetus adversus impios Hebraeos (La victoria de Porchetus contra los impíos hebreos), menciona Ihouah y algunas de sus variantes. En 1518 Pietro Galatino, en su libro De arcanis catholicae veritatis (De los arcanos de la verdad católica), utiliza una grafía similar a la de Jesús: Iehoua.
El rostro de Dios
Pero si todas estas formas encubrían el nombre o los nombres del ser divino que los sumerios conocieron como Enki y que el propio pueblo hebreo según David Rohl probablemente conoció como Eyah, ¿cuál era su verdadero rostro?
«Se le apareció el Señor en una llama ardiente en medio de una zarza; y vio que la zarza ardía pero no se consumía», leemos en Éxodo 3: 2. Moisés estuvo en presencia de Dios. Por lo tanto, estamos ante el hombre que tuvo la mayor intimidad con la divinidad que guió directa o indirectamente los destinos del pueblo hebreo, aquel que recogió de las propias «manos» de Dios las Tablas de la Ley, hizo fabricar el Arca de la Alianza y condujo al pueblo elegido a la libertad, lejos de los opresores egipcios. Pero ni siquiera él logró contemplar el verdadero rostro de Yhwh. En el Monte Horeb, Moisés sólo vio una «zarza ardiente» que no se extinguía y de la cual provenía la voz que le habría de revelar el nombre ';Ehjeh';asher';ehjeh. Por lo tanto, nadie pudo ver ni imaginarse a la divinidad que se había manifestado al pueblo hebreo, la deidad que había estipulado con ellos la Alianza y que lo habría de proteger. Ni siquiera a otro personaje bíblico fundamental y muy anterior al gran Libertador Moisés, Jacob (Israel, el padre de los fundadores de las doce tribus), le fue permitido conocer el nombre ni acceder a la contemplación del verdadero rostro de la divinidad, que se le manifestó a través de un Ángel con el que luchó durante toda la noche (Génesis 32: 23-39).
Jacob le llamó Peniel, por el lugar del encuentro donde estuvo con «Dios cara a cara» panim El panim, por lo que el término panim se convirtió en otra forma elusiva de designar «el indefinible y velado rostro de Yhwh», que aparece cientos de veces en el Antiguo Testamento.
Habría que esperar hasta el siglo XVII de nuestra era para tener una representación visible de la presencia de Dios, simbolizada en el ojo inserto en un triángulo, extrema síntesis del concepto omnipresente de lo divino en la vida del Hombre, pero también una expresión de la imposibilidad por parte de este último de verlo, porque esa es la voluntad de Yhwh: «Yo seguiré ocultando mi rostro» (Deuteronomio 31:18).
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