Cuando la muerte atrae la fortuna
La humanidad ha creado supersticiones en torno a los cuerpos de los difuntos y algunas creen que que los muertos atraen la fortuna.
El misterio de la muerte y el más allá ha invadido desde siempre al ser humano, pero existe un tema pocas veces tratado: las necrosupersticiones. Estas son supersticiones ligadas a la figura del cadáver y afortunadamente en su mayoría han caído en desuso. Por ejemplo: según los médicos romanos, tomar nueve trozos de hígado de un gladiador, curaba enfermedades.
Quizá la necrosuperstición más conocida invade el mundo del arte. Durante la época romanticista se empezó a forjar la idea de que la esencia una persona podía quedar atrapada dentro de una pintura; así nacieron los “repentinos”. Al momento de la muerte, las familias acostumbraban llamar artistas para retratar a los difuntos como si estuviesen vivos o dormidos. Para identificarlos, se le colocaban guiños que revelaban su condición: suelo de mosaico blanco y negro, collares de coral (que protegían contra los malos espíritus) o las flores que rodeaban el cadáver al momento del retrato para mitigar el olor.
Esta práctica se fortaleció con la llegada de la fotografía, donde se aseguraba que los negativos capturaban el alma; por eso la fotografía post mortem es todo un objeto de estudio. Para algunos era capturar el alma del difunto en una fotografía que conservaría la familia y para otros era una simple forma de recordar la última forma del ser querido.
Otra necrosuperstición famosa nace en la religión de la mano de las reliquias. El tema es amplio, pero a grandes rasgos una porción de reliquias que incluyen pelo, sangre, huesos o cráneos de vírgenes y santos, eran vitales en la búsqueda de milagros y curaciones. En la época medieval, el simple contacto con las reliquias ayudaría a sanar los males por lo que los templos competían por obtener las mejores.
Quizá a partir de las violentas muertes de los primeros cristianos, la sociedad medieval volteó a ver a los ajusticiados como objeto de superstición. Ahorcados, quemados vivos o degollados, cada tipo de ejecución tenía su propia necrosuperstición.
Durante la Edad Media se creía que meter un dedo cercenado de un criminal en un barril con cerveza atraía clientes
La lista es larga: la piel seca se vendía como talismán, tener un dedo de muerto en el bolsillo alejaba los piojos, meter un dedo cercenado de un criminal en un barril con cerveza atraía clientes y los dientes infectados se curaban si eran tocados por el diente de un criminal. Por eso el espectáculo no terminaba con la ejecución pública, sino con las multitudes de personas que se acercaban al patíbulo para comprar la tierra manchada (para la buena suerte) o recolectaban la sangre (que se usaba para pintar las puertas de las casas para alejar los relámpagos o tomar unas gotas aliviaba la epilepsia y el dolor menstrual).
Los ladrones pensaban que la posesión de la mano de un ahorcado otorgaba invisibilidad
En Alemania existió la “mano de gloria”. Se creía que una mano amputada de un ahorcado con una vela entre los dedos, permitía la invisibilidad; por lo que los ladrones solían usarlas para cometer sus crímenes. De hecho se volvió un problema en Inglaterra cuando los asesinatos por ahorcamiento aumentaron solo para cortar las manos de las víctimas.
La medicina se encargó de muchas otras: Un mechón de pelo de ahorcado curaba migrañas. Un jamón realizado con muslos y alcohol, se usaba en las medicinas del siglo XVII. Un cráneo molido con oro creaba un polvo para tratar la apoplejía. Y filetes de pelirrojos condenados a morir por tormento de rueda, eran buenos para la vitalidad.
El mito asegura que la mágica mandrágora crecía de la sangre de los ahorcados, pero también existía la usnea renacentista o “musgo de cráneo” que crecía en los cráneos de los muertos en batalla (por contener energía pura) y se usaba para curar la hemorragia.
Las necrosupersticiones actuales se ligan al infortunio: oler un muerto, pasar por un velorio, ver una carroza fúnebre o tocar un cadáver con las manos desnudas son parte del imaginario popular gracias al tabú en torno a la muerte nacido en la época victoriana. Sin duda alguna no se puede contradecir que el mejor remedio para la vida de uno, es que el muerto sea alguien más.
Comentarios
Nos interesa tu opinión