Creencias
20/04/2012 (09:58 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
CHAMANISMO Y PLANTAS SAGRADAS
AÑO/CEROGraham HancockFoto: Pablo C. AmaringoEl empleo de enteógenos dio un nuevo impulso –tal vez definitivo– al nacimiento de la conciencia en el ser humano. Gracias a las visiones que inducen, sobre todo las relacionadas con las denominadas «entidades espirituales», estas sustancias vegetales se convirtieron en una fuente inagotable de inspiración y conocimiento. El célebre escritor y sociólogo Graham Hancock, autor del presente reportaje, nos ofrece los resultados de su investigación personal en este fascinante campo.
Mi última sesión con ayahuasca la llevé a cabo con un chamán de la etnia shipibo llamado Don Leonceo, en su humilde chamizo de la selva peruana, más allá de Iquitos. Además de los ingredientes alucinógenos habituales, como las hojas machacadas de la psycotria viridis y de la banisteropsis caapi, su preparado de ayahuasca también contenía datura, otra célebre planta visionaria, aunque de espantoso sabor.
Tuve una serie de pequeñas visiones, algunas bastante aterradoras. Por ejemplo, vi una serie de pirámides dispuestas en largas hileras, que me pareció sobrevolar. También fauces de serpientes y caimanes, llenas de dientes. Pero la más memorable se produjo la noche en que tomé el brebaje de ayahuasca (ver recuadro El guardián del umbral).
ESTADOS ALTERADOS DE CONCIENCIA
Supongamos que hay puertas secretas en nuestra mente y que, en caso de encontrarlas, pudieran permitirnos el acceso a niveles de realidades paralelas –no físicas–, habitadas por seres «sobrenaturales», dispuestos a transmitirnos un saber vital para nuestra especie. Y supongamos que no es casualidad que la evolución nos haya proporcionado diversas técnicas para «encontrar ese portal secreto» que da acceso a informaciones trascendentales y conecta con los seres que se encuentren al «otro lado».
Utilizadas durante miles de años por los chamanes para entrar en lo que los psicólogos modernos denominan «estados alterados de conciencia», estas antiguas técnicas incluyen la danza y la percusión rítmica, la abstinencia de alimentos y otras privaciones físicas, la tortura auto-infligida y el uso de potentes plantas alucinógenas, como la ayahuasca –la más corriente y eficaz– que probé hasta en once ocasiones en el Amazonas.
Un gran misterio rodea la aparición, hace entre 40.000 y 30.000 años, de un comportamiento humano que asumimos como «moderno». Los hallazgos arqueológicos han empezado a mostrar el desarrollo súbito e inexplicable –único entre todas las especies animales– de la cultura y la religión, de las creencias en la vida después de la muerte, en seres inmateriales como fantasmas, demonios y ángeles, así como de complejas mitologías, de la conciencia de nosotros mismos y de nuestro lugar en el universo. Antes de todo esto, que se remonta al último ancestro común con el chimpancé, hay siete millones de años de aburrimiento, con la aparición de criaturas –los antropólogos las llaman homínidos– que se parecen cada vez más a nosotros, pero que no se comportan de formas que reconozcamos como propias del hombre.
Todos los artefactos que dan testimonio de este período ofrecen la imagen de una copia aburrida y casi ridícula de los mismos patrones de comportamiento y de las mismas herramientas rudimentarias, durante periodos de cientos de miles o incluso millones de años. Cuando se produce un cambio –en forma de una herramienta, por ejemplo–, se trata de un nuevo estándar que se copia y se vuelve a copiar, sin innovación alguna durante otro periodo de tiempo infinito, hasta que vuelve a producirse otra pequeña modificación (Continúa en AÑO/CERO 261).
Tuve una serie de pequeñas visiones, algunas bastante aterradoras. Por ejemplo, vi una serie de pirámides dispuestas en largas hileras, que me pareció sobrevolar. También fauces de serpientes y caimanes, llenas de dientes. Pero la más memorable se produjo la noche en que tomé el brebaje de ayahuasca (ver recuadro El guardián del umbral).
ESTADOS ALTERADOS DE CONCIENCIA
Supongamos que hay puertas secretas en nuestra mente y que, en caso de encontrarlas, pudieran permitirnos el acceso a niveles de realidades paralelas –no físicas–, habitadas por seres «sobrenaturales», dispuestos a transmitirnos un saber vital para nuestra especie. Y supongamos que no es casualidad que la evolución nos haya proporcionado diversas técnicas para «encontrar ese portal secreto» que da acceso a informaciones trascendentales y conecta con los seres que se encuentren al «otro lado».
Utilizadas durante miles de años por los chamanes para entrar en lo que los psicólogos modernos denominan «estados alterados de conciencia», estas antiguas técnicas incluyen la danza y la percusión rítmica, la abstinencia de alimentos y otras privaciones físicas, la tortura auto-infligida y el uso de potentes plantas alucinógenas, como la ayahuasca –la más corriente y eficaz– que probé hasta en once ocasiones en el Amazonas.
Un gran misterio rodea la aparición, hace entre 40.000 y 30.000 años, de un comportamiento humano que asumimos como «moderno». Los hallazgos arqueológicos han empezado a mostrar el desarrollo súbito e inexplicable –único entre todas las especies animales– de la cultura y la religión, de las creencias en la vida después de la muerte, en seres inmateriales como fantasmas, demonios y ángeles, así como de complejas mitologías, de la conciencia de nosotros mismos y de nuestro lugar en el universo. Antes de todo esto, que se remonta al último ancestro común con el chimpancé, hay siete millones de años de aburrimiento, con la aparición de criaturas –los antropólogos las llaman homínidos– que se parecen cada vez más a nosotros, pero que no se comportan de formas que reconozcamos como propias del hombre.
Todos los artefactos que dan testimonio de este período ofrecen la imagen de una copia aburrida y casi ridícula de los mismos patrones de comportamiento y de las mismas herramientas rudimentarias, durante periodos de cientos de miles o incluso millones de años. Cuando se produce un cambio –en forma de una herramienta, por ejemplo–, se trata de un nuevo estándar que se copia y se vuelve a copiar, sin innovación alguna durante otro periodo de tiempo infinito, hasta que vuelve a producirse otra pequeña modificación (Continúa en AÑO/CERO 261).
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