Asesinos del más allá: cuando las creencias dominan al asesino
Lejos de la ficción, existen personas que creen haberse convertido en vampiros u hombres lobo y, como tal, cometen terribles crímenes. El investigador y criminólogo Manuel Carballal rescata algunos de los casos más impactantes en su nuevo Cuaderno de Campo: "Asesinos del Más Allá". Os ofrecemos un adelanto del mismo en exclusiva.
En 1827, un periodista, crítico y escritor británico, hijo de un adinerado comerciante y educado en los mejores colegios de Bath, Winkfield, Manchester y Oxford publicó Del asesinato considerado como una de las bellas artes. Thomas de Quincey, que pese a su origen burgués no tuvo una vida fácil, se atrevió a definir en su cuarta obra la fantasía del crimen como un acto estético:
Del asesinato considerado como una de las bellas artes está dividido en tres “actos”, a cuál más provocador. Y supone una audaz propuesta, tan escandalosa como temeraria: “…supongamos, a continuación, que la pobre víctima ha dejado de sufrir, y que el miserable que le ha dado muerte se ha esfumado y nadie conoce su paradero; supongamos, finalmente, que hemos hecho cuanto estaba a nuestro alcance al estirar las piernas y correr tras el fugitivo, aunque sin éxito -abii, evasit, excessit, erupit-, llegados a este punto, ¿de qué sirve la virtud? Bastante atención le hemos dedicado ya a la moral; le ha llegado el turno al gusto a las bellas artes...”. Y añade: “¿Qué debe entonces hacer? Debe dirigir el interés sobre el asesino. Nuestra simpatía debe estar con él (…) Pero en el asesino, tal un asesino con el que un poeta admitiría, debe estar violenta alguna gran tormenta de pasión -celos, ambición, venganza, odio-que creará un infierno en él; y dentro de este infierno nosotros miraremos...”.
Desde que Caín mató a Abel, la figura del asesino ha generado una particular mitología. Y no importa cuán atroz, sangriento o feroz sea el homicidio. Con el tiempo, quienes vivimos inmersos en ese mundo terminamos por insensibilizarnos. Hasta el punto de definir como “un caso precioso” los crímenes cometidos por tal o cual asesino…
Forenses, criminólogos, policías, criminalistas, abogados, jueces… Al final, la sangre, en suficiente cantidad, termina siendo el mejor disolvente para la sensibilidad natural; para la empatía con las víctimas, eclipsadas, en casi todos los casos, por el resplandeciente protagonismo del asesino. Hasta que -al menos este es mi caso-, tienes la oportunidad conocer a las viudas o los viudos. A los huérfanos. A los padres, hermanos, amantes o amigos de las víctimas. Y entonces el golpe de realidad disuelve todo rastro de deslumbramiento por el criminal y la lucidez vuelve a imperar sobre esa fascinación anti natura por quien se atrevió a transgredir con lo que muchos solo han fantaseado.
El crimen no solo destruye la vida de la víctima. También destruye la vida de su familia. Y despedaza la familia del criminal, estigmatizada socialmente para siempre. Y cuando, como también es mi caso, tienes la oportunidad de conocer al homicida, de mirarle a los ojos, de escuchar sus justificaciones, descubres que los asesinos no son esos personajes sofisticados, atractivos, inteligentes y glamurosos que ha dibujado el cine y la literatura en nuestro inconsciente colectivo. Todo lo contrario.
Incluso los criminales más brutales han continuado seduciendo a las masas tras ser capturados
Pero es imposible luchar contra esa imagen que Hollywood ha perfilado de los grandes psicópatas. Tanto es así que incluso los criminales más brutales, sanguinarios y despiadados han continuado seduciendo a las masas una vez capturados y condenados. Asesinos en serie como Ted Bundy, Kenneth Bianchi, Jeffrey Dhamer, Richard Ramírez, etc., recibieron cientos de cartas de admiradoras mientras estaban en prisión. Al igual que infames terroristas, líderes sectarios, violadores en serie, etc., como Charles Manson, Anders Breivik o Dzhokhar Tsarnaev. Varios de ellos, como Ramírez, Manson o Bianchi, incluso llegaron a casarse en la cárcel con alguna de sus admiradoras más fascinadas.
Los médicos tienen nombres para esas parafílias que convierten a los terroristas, violadores y asesinos en serie en objeto de deseo: hibristofilia y enclitofilia. A mí me parece, sencillamente, una enfermedad.
Hay más. Muchos de esos psicópatas homicidas, una vez condenados, se convirtieron en “artistas”. Como si quisiesen, a posteriori, validar las reflexiones de Thomas de Quincey sobre la naturaleza poética y estética de su comportamiento. Y aunque a mi tal pretensión me parece blasfema, miles de fans de los asesinos en serie están dispuestos a pagar auténticas fortunas por cuadros, dibujos, poesías o canciones, creadas en prisión por los peores criminales de la historia. Los psiquiatras también tienen nombre para eso: murderabilia.
Algunos monstruos no son un mito. Ni una leyenda urbana. Ni un producto de las tradiciones orales. Son criaturas sin alma ni empatía, capaces de matar, descuartizar y beber la sangre o comer la carne de sus víctimas
Es obvio que la figura del malvado fascina. Como la del vampiro. Aunque en su origen era una criatura repulsiva, durante el último siglo el cine y la literatura fueron mutando su estética, desde el monstruoso Nosferatu de Murnau al apuesto Drácula de Coppola. Así, el vampiro se convirtió en el villano más seductor de la historia.
Hoy, muchos asesinos se identifican con esa imagen sofisticada, romántica y glamurosa, que nada tiene que ver con el origen histórico del mito. Y plasman en sus “obras de arte” los mismos argumentos que esgrimieron sus abogados durante el juicio: sus creencias sobrenaturales como atenuante o eximente de sus crímenes. Unos se confesaron adoradores de Satán, otros se creían vampiros y algunos incluso afirmaban perder la forma humana y convertirse en lobos durante los asesinatos.
Es esta una dimensión diferente de los vampiros, hombres-lobo o adoradores del diablo. La más cruda y real. Ajena al folclore, la literatura, la antropología o la sociología. Estos no son un mito. Ni una leyenda urbana. Ni un producto de las tradiciones orales. Son criaturas sin alma ni empatía, capaces de matar, descuartizar y beber la sangre o comer la carne de sus víctimas, convencidos de que tienen esa necesidad vital para sobrevivir.
Por supuesto no todas las personas que se creen un vampiro o un hombre-lobo cometen homicidios. Algunos acuden a mataderos para solicitar amablemente poder beber la sangre de los animales recién sacrificados. Otros lideran cultos luciferinos en los que los adeptos acceden libremente a que su sangre sea consumida por el oficiante. Y los hay que se limitan a acudir a la carnicería del barrio para poder comer carne cruda. Pero todos tienen algo en común: sus creencias.
CAZANDO VAMPIROS EN EL SIGLO XX
Ya. Supongo que hoy suena ridículo. Pero para aquel adolescente obsesionado con el mundo de lo sobrenatural y el misterio, agazaparse entre las lápidas del cementerio de A Raña (Pontevedra), esperando a que el sol se pusiese y la noche se hiciese dueña y señora del camposanto, resultaba la única opción razonable. Al fin y al cabo, estaba intentando cazar a un vampiro…
Ya. Entiendo que parece absurdo. Incluso a mediados de los años 80 del pasado siglo XX. ¿Quién puede tomarse en serio la leyenda de los vampiros? Pero es que los testimonios que mis compañeros del Grupo FENIX y yo habíamos recogido eran demasiado coincidentes como para ser una mera invención. Durante meses, habíamos entrevistado a diferentes testigos que afirmaban haber visto a un vampiro -así, con todas las letras- en diferentes cementerios gallegos.
Ya. Asumo que es increíble. Pero todos los testigos que habíamos encuestado en Marín, Poio, Pontevedra, etc., coincidían absolutamente en la descripción que hacían del misterioso personaje: alto, delgado, pálido, vestido de época, ataviado con una capa negra y roja (alguno incluso dudaba si eran alas) y con unos prominentes colmillos asomando entre sus labios, que afirmaban haber avistado mientras visitaban la tumba de algún familiar, en tal o cual camposanto. Y tras tantos años investigando fenómenos anómalos, sabíamos que lo aparentemente increíble con frecuencia es real… aunque no necesariamente como lo interpretan los testigos.
Eran personas que no tenían ninguna relación entre ellas. No se conocían. No vivían en la misma ciudad. Pero describían exactamente lo mismo. Así que por inverosímil que resultase su relato, era evidente que algo estaba ocurriendo en nuestros cementerios.
Sin embargo, el testimonio que nos hizo tomarnos la historia del vampiro más en serio, fue el de un joven trabajador del Matadero Municipal de Pontevedra, situado al lado de la A-6 y muy cerquita de la iglesia de Santa María de Alba, quién nos aseguró que en varias ocasiones se había presentado en sus instalaciones un joven que describía como moreno, alto, delgado y vestido con un traje de época y capa, solicitando que le permitiesen beber la sangre de los animales recién sacrificados…
Lo que los testigos describían era como un viajero del pasado, arrancado de las páginas de la genial novela de Bram Stoker y materializado de la nada en nuestra realidad
Como si se tratase de una encarnación física del Drácula más clásico de Bela Lugosi o Christopher Lee en la Galicia de finales del siglo XX con su capa, colmillos y todo. Como un viajero del pasado, arrancado de las páginas de la genial novela de Bram Stoker y materializado de la nada en nuestra realidad. Inaudito. Inaceptable. Imposible… Y sin embargo era real.
Los testimonios resultaban tan convincentes como los que se habían producido anteriormente con el hombre-lobo de Vallgorguina (Barcelona) o el vampiro de Puzol, que me hizo reunirme con el jefe de la policía valenciana que cursó las denuncias de los testigos.
Así que, agazapado entre las lápidas del cementerio municipal de “A Raña”, en Marín, aguardando a que llegase la noche, volví a repasar las pilas de la linterna y la grabadora y el carrete de alta sensibilidad de mi austera pero resistente Zenit 11. Tan dura y pesada que podía utilizarse para hacer fotos, o como arma de defensa personal a falta de estacas de madera. Y esperé…
Tras nuestra alocada aventura, tomando “al asalto” de madrugada la sede satánica de los Lucifer Friend´s en A Coruña, esta vez no había conseguido “engañar” a ninguno de mis compañeros del grupo para que me acompañase.
En invierno anochece muy pronto. A las siete de la tarde, con el cementerio todavía abierto, la oscuridad ya había caído sobre el camposanto. Desdibujando las espectaculares vistas de la ría que se pueden contemplar desde el lado oeste. Escondido entre tumbas, nichos y panteones, aguardé a que terminase el horario de visitas y los enterradores cerrasen la verja metálica para regresar a sus casas. Ahora solo estábamos los muertos y yo, aguardando la visita del vampiro...
Al contrario que con los casos del hombre-lobo de Vallgorguina o el Vampiro de Villamachante, que nunca fueron identificados, con el vampiro de los cementerios gallegos tuvimos más suerte. Iker Jimenez, Lorenzo Fernández y yo acudimos a su encuentro. Fue una entrevista memorable que continuamos comentando años después. El joven "vampiro", que se paseaba por los cementerios y acudía al matadero municipal para beber sangre fresca, terminó convirtiendose en un personaje mediático, y liderando un culto luciferino. Pero era solo la punta del iceberg. Otros, que como él estaban convencidos de necesitar beber sangre humana para sobrevivir, terminaron convirtiendose en asesinos seriales. Capaces de matar, hasta a docenas y docenas de víctimas, para acceder a su sangre... No son mitos, ni leyendas urbanas. Son asesinos de carne y hueso. Viven a nuestro alrededor. Invisibles e indetectables hasta que deciden matar. Amigos, vecinos, compañeros, familia...
Si quieres conocer más historias como esta, no te pierdas el nuevo Cuaderno de Campo de Manuel Carballal: Asesinos del Más Allá, donde aborda los casos más impactantes de los vampiros y hombres-lobo reales. Los de carne y hueso. Y también las historias de quienes, aprendices de Van Helsing, están dispuestos a matar -y matan- a quienes consideran a su vez encarnaciones del mal. Un viaje vertiginoso y arriesgado al rincón más oscuro de la naturaleza humana.
Manuel Carballal es criminólogo, investigador y director del boletín El Ojo Crítico. Es autor de varios libros, entre los que se encuentran sus más recientes Cuadernos de Campo: OVNIs, abducciones, crímenes rituales, satanismo. Todos acompañados de material inédito e imágenes exclusivas de sis investigaciones. Hazte con ellos en el siguiente enlace:
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