Creencias
01/02/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Ararat. La montaña del dolor

"Un monte llamado Ararat… en cuya cima descansa todavía la nave de Noé y que, con tiempo claro, los hombres lo distinguen desde grandes distancias. Este monte mide sus buenas siete millas de altura…".

01/02/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Ararat. La montaña del dolor
Ararat. La montaña del dolor
De esta forma describió el viajero inglés Sir John Mandeville, en 1356, cuando, al amanecer de un día, al disiparse las nubes, contemplara su helada cumbre desde su campamento en la falda sur del Ararat. Envuelta en el mito, la historia del navío en el que Noé salvó del Diluvio Universal a una pareja de cada especie animal sigue haciendo soñar a generaciones de aventureros. Hoy, 4.371 años después, bajo toneladas de hielo petrificado, el Arca construida por Noé, siguiendo las normas dictadas por el Altísimo para desafiar al Diluvio Universal, se mantiene como uno de los misterios del Antiguo Testamento. Al viajero de nuestros días le cabe la satisfacción de descubrir parte de la magia del Ararat, mientras contempla el palacio de Ishakpasa, o transita por las inmensas llanuras del nordeste de Anatolia, sobre la legendaria Ruta de la Seda.

Büyük Agri Dagi –la gran montaña del dolor–, como conocen los turcos a esta impresionante cumbre, se corresponde con la bíblica montaña del Ararat, el majestuoso volcán, de 5.435 metros de altitud, que se alza en el extremo nordeste de la península de Anatolia, sobre suelo turco, y a pocos kilómetros de las fronteras con Armenia y Nakhitchévan. A sus pies, sobre un manto de cenizas y lava volcánica con numerosos riachuelos de aguas cristalinas, discurre todavía uno de los tramos más desconocidos para Occidente de la legendaria Ruta de la Seda, que Marco Polo utilizara en su periplo viajero hacia Catai en el año 1300. Pero, como veremos a continuación, el intento de alcanzar la gloria de uno de los descubrimientos más legendarios de la historia de la humanidad, ha sido algo que ha llamado poderosamente la atención de toda clase de aventureros, científicos, geógrafos y literatos de todos los tiempos; algunas de cuyas proezas intentamos destacar a continuación, siguiendo un orden más o menos cronológico.

En busca del Arca de Noé
Pocas montañas del mundo han sido objeto de tantas evocaciones y veneraciones como este singular volcán, sobre cuyas laderas, después de 110 días de navegación, encalló su Arca Noé hace 4.366 años, a consecuencia del Diluvio Universal, según leemos en el Génesis: "…en el mismo día se rompieron todas las fuentes del abismo y se abrieron las cataratas del cielo.…"(7:11), y "…se asentó el arca sobre los montes de Ararat…" (8:4). Incluso en un capítulo del Corán islámico se hace especial referencia al Diluvio: "…la superficie terrestre hirvió… el Arca se movió entre olas como montañas…" (Sura VII).

Desde la antigüedad hasta nuestros días, centenares de expediciones –de carácter científico, religioso o deportivo–, con mayor o menor éxito se han llevado a cabo en esta montaña, en donde la historia se confunde con las leyendas, motivadas por el afanoso deseo de localizar la mítica Arca, construida por Noé, siguiendo las proverbiales instrucciones recibidas de Dios: "Hazla así: 150 metros de largo, 25 de ancho y 15 de alto". En otros libros sagrados, el Arca de Noé, varada cinco milenios antes de Cristo "en las montañas de Ararat", medía 137 m de longitud, 23 de anchura y 14 de altura. En cualquier caso, de aparecer, todos los especialistas coinciden en señalar que esta estructura de madera fosilizada estará fragmentada.

Al latino Josefo le debemos la primera descripción de este mítico volcán, en el año 70 a. de C., cuya última erupción tuvo lugar en el siglo XIX, exactamente el 20 de junio de 1840. En 1316, un monje franciscano, Odorico, tras contemplar la grandiosidad espacial de la montaña –cuya mole y sus estribaciones ocupan una superficie de 800 km2– escribió a la Corte papal de Aviñón: "…las gentes del lugar nos contaron que nadie podría escalar jamás aquel monte… pues ello no parecía complacer al Altísimo…".

Durante los siglos XIX y XX, innumerables intentos de conquista de la cumbre, y la consiguiente localización del Arca, se fueron repitiendo; entre algunos de sus protagonistas destacó el británico Sir John Chardin, quien tras fracasar en su escalada, en 1856 exclamó: "En vez de tener por milagroso el hecho de que nadie logre alcanzar jamás la cumbre, yo consideraría más bien un gran milagro la posibilidad de que alguien coronara esa cima… Desde su media ladera hasta la cresta, el terreno está cubierto de nieves perpetuas de tal modo que asemeja un inmenso macizo de nieve en todas las estaciones". En 1887 John Joseph, príncipe de Nouri, aseguró haber alcanzado el Arca en su tercera tentativa de escalada del monte Ararat. En el verano de 1916, el teniente Roskovitsky y su copiloto, de las Fuerzas Aéreas de la Rusia Imperial, con el apoyo económico del zar Nicolás II sobrevolaron en dos ocasiones el sector nordeste del volcán, y aseguraron haber descubierto el emplazamiento del Arca, cerca del lago Küp.

En 1921, un batallón soviético de ferrocarriles militares, al mando del coronel Alexander Koor, coronó la cumbre del monte Ararat. "La búsqueda del Arca ha tenido dos móviles fundamentales: el primero espiritual y el segundo arqueológico. Cuando encontramos buscadores del Arca nos quedamos impresionados ante su fe y la fortaleza de sus deseos para demostrar que el Arca está ahí", dijo en una ocasión Charles Berlitz, uno de los grandes investigadores de esta montaña sagrada.

Sin embargo, el orgullo de su real descubrimiento no se alcanzaría hasta 1965, cuando el industrial francés de Burdeos, Fernand Navarra, tras diversos intentos de búsqueda, localizó el Arca en las proximidades del glaciar Parrot, que domina el barranco de Ahira, la zona más afectada por las erupciones del año 1840. Un compañero de expedición y guía de la región, el turco Ahmet Ali Arslan, doctor en Geografía por la Universidad de Erzurum, relata así la maravilla de esta montaña: "Cuando llegamos a Igdir, a 825 metros escasos sobre el nivel del mar, la imagen del Ararat nos perturba los sentidos. No hay nada a la vista, salvo la ingente montaña; una presencia tan abrumadora que nos resultan tan comprensibles las visiones que generaciones y generaciones de gente han creído contemplar allí".

Fue exactamente en 1949 cuando se avistó por primera vez la misteriosa estructura en el Ararat, gracias a un avión espía de la CIA. Una década después, pilotos turcos, sobrevolando la montaña, volvieron a divisar tales referencias; sin embargo, con las guerras soviéticas se cerró la región.

También el astronauta norteamericano James Irwin, uno de los pocos que han paseado por la superficie lunar, formando parte de la misión Apolo 15, dedicó buena parte de su vida a la quimérica búsqueda del Arca de Noé, y en 1982, tras conquistar la helada cumbre del Ararat, exclamó: "Sin duda se buscará el Arca año tras año. Es un misterio que pervivirá hasta que se descubra por segunda vez" –recordamos que la primera, como hemos dicho anteriormente, fue la protagonizada por Navarra, en 1965–.

Tres años después, en 1984, el presidente de "Exploraciones Internacionales", Marvin Steffins, dirigía un equipo de investigadores para dar con el paradero del Arca. Pero no fue hasta 1992 cuando un italiano, Angelo Palego, tras su regreso de conquistar el techo de Anatolia, asegurara haber descubierto el lugar exacto de la misma, exactamente en el interior de un glaciar a 4.600 metros de altitud, sobre la ladera suroeste del legendario volcán; los fragmentos de madera, de roble blanco, analizados por el método del C14, por varias Universidades de Europa y EEUU, confirmaron tener entre 4.300 y 4.500 años de antigüedad.

La última expedición la protagonizó el científico ruso Andrei Poliakov, que partió el 17 de julio de 2004, tras recibir las siguientes bendiciones del patriarca Alexis II de la Iglesia Rusa Ortodoxa: "la subida al Ararat en pos del Arca es tarea difícil. Rezaremos para bendecir ese camino y por el éxito", al tiempo que entregaba a los expedicionarios un icono de San Jorge Victorioso, patrón de las montañas del Cáucaso. Poliakov por su parte exclamó: "Esta expedición va a dar la respuesta definitiva a todas las preguntas en torno al Arca"; en su poder, el científico guardaba unos ases bajo la manga: las valiosas inscripciones talladas en piedras descubiertas en un cementerio abandonado en la vertiente oriental de la mítica montaña; piedras funerarias que, para Poliakov, constituían la prueba definitiva de la supervivencia de Noé y su estirpe. Se trataba de unos sensacionales descubrimientos cuneiformes, en uno de los cuales se leía la siguiente inscripción: "Acércate sin perturbar el alma", escrito en lengua urartu, la civilización que dominó estos territorios de los confines de Anatolia. Esta expedición, que se desplazó en torno al lago Küp, no encontró el mítico Arca.

En los confines de Anatolia
El Büyük Agri Dagi es, lógicamente, el eje geográfico de este territorio del extremo nordeste de Turquía. El viajero que recorra aquella mítica región tendrá ocasión de contemplar otros innumerables incentivos para descubrir en todos los sentidos.

En Erzurum, la ciudad más influyente de esta zona, una de las etapas más importantes de la citada Ruta de la Seda por Anatolia, el tiempo parece haberse detenido en los siglos medievales, cuando la descubriera el viajero musulmán Ibn Battouta, en 1333, y el conquistador Tamerlán en agosto de 1400; sus espléndidas mezquitas, madrasas y mausoleos seljúcidas y otomanos nos trasladan mentalmente al embrujo de Las Mil y Una noches. En sus íntimos y animados mercados cubiertos, sus artesanos siguen ofreciendo la piedra negra hábilmente trabajada, mientras los imanes claman con sus rezos desde los puntiagudos alminares. En las llanuras, azotadas por un viento helado procedente del poderoso Ararat no impide que los ágiles corseles mongoles galopen en plena libertad, y los rebaños de ovejas de espesa lana oscura pasten a sus anchas en los ventisqueros. En estas latitudes es donde más se siente el valor de las tradiciones, que Turquía ha sabido conservar por encima del tiempo y del espacio.

La moderna E-80, que pasa por Agri, nos lleva directamente a Dogubayazit, la ciudad más próxima al Ararat, y el principal puesto aduanero con Irán y Armenia. Y a sólo 7 km al sur, coronando una afilada cresta montañosa, se eleva como en un cuento de hadas el palacio de Ishakpasa, construido a finales del siglo XVII, verdadera simbiosis de los tres grandes estilos artísticos de la región: seljúcida, armenio y georgiano. La mejor imagen, sin duda, se produce con la bruma del amanecer; el palacio parece flotar sobre las nubes, y al fondo, la silueta del Ararat, la montaña madre de la historia de la humanidad.

Pero no debemos marchar sin haber admirado la grandiosidad del lago Van –siete veces más grande que el franco-suizo Leman–, la legendaria región de la civilización urartu, los inventores del alfabeto cuneiforme en el siglo VIII a. de C., como puede verse en los lienzos de paredes de piedra de basalto de sus elevadas ciudadelas. En el centro del lago se halla la isla de Akdamar, en donde se encuentra uno de los ejemplos más relevantes de la arquitectura bizantina –siglo XI–. En Van, además de sus alfombras y kilims, podremos ver los gatos de angora de gran belleza, con un ojo de color verde y otro azul; poseer uno de ellos, según los naturales, trae buena suerte, por el azul del ojo…
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