La sociedad del estrés y la depresión
Tenemos tan interiorizado el mensaje de la productividad, que si no tenemos nada que hacer nos sentimos incómodos
Vivimos inmersos en la sociedad del cansancio, del estrés, de las prisas, de la depresión. Algunas de las expresiones más habituales son "no me da la vida", "no tengo tiempo", "es que necesito un día de 48 horas" y similares. Todas estas frases reflejan una incapacidad para gestionar nuestras propias vidas y para adaptarnos a una sociedad que nos impone hacer muchas cosas en el menor tiempo posible. Es lo que se conoce como ser productivos. Tenemos tan interiorizado ese mensaje que los grandes centros de poder económico tratan de inculcarnos a través de los medios de comunicación de masas y la industria del entretenimiento, que si no tenemos nada que hacer nos sentimos incómodos, como si estuviéramos traicionando no sé qué obligación con no se sabe quién o qué. Entonces, para mitigar esa sensación de malestar, comenzamos a realizar actividades, la mayor parte de las veces sin ton ni son. Lo cierto es que creemos que de ese modo gestionamos acertadamente nuestro tiempo, cuando en realidad supone todo lo contrario: una enorme torpeza para saber qué hacer con las horas y disfrutar el momento presente sin angustias ni pensar en el futuro.
Algo funciona muy mal en nuestro mundo occidental, y no es un problema individual, sino sistémico
Un síntoma evidente de la sociedad del estrés son las prisas, en ocasiones sin ninguna razón. Yo mismo me he visto caminando por los pasillos del metro de Madrid como si fuera a perder un tren, cuando en realidad me sobraba el tiempo para llegar al lugar al que me dirigía. Era simple y llanamente un "efecto contagio", porque prácticamente todo el mundo se desplazaba a las carreras, como si un meteorito fuera a impactar sobre la capital de España y se dirigieran a un refugio subterráneo.
Una amiga que trabajaba en una Farmacia me contaba que los medicamentos que más despachaban eran ansiolíticos y antidepresivos. En 2021, a causa de la pandemia, su consumo ascendió en España un 6% respecto al año anterior: 50 millones de unidades de antidepresivos y 60 de ansiolíticos. Sin duda, algo funciona muy mal en nuestro mundo occidental, y no es un problema individual, sino sistémico.
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