El Síndrome de La Habana
En 2016, los funcionarios de la Embajada de EE UU en Cuba empezaron a experimentar extraños trastornos físicos y psíquicos sin una explicación aparente. Ahora, un libro trata de arrojar luz sobre este denominado «Síndrome de La Habana».
El inusual episodio sumergió a Cuba y EE UU en un grave aprieto diplomático, justo cuando más esfuerzos se venían realizando por ambas partes para lograr un acercamiento. No en vano, varios diplomáticos cubanos fueron expulsados de Washington por culpa de dicho incidente.
Robert W. Baloh y Robert E. Bartholomew repasan en Havana Syndrome las posibles causas reales de aquella crisis. Un insólito fenómeno que, según el testimonio de los afectados, provocaba ansiedad, fatiga, dolores de cabeza, zumbidos en los oídos, mareos, confusión, pérdida de memoria y problemas de audición. Enseguida se pensó que, al estar el edificio estadounidense en un territorio hostil, el motivo de tales padecimientos debía provenir de algún tipo de arma o dispositivo avanzado cubano de acción a distancia. La embajada recomendó que sus trabajadores no durmieran ni trabajaran cerca de las ventanas para evitar así una exposición directa a esa posible fuente dañina.
Paralelamente, se iniciaron varias investigaciones que depararon resultados radicalmente distintos. En diciembre de 2017, la Escuela de Medicina de la Universidad de Pennsylvania analizó la actividad cerebral de 21 miembros del personal de la embajada y encontró cambios en la materia blanca de sus redes neuronales. Por su parte, la Escuela de Medicina Miller de la Universidad de Miami examinó a 35 trabajadores del centro y detectó lesiones en su oído interno, si bien solo una cuarta parte de los empleados había tenido dolor de oído o de cabeza.
SORPRENDENTE CONCLUSIÓN
En cambio, la investigación promovida por el Gobierno cubano hizo un dictamen totalmente opuesto. A su juicio, después de entrevistar a 300 residentes de toda la zona urbana involucrada, inspeccionar dos hoteles y tomar muestras de aire y del suelo a la caza de sustancias químicas tóxicas, no se encontró nada significativo. El síndrome de La Habana parecía responder a un «desorden psicógeno colectivo», es decir, una histeria colectiva. De hecho, cuando cotejaron algunos audios registrados por los funcionarios de la embajada durante uno de los supuestos ataques sónicos, la grabación se correspondía con la llamada de apareamiento del grillo de cola corta de las Indias (Anurogryllus celerinictus) y el sonido de los grillos de campo jamaicanos (Gryllus assimilis), abundantes en el área.
La tesis que Robert W. Baloh y Robert E. Bartholomew defienden en su libro es precisamente esta: una cadena de prejuicios y malos entendidos propició un estado psicológico deteriorado entre el personal del edificio. El hecho de vivir en el extranjero, en una nación considerada enemiga, bajo permanente sensación de vigilancia e intimidación las 24 horas del día, predispuso hacia el problema. Cuando saltó la primera sospecha, la rumorología corrió fuera de control dentro del pequeño grupo de personas allí residentes y la misteriosa amenaza sugestionó a todos hasta el punto de que cualquier cosa inusual que ocurrió a partir de entonces se atribuyó al «arma secreta». Tanta preocupación terminó afectando al estado de salud de cuantos allí trabajaban.
CONFLICTO DIPLOMÁTICO
En cuanto a los estudios científicos financiados por el Gobierno de EE UU, según Baloh y Bartholomew, estarían repletos de sesgos de confirmación y especulaciones insuficientemente probadas que terminaron convertidas por la prensa en amarillistas titulares donde se apuntaba a un enigmático ataque capaz de dañar permanentemente el cerebro. Ahora bien, real o no, el ataque tuvo el efecto de acabar con el mayor acercamiento amistoso entre Cuba y EE UU desde el triunfo de la Revolución en 1959. ¿Alguien pretendió boicotear aquellas conversaciones e impedir ese prometedor entendimiento, aunque fuera simulando un miedo psicológico insuperable?
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