La pirámide del fin del mundo de Nekoma
La pirámide de Nekoma es propiedad ahora de una secta religiosa pero ha sido, también, motivo de especulaciones y teorías de la conspiración
Inspirada en las pirámides mayas, se erige sobre la Pradera de Nekoma, en el estado de Dakota del Norte, una pirámide abandonada de 30 metros de altura.
Su estructura truncada ha alimentado conspiraciones que la relacionan con los malignos Illuminati y su Nuevo Orden Mundial, pero los ojos profanos ven en ella un decorado de la Guerra de las Galaxias. Dos círculos concéntricos en cada una de sus caras ayudan a refrendar esta idea equivocada. Los círculos que recuerdan poderosamente a la Estrella de la Muerte son, en realidad, Radares de Adquisición Perimetral (PAR, por sus siglas en inglés) de un complejo antimisiles abandonado desde 1976 y que constituye una de las principales manifestaciones de la paranoia nuclear de la Guerra Fría.
Aunque la mayoría la conoce como la Pirámide del fin del mundo, recibe el nombre de Complejo anti-misiles “Stanley R. Mickelsen”.
En su construcción se invirtieron la friolera de 46 millones de dólares como parte de un programa de defensa llamado “Safeguard” o “Salvaguarda”, que permaneció activo solo un año, en 1975, aunque la instalación sólo entró en funcionamiento tres días.
La razón es simple. Conectados directamente a los radares había cien silos de misiles dotados de otros tantos misiles con cabeza nuclear. A saber: veinte LIM-49 Spartan de largo alcance y ochenta Sprint de corto alcance que, en caso de detectar algún misil intercontinental de largo alcance enemigo, disparaban el escudo de la muerte.
El “Safeguard” era una la continuación de un programa llamado “Sentinel” creado en 1963. Si los satélites espía detectaban por infrarrojos los propulsores de los ICBMs (Intercontinental ballistic missile) soviéticos, pasaban a ser controlados por las antenas y los radares “Safeguard” que los marcaban como blancos y lanzaban la respuesta.
«La idea era hacer explotar los misiles rusos lo más alto posible en la atmósfera, para comprometer lo mínimo posible las poblaciones que estuviesen bajo la explosión nuclear» -explica Pedro Torrijos en un libro ue próximamente verá la luz. Pero por mucho que Nekoma esté situado lejos de grandes ciudades, las explosiones de los Spartan (de 5 megatones) y los Sprint (equivalentes a una bomba como la Hiroshima) iban a afectar siempre a núcleos de población. «Teniendo en cuenta que los misiles soviéticos vendrían desde el ártico -continúa explicando Torrijos en su cuenta de X-, los núcleos de población afectados estarían en Canadá, lo cual es un poco feo» porque dejaba un panorama muy negro para la población civil afectada y era políticamente insostenible.
Por consiguiente, el proyecto se abandonó y la estructura retrofuturista, en la que algunos ven un monumento al miedo y a la ignorancia, quedo como activo turístico para una región con pocas atracciones.
Durante cuarenta años fue decayendo. Sus bombas de drenaje se apagaron y el sitio se llenó de agua lentamente hasta convertir el enclave en un desastre ambiental. Los silos de misiles estaban revestidos con pintura con plomo y estaban llenos de agua envenenada que necesitaba ser dragada.
Durante un breve período de la década de 1980, los barracones del lugar se convirtieron en un campamento juvenil hasta que la administración Reagan cortó la financiación.
En 2012 fue subastada por el gobierno y vendida a los hutteritas, una secta pacifista de Dakota del Sur que la compró por 530.000 dólares.
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