Las cloacas del KGB
Según informaciones y revelaciones de exespías, el servicio secreto de Putin provocó atentados en Moscú para culpar a los separatistas chechenos. Bruno Cardeñosa
Hay determinadas afirmaciones que de inmediato el sistema califica como «tesis conspirativas». De esa forma, se relegan esas afirmaciones a una segunda y tercera división. A veces, algunos incluso se ríen de esas teorías. Podemos aceptar la mayor maldad en personas que están fuera del sistema, pero no que puedan llegar a cometerlas aquellos que ocupan los palacios presidenciales, al menos mientras esas personas sean válidas para lo que algunos llaman el bien común. Hubo un tiempo en que Vladímir Putin era amigo de Occidente.
Fue en los tiempos que siguieron a la caída del Muro de Berlín y a la desintegración de la URSS. Durante aquellos años, Borís Yeltsin encabezó el derrumbe del país, que perdió toda su influencia exterior y se estrelló económicamente, pese a lo cual –o por lo cual, quizá– la propia OTAN, que había nacido en 1949 para frenar a la URSS, firmó una serie de acuerdos de colaboración con Rusia en los cuales se aceptaba que los países occidentales se abstendrían de asentar tropas en las naciones que antiguamente formaban parte de la URSS.
Durante la crisis, Rusia dejó de ser una de las dos primeras potencias mundiales hasta convertirse en poco más que una comparsa de Occidente, en la que el dinero se escapaba del país entre evasores fiscales –los paraísos fiscales creados por los occidentales fueron un destino idóneo para las fortunas más sospechosas de la antigua URSS– y oligarcas que se situaron en la esfera de los más ricos y poderosos de nuestro entorno. Putin había ocupado durante todo ese tiempo diversos puestos en los Servicios de Inteligencia, tanto en la época final de la URSS como después.
Es por ello que siempre lo vimos como un hombre que había sido capaz de formarse en las cloacas del poder y salir indemne pese a haber cometido algunos crímenes horrendos, con la excusa de que formaban parte de la estrategia para sostener el país.
EL ASALTO AL PODER DE VLADÍMIR
Tras todo aquello fue presidente de Rusia entre el 7 de mayo del año 2000 y el 7 de mayo de 2008. Abandonó su cargo debido a que el mandato constitucional impedía que nadie ocupara ese puesto más de ocho años, pero se colocó como primer ministro durante los siguientes cuatro años, y aunque el presidente de Rusia era Dmitri Medvédev, su ascendiente siguió siendo el que guiaba los pasos rusos. Tras hacer diversos quiebros legales, volvió a la presidencia de Rusia el 7 de mayo de 2012, gracias a lo cual inició desde cero la cuenta de ocho años. De ideología conservadora, próximo a los planteamientos que aquí se asociarían a la extrema derecha, Putin rescató de la época anterior las ínfulas imperiales –incluso restauró como oficial el himno soviético– y el sentimiento nacionalista, tendencia que ha ido en aumento cuanto más tiempo ha pasado en el poder y el país se recuperaba económicamente. Tras dos décadas en el limbo, Rusia volvió ejercer de líder de gran parte del mundo, lo que hizo que los países occidentales volvieran a separarse de él y la OTAN firmara, a partir de 2009, acuerdos de colaboración con naciones que antiguamente formaban parte de la URSS. El «idilio» con los países occidentales había durado doce años…
Durante todo ese tiempo, las maniobras de Putin habían sido vistas con buenos ojos por los mandatarios de EE UU y Europa, incluso las que desencadenaron la guerra de Chechenia, durante la cual todos sus actos –terribles en ocasiones– fueron aprobados por los países ricos, bajo la excusa de que el objetivo de aquellos ataques militares en Chechenia era luchar contra el terrorismo. A veces, conviene hacer ejercicios de memoria histórica para saber dónde están unos y otros; en este caso, para descubrir que Putin caminó de la mano de los más poderosos durante mucho tiempo.
Los sucesos que desencadenaron los enfrentamientos en Chechenia acontecieron en septiembre 1999, cuando en apenas diez días cuatro bombas explotaban en varios edificios de apartamentos en Moscú y en otras ciudades rusas. En total, los atentados se llevaron la vida de trescientas personas.
Fue, hasta ese momento, la mayor cadena de atentados en la historia. Para las autoridades rusas no había duda: los crímenes fueron perpetrados por terroristas chechenos que reclamaban mediante el uso de la violencia la independencia de esta pequeña república caucásica. Fue el comienzo de una oleada de crímenes brutales que alcanzaron su mayor nivel de locura en septiembre de 2004, cuando un comando checheno tomó como rehenes a los niños de un colegio en Beslán, en la República de Osetia del Sur. Murieron otras trescientas personas, la mayor parte de las cuales eran menores de edad. La retórica occidental siempre defendió la lectura de los acontecimientos que se hacía desde Moscú, en la que se acusaba, al igual que había ocurrido con los atentados de 1999, a separatistas vinculados a grupos terroristas como responsables de aquellos crímenes. Según esas versiones oficiales, grupos islámicos integristas que luchaban por la independencia de Chechenia, con el apoyo directo de Al Qaeda y la participación de activistas procedentes de las filas talibanes de Afganistán, eran los causantes de todos aquellos actos criminales.
UN TERRIBLE GENOCIDIO
Chechenia es una república perteneciente a la Federación Rusa que apenas tiene 15.000 kilómetros cuadrados. Está habitada por algo más de medio millón de personas. El comienzo de su historia se remonta al siglo VIII, cuando los chechenos, que eran una etnia, formaban parte del estado alano. Parece ser que eran tribus procedentes de la zona de Siria o Irak que se asentaron en torno al Cáucaso durante cientos de años. Desde el siglo XVI, los zares rusos batallaron contra los persas y los otomanos por el control de esta región, que era de vital importancia estratégica.
Rusia impuso su ley, aunque lo hizo en contra del sentimiento de los chechenos, que tenían su propia identidad. A finales del siglo XVIII aparecieron guerrillas que intentaron limitar el dominio ruso, pero no pudieron hacer nada frente a la maquinaria bélica de los zares, que impuso a los chechenos una férrea limitación de movimientos al tiempo que, para afianzar su dominio, poblaban con colonos rusos la zona.
En 1859, Rusia determinó que Chechenia formaba parte de su imperio, dominio que se prolongó incluso más allá de la revolución de 1917, cuando los chechenos salieron trasquilados en sus guerras contra comunistas y cosacos. En 1942, en plena guerra mundial, se produjo un punto de inflexión muy importante. El ejército alemán alcanzó el Cáucaso y prometió a los habitantes de las repúblicas de la zona que lograrían su independencia tras el conflicto, momento en el cual pondrían fin al yugo ruso. Pero el discurrir de la segunda guerra mundial varió y en Moscú se acusó a los chechenos de ser colaboradores de los nazis. Se tomó una decisión terrible: deportar a la totalidad de la población a Asia Central.
Como consecuencia de ello, casi medio millón de personas tuvieron que abandonar sus tierras, a las que sólo volvieron quince años después, cuando el poder de la URSS estaba ya muy asentado y en Moscú no creían que surgieran grupos separatistas. Así siguieron las cosas hasta la desintegración del país. Algunas repúblicas soviéticas lograron su independencia a partir de 1991, otras, en cambio, no tuvieron esa «suerte». Entre estas últimas estaba Chechenia. Y es que el país ofrecía a los rusos grandes ventajas: una situación geográfica estratégica y recursos naturales en forma de petróleo y gas. Y más aún, porque su ubicación en el globo permitía que a través de esas tierras pudieran discurrir oleoductos indispensables para mantener el poderío de Moscú. Lo que sí fue inevitable es que el sentimiento nacionalista fuera cada vez más fuerte y los deseos de la población para ser independiente nunca dejaran de estar presentes.
El Ejército comunista fue disuelto por el jefe militar, un hombre llamado Dzhojar Dudáyev, que ganó las elecciones locales y proclamó la independencia, pero Moscú no la aceptó y siguió imponiendo su ley gracias al poderío castrense.
Sin embargo, las cosas estaban cambiando. Los rebeldes intentaron ocupar la capital de la república, Grozni. En respuesta, Rusia, presidida entonces por Borís Yeltsin, decidió en 1994 invadir Chechenia para afianzar su dominio. Murieron entre 60.000 y 100.000 personas. Tras el conflicto ganó las elecciones Aslán Masjádov. Se firmó la paz con Moscú, pero un amplio sector de la población se mostró contrario a unos acuerdos que significaban volver a estar sometidos a Rusia. Eso provocó que grupos rebeldes empezaran a organizarse en torno a la figura de Dudáyev, que cada día que pasaba integraba a más chechenos a su alrededor, razón que está detrás de su muerte poco después, cuando fue alcanzado por un misil ruso.
Lee el artículo completo en el nº295 de la revista AÑO CERO
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