JFK: La conspiración sigue viva 60 años después
El 22 de noviembre se cumplían 60 años del asesinato del presidente John F. Kennedy. Dos de cada tres estadounidenses creen que la versión oficial sobre su muerte no se sostiene, y son múltiples los interrogantes sobre lo que sucedió realmente.
Desde el primer momento, debido no solo a especulaciones y a lo que representaba JFK para la política estadounidense y por ende internacional, sino por hechos claramente descorazonadores y un tanto extraños (por no decir inverosímiles), la versión oficial ha sido tildada de farsa y la versión conspirativa –más bien, las versiones– mantenida activa a lo largo de seis décadas. Desde el momento del crimen, retransmitido en directo, que dejó petrificados a los telespectadores y hundida a una nación que veía en la figura del presidente demócrata la esperanza, el glamour y el futuro, se realizaron detenciones, comisiones, investigaciones periodísticas, desclasificaciones de miles de documentos –que aún continúan–, y aún así, la «gran conspiración» de su muerte sigue tan viva como entonces, como también lo está la de su hermano, Robert F. Kennedy, e incluso la de su hijo John John Kennedy en 1999, una suerte de «salvapatrias» redivivo para los seguidores de otra conspiración mucho más reciente, la de QAnon.
60 años después, dos de cada tres estadounidenses creen que, además de Oswald, hubo alguien más involucrado
DOCUMENTOS INÉDITOS
En octubre de 2017, Donald Trump ordenó la divulgación de 2.800 documentos inéditos sobre el magnicidio, sin embargo, decidió mantener en secreto otros cientos. Lo hacía en virtud de la legislación oficial de 1992, según la cual los informes debían ser hechos públicos 25 años después. Sin embargo, la ley contemplaba también un posible aplazamiento si se consideraba que podían poner en peligro la seguridad nacional.
Finalmente, en diciembre de 2021, la Administración Biden levantaba el secreto oficial que pesaba sobre 1.491 documentos relativos al asesinato: teletipos, informes y comunicados intergubernamentales, aunque no se incluyen todos los que posee la Casa Blanca, pues presumiblemente contienen información delicada para el gobierno. A día de hoy, más de un 90% de la información clasificada ha visto la luz, pero ¿qué hay en ese algo menos del 10% restante? En todo caso, los archivos desclasificados, que son la mayoría, apenas han aportado detalles nuevos. La propia teoría conspirativa apunta a que si la CIA estuvo involucrada, probablemente eliminó cualquier elemento comprometedor.
60 años después, dos de cada tres estadounidenses creen que hubo alguien más involucrado que el principal sospechoso, Lee Harvey Oswald, según una encuesta de la firma Gallup que a su vez arroja que el 65% de los estadounidenses cree en la teoría de la conspiración, frente al 29% que piensa que aquel hombre fue el único responsable. Como potenciales sospechosos, un 38% apunta a algún funcionario o institución del Gobierno Federal, frente al 29% que señala a un actor no estatal, con preferencia por la Mafia.
LOS ACONTECIMIENTOS
El Air Force One aterrizó en Dallas la mañana del 22 de noviembre de 1963. De él bajaron JFK y su esposa Jacqueline, así como el vicepresidente, Lyndon B. Johnson, y su esposa, junto a los agentes del servicio secreto. Fueron recibidos por el gobernador John Connolly. Kennedy y su esposa, así como Connolly y la suya, montaron en un Lincoln Continental descapotable. La comitiva pasó por las calles ante una afluencia de público mucho mayor de la que esperaban las autoridades en una ciudad símbolo de la derecha más reaccionaria y la segregación racial.
A las 12:30 horas el coche redujo la velocidad y giró para tomar Elm Street a la altura de Dealey Plaza. Entonces se produjo una primera detonación que erró en su objetivo y un segundo disparo que alcanzó a JFK en la garganta, seguido de un tercero que impactó directamente en su cabeza. Jackie, presa del pánico, trepó hacia la parte trasera intentando recuperar parte de la masa encefálica de su marido. El conductor aceleró y se dirigió al Parkland Memorial Hospital donde, a pesar de los esfuerzos de los médicos, el presidente fallecía a las 13 horas.
La versión oficial señala que los disparos procedían de la sexta planta del edificio Texas School Book Depositary y su artífice era un exmarine de 24 años, Lee Harvey Oswald. Durante su huida, mató al agente de policía J. D. Tippit y finalmente sería detenido en la sala de cine Texas Theatre. Dos días después, cuando Oswald estaba siendo trasladado, el empresario nocturno Jack Ruby lo mataría de un disparo a quemarropa en el vientre, afirmando después que lo hizo para redimir a la ciudad de Dallas y evitar a Jacqueline la tortura de tener que testificar frente al asesino de su esposo. Aquello truncaría la investigación apenas 48 horas después del magnicidio. A las 14:38, Lyndon B. Johnson juraba el cargo de presidente de EE UU a bordo del Air Force One con Jacqueline como testigo y con el féretro del presidente fallecido al que, contraviniendo la ley, no se le había realizado la autopsia. Tras un solemne funeral, el 25 de noviembre de 1963 JFK recibía sepultura.
DESMONTANDO LA VERSIÓN OFICIAL
El informe de la Comisión Warren concluyó que una sola bala impactó en la parte trasera del cuello de JFK, salió por su garganta, traspasó la espalda de Connolly, que viajaba en el asiento delantero, le destrozó una costilla y salió por delante hiriendo su muñeca y quedando alojada en su muslo. Aquello promovió la «teoría de la bala mágica», pues es difícil de creer que un solo proyectil causara semejantes heridas a dos personas diferentes y se hallara intacto en la camilla del gobernador. Para los que ponen en duda la versión oficial, hubo al menos cuatro disparos, efectuados por dos o más tiradores desde posiciones diferentes. La Comisión Warren igualmente dictaminó que Ruby había actuado solo, algo que muchos investigadores han desmentido, desempolvando sus vínculos con la Mafia.
Uno de los últimos coletazos conspirativos es la llamada «vía mexicana», que defiende el ex reportero de The New York Times Philip Shenon, quien ve en el viaje de Oswald poco más de mes y medio antes del magnicidio el mejor lugar para encontrar respuestas. El exmarine, cautivado por el comunismo, tomó un autobús de Texas a Ciudad de Médico, a donde llegó la mañana del viernes 27 de septiembre de 1963, y se marchó de allí muy temprano el miércoles 2 de octubre.
A día de hoy, sin embargo, se desconoce el paradero de Oswald durante tres días y medio de su viaje: la conspiración apunta a que se habría relacionado con peligrosos personajes de la izquierda en plena Guerra Fría.
Otra teoría plantea que Oswald tenía una amante mexicana que lo llevó a una fiesta de comunistas y espías, pero ¿con qué intención? Algunos autores apuntan a que fue la CIA la que «borró» las horas que el tirador pasó en México. Pero ¿con qué motivo? Las aristas son múltiples, las lagunas numerosas, y quizá nunca lleguemos a una conclusión sobre lo que sucedió realmente. Como dijo años más tarde el propio Jack Ruby en televisión: «El mundo nunca conocerá la verdad de lo que ha ocurrido, ni mis verdaderos motivos». Y así fue: moría el 3 de enero de 1967 llevándose su secreto a la tumba.
PUNTOS SIN ACLARAR
La grabación del magnicidio en Super 8 del empresario Abraham Zapruder se emitió por primera vez en televisión en 1975, dejando en evidencia la fragilidad de la versión oficial. Ello llevó a que en 1976 se estableciera el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos, integrado por representantes del Congreso y el Senado. Su dictamen llegó a la conclusión de que hubo cuatro disparos y dos tiradores, admitiendo que el presidente fue «probablemente asesinado como resultado de una conspiración», aunque no especificaba quién o quiénes eran los responsables y rechazaba la participación de la CIA, el FBI, la URSS, el Gobierno cubano o la oposición anticastrista. El periodista estadounidense David Talbot planteó en el libro La conspiración (Planeta, 2013) que los hermanos Kennedy «sacrificaron sus vidas para hacer que la historia avanzase». Los dos mayores problemas a los que se enfrentaba EE UU cuando JFK asumió la presidencia en 1961 eran «la supervivencia humana en la era nuclear y el creciente clamor por la justicia racial». Para Talbot, los Kennedy lograron avanzar enormemente en ambas cuestiones y, al hacerlo, «se enfrentaron contra el poderoso establishment de seguridad nacional de EE UU, que estaba decidido a tener un enfrentamiento nuclear con la URSS, a pesar de las enormes pérdidas de vidas humanas que se habrían derivado de ello». En 1962, como fiscal general, Robert estaba profundamente alarmado al descubrir que dos fuerzas clandestinas, la CIA y la mafia, habían planeado un complot para asesinar a Fidel Castro. Desde el primer momento de la muerte de John, Robert sospechó de esa peligrosa alianza, pero el nuevo presidente, Johnson, odiaba al joven Kennedy y la Comisión Warren estuvo dirigida por enemigos de los Kennedy. Robert, pues, creía en la teoría de la conspiración, y se postuló a la presidencia con la intención de poder aclarar el asesinato de su hermano. Su propio magnicidio, rodeado también de interrogantes, el 6 de junio de 1968, cercenó esa posibilidad.
HOLLYWOOD SEMBRÓ LA DUDA
El director Oliver Stone se inspiró en Jim Garrison, fiscal de Nueva Orleans, para la controvertida película de 1991 JFK: caso abierto. Este personaje llevó a cabo una segunda investigación en 1967 y detuvo al empresario Clay Shaw, al que acusó de conspirar para matar al presidente en complicidad con el piloto David Ferrie, que estaba a los mandos de un avión que salió de Dallas el mismo 22 de noviembre de 1963, supuestamente para evacuar al equipo responsable del tiroteo. Una conspiración que nunca pudo ser probada (Shaw era absuelto tras un polémico y mediático juicio), que evidenciaba un oscuro juego de intereses entre la extrema derecha estadounidense, la CIA, la mafia, el sector más fundamentalista del anticastrismo y el propio Lyndon B. Johnson, que habría conspirado para asesinar a Kennedy mientras Oswald era relegado al papel de chivo expiatorio. La cinta tuvo tal repercusión que el Congreso aprobó la Ley de Registros, promulgada por el presidente George Bush en octubre de 1992. El texto exigía que todos los documentos secretos del magnicidio debían ser desclasificados en un plazo máximo de 25 años (el que expiró en 2017), a menos que razones de seguridad nacional aconsejaran mantener la confidencialidad. Y sí, todavía hay algunos que permanecen clasificados.
Comentarios
Nos interesa tu opinión