Viracocha, el vikingo que llegó a América
Numerosas investigaciones apuntan a una verdad incómoda: que el dios precolombino Viracocha era un vikingo que llegó a América hace cientos de años.
Muchas culturas de Mesoamérica describieron a sus dioses como hombres barbudos, de tez pálida y vestidos con túnicas largas, como Votan, que enseñó a los mayas a cultivar el maíz, a esculpir la piedra y a crear su propio alfabeto, aunque los filólogos no hayan conseguido descifrar qué significa exactamente el nombre de este dios y algunos sugieran que ni siquiera se corresponde con el lenguaje de la zona. No es de extrañar, porque Votan era también el nombre que los vikingos daban a Odín, su dios principal, representado con una capa, barba larga y un abrigo que le llegaba hasta los pies. Curiosamente, la barba, el rostro blanco y la túnica son los atributos más reconocibles de Quetzalcóatl, que los pueblos precolombinos de Perú conocían como Viracocha, quien presentaba exactamente las mismas características que Quetzalcóatl.
Actualmente, muchos estudiosos piensan que Votan, Quetzalcóatl, Kukulkán y, por extensión, Viracocha fueron la misma persona. Por tanto, el mito estaría relatando la llegada a América, desde algún lugar remoto, de un personaje real que instruyó a las gentes de distintos pueblos en las más variadas artes y luego volvió a su país, prometiendo regresar algún día. No obstante, tenemos que tener en cuenta que el dios no viajaba solo. Siempre se le describe con un séquito de ayudantes que habrían formado parte de su tripulación.
Navegantes del norte de Europa
Como todos sabemos, cuando Colón llegó a Guanahaní, los indígenas pensaron que se trataba de Quetzalcóatl. Lo mismo sucedió cuando Francisco Pizarro alcanzó Perú y los incas lo confundieron con Viracocha. Por aquel entonces, se alzaba en Cuzco el templo más importante a Inti, hijo de Viracocha, donde una capilla recordaba también al dios barbado. Al edificio, cubierto de oro, se le dio popularmente el nombre de Coricancha (Palacio Dorado), convirtiéndose –junto a Sacsayhaman y Machu Pichu– en el lugar más sacrosanto del Imperio Inca durante el gobierno del célebre Pachacutec.
Cuando Colón llegó a Guanahaní, los indígenas pensaron que se trataba de Quetzalcóatl
Desafortunadamente, en 1532, Cuzco fue tomado por los conquistadores españoles y el templo saqueado y entregado a los dominicos, que construyeron sobre sus cimientos el convento de Santo Domingo. Se tapó con yeso la estructura inca, pintando representaciones de vírgenes y escenas bíblicas. Pero, como si de un guiño del cielo se tratase, tres terremotos –en 1650, 1749 y 1950– sacudieron la tierra, demoliendo la nueva estructura y dejando al descubierto los cimientos incas, los cuales no sufrieron ningún daño. No se trata de ningún milagro, sino que la arquitectura incaica, a pesar de no usar ningún tipo de argamasa, hacía encajar cada una de sus piedras como si fuesen un rompecabezas, mostrando una inusitada maestría en el arte de la construcción, muy superior a la de los conquistadores.
Según las crónicas de Cieza de León, Betanzos, Fray Martín de Murua y Cabello de Balboa, las estatuas de Viracocha que se encontraban tanto en Coricancha como en Quishuarcancha eran semejantes a cualquier santo o sacerdote cristiano, con barba larga, sandalias y túnica, llegando alguno de los cronistas a confundirlo con santo Tomás. No obstante, aquellas estatuas desaparecieron sin ninguna razón. ¿Por qué? ¿A quién molestaban tanto como para hacerlas desaparecer por completo?
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