Los secretos de Chichén Itzá, al descubierto
Chichén Itzá y su majestuosa pirámide de Kukulkán están empezando a desvelar sus secretos, lo que demuestra los conocimientos extraordinarios de sus constructores
Hay lugares en el mundo que siguen guardando un encanto especial, una magia que las palabras no pueden describir. Ese es el caso del templo de Kukulkán o, lo que es lo mismo, la pirámide de Chichén Itzá, en la península de Yucatán (México). Como todos los grandes centros ceremoniales de la humanidad, Chichén Itzá ha pasado por distintas épocas y se ha visto sometido a diferentes cambios. Sabemos que el edificio original descansó sobre un cenote –pozo de agua sagrada– y que posiblemente fuera construido por los primeros mayas que llegaron a la zona de Quintana Roo entre los siglos V y VIII d. C. La segunda ampliación, de la cual se han encontrado ínfimos vestigios, se habría llevado a cabo a partir del siglo IX, aunando estilos mayas y toltecas.
No obstante, el templo de Kukulkán, tal como lo vemos ahora, fue producto de una tercera restauración en torno al año 1000 d. C. Esta construcción es la prueba de un hecho absolutamente inusual en la cultura maya: la celebración de los equinoccios de primavera y otoño. Algunos días antes y después de las fechas indicadas, con la caída del sol, puede contemplarse el espectáculo de los últimos rayos de luz descendiendo por la ladera nornoroeste del edificio, la única que acaba rematada por dos cabezas de serpiente que representan al dios principal de la cosmología mesoamericana. La alineación de la pirámide para conseguir el efecto deseado nos hace suponer que, tal vez al otro lado de la misma, durante los solsticios de verano e invierno, pudo verse también «la subida de Kukulkán», aunque es algo que no podemos saber.
Barcos nórdicos en América
Por alguna razón que desconocemos, tanto aquí como en Tulum, los equinoccios y solsticios comenzaron a marcar la vida de la población local, haciéndose patentes incluso en los monumentos religiosos. Pero, ¿qué ocurrió en el año 1000 d. C. para que se produjese ese cambio?
Según relata Diego de Landa, misionero español del siglo XVI, Kukulkán llegó a Chichén Itzá y entró por la parte de poniente. Aunque era bien dispuesto, no tenía esposa ni hijos y reinó largos años. Con el tiempo, los pobladores de México lo tuvieron por un dios al que llamaron Quetzalcóatl, quien llevó la paz y una nueva cultura a esa región de América. Quetzalcóatl/Kukulkán era un dios con aspecto de hombre, pero que inexplicablemente los mayas también vinculaban con un ofidio.
Precisamente, una de las mayores sorpresas que me llevé durante mis investigaciones por tierras mayas, consistió en descubrir que aquellas cabezas de serpiente que remataban la pirámide de Chichén Itzá eran más parecidas a los mascarones de proa de los barcos nórdicos que a las representaciones toltecas y mayas de los dioses mesoamericanos. A esta evidencia se suma el hecho de que el mito de Quetzalcóatl asegura que, cuando finalmente el héroe decidió abandonar México, lo hizo subido en un barco hecho con serpientes.
En la actualidad, se sabe que los vikingos orientaban sus vidas de acuerdo a las festividades equinocciales y solsticiales, que sus barcos tenían forma de dragón –serpiente emplumada– y que, como hemos expuesto, hacia el año 1000 d. C., los descendientes de Erik el Rojo estuvieron asentados en Canadá. Por tanto, ¿sería descabellado pensar que una de sus expediciones llegó hasta Centroamérica –recordemos que Chichén Itzá está muy cerca del mar– y que alguno de sus caudillos fuese confundido con un dios, como después sucedió con la llegada de los conquistadores españoles?
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