Civilizaciones perdidas
01/02/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Salomón, el rey mago

Salomón es sin lugar a dudas uno de los personajes más apasionantes de cuantos son citados en la Biblia. De hecho, su fabulosa estela ha trascendido como la de ninguna otra figura bíblica el texto sagrado para echar raíces en el terreno del paganismo, la magia y el conocimiento hermético, pero… ¿quién fue realmente?

01/02/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Salomón, el rey mago
Salomón, el rey mago
Los templarios ocuparon las ruinas de su templo reconstruido; los francmasones aseguran ser herederos de su sabiduría; los cabalistas lo sitúan como uno de sus primeros y principales maestros y su sello es uno de los talismanes más potentes que ha llegado a nuestros días. Incluso, la ficción literaria y más tarde el cine han alimentado la leyenda de Salomón a través de la búsqueda de sus míticos tesoros que, desde hace unos años, han vuelto a cobrar protagonismo en el terreno de la novela histórica, vinculando su figura con un aspecto herético que es objeto de gran polémica.

Existen pocas dudas acerca de la historicidad del personaje en cuestión, cuya vida aparece descrita con cierto detalle en el Libro Primero de los Reyes. Respondiendo también al nombre de Yedidyá, que significa "el amado por Dios", Salomón equivaldría con algunos matices a "el Pacífico", siendo el segundo de los hijos que nació de la unión del patriarca David con Betsabé. El segundo libro de Samuel nos explica que el rey David vio a una hermosa mujer bañándose y quedó prendado de su belleza; se trataba de Betsabé, esposa de Urías el hitita. De inmediato, David consumó su adúltera pasión para poco después ordenar que el fiel guerrero Urías fuese colocado en primera línea de batalla contra los ammonitas, muriendo en una de las contiendas. Yahvé recriminó a David a través del profeta Natán este pasional comportamiento castigando la acción con la muerte al poco de nacer, fruto del adulterio. El nacimiento del segundo hijo, Salomón, sería visto con buenos ojos por un Yahvé que enviaría de nuevo a Natán a comunicar su aprobación y a dictar su nombre.

Salomón accedió al trono de Israel hacia el año 970 a. de C., en medio de una pugna con su hermanastro Adonías, que como otros hijos de David de mayor edad aspiraban al codiciado trono. No obstante, los designios divinos había elegido a Salomón para tal fin y su padre no dudó en traspasarle el poder en vida, ayudado de una purga interna en la que Adonías y sus simpatizantes serían pasados a cuchillo. Salomón se convirtió así en el tercer y último rey del reino unificado, que posteriormente, al morir el sabio monarca hacía el 926 a. de C. se fragmentaría en el reino de Judá en el sur y el de Israel en el norte. Desde el punto de vista histórico, todo apunta a que en sus cuarenta años de reinado el monarca realizó una buena gestión, proporcionando a la mayor parte de su pueblo una época de bonanza y paz, articulando una corte de esplendor y riqueza gracias a las buenas relaciones externas facilitadas inicialmente por su matrimonio con la hija del faraón. "Sobrepasó el rey Salomón a todos los reyes de la Tierra en opulencia y sabiduría", nos dice I Reyes (10, 23), y no era para menos, pues el relato nos da cuenta de caprichos como la construcción de doscientos grandes escudos de oro batido y otros trescientos de menor tamaño, así como un trono de marfil cubierto de oro, material del que igualmente estaban hechos todos los utensilios de la casa. Hasta mil cuatrocientos carros y doce mil caballos formaban parte de su guarnición. La construcción de infraestructuras y posterior potenciación de líneas comerciales fueron determinantes para el fortalecimiento del reino, en el que reorganizó los territorios convirtiendo a las doce tribus antes errantes en otras tantas provincias satélites cuya existencia giraba en torno a la costosa corte salomónica.

Mujeriego, sabio y constructor del templo

Nuestro protagonista estrechó lazos fraternales con el rey de Tiro Hiram I, quien colaboró con él en diversidad de proyectos, como la construcción de la más fabulosa obra de la antigüedad: el Templo de Salomón. Del mítico rey han llegado hasta nuestros días infinidad de referencias, entre las que no son en absoluto despreciables las que aluden a sus amoríos y promiscuidad. Especialmente célebre fue su encuentro con la reina de Saba, del que hallamos un prolífico desarrollo en el texto etiope Kebra Negast o La Gloria de los Reyes, aunque mucho más explícita y concluyente resulta aún la cita del Libro Primero de los Reyes en la que literalmente se nos dice que "además de la hija de Faraón, amó también a muchas mujeres extranjeras (…). Pero Salomón se apegó tanto a ellas por amor, que llegó a tener setecientas princesas por esposas y trescientas concubinas. Y sus mujeres pervirtieron su corazón", I Reyes 11.

No obstante, también fue un hombre sabio, "más sabio que todos los hombres", nos dice la Biblia, extendiéndose su fama por todas las naciones. Si hacemos caso de I Reyes, "formuló tres mil proverbios y compuso mil cinco cánticos", y se le ha atribuido el Cantar de los Cantares, aunque ningún estudioso serio es capaz de sostener con argumentos históricos tal afirmación. De hecho, sólo una pequeña parte de los proverbios de la Biblia parecen corresponderse con la época en la que vivió el monarca, mientras que para el Cantar tampoco hay ningún dato sólido. La tradición y el fuerte contenido sensual del libro, en consonancia con la apasionada vida amorosa de Salomón, parecen constituir el único nexo de unión entre ambos.

Este compendio de metáforas sería, en opinión del experto en esoterismo Robert Ambelain, un "texto iniciático egipcio que llegó hasta Israel en el equipaje de la princesa de Egipto que se casó con Salomón, y se degradó al nivel del canto profano al llegar a los medios judíos ordinarios".

Con todo, y lejos de estar reñida su promiscuidad con su sabiduría, sus profundos y variados conocimientos tal vez hayan sido determinantes para que escuelas y sociedades herméticas de toda índole hayan reivindicado su filiación salomónica. Ese saber, que la Biblia no termina de concretar si era innato o un atributo divino, quedó magistralmente recogido en el episodio de las dos mujeres que reclaman la maternidad de un bebé. La pugna se zanja cuando, ante la amenaza de partirlo en dos con una espada para dar a cada mujer una parte, la verdadera madre conmovida renuncia al niño con el único fin de que pueda seguir viviendo, ante la impasibilidad de la otra, acción reveladora para Salomón, que hace justicia entregándoselo y logrando con ello un efectismo que populariza aún más su sabiduría. Anécdotas como esta debieron contribuir a que un proyecto como la construcción del Templo de Jerusalén pudiera ser acogido por el pueblo como un designio verdaderamente dictado por Yahvé, y a que el mismo haya sido contemplado por hombres de todos los tiempos como símbolo de la perfección absoluta.

La edificación se levantó en una explanada del monte Moriah entre los años 969 y 962 a de C., bajo la dirección de un arquitecto que en la Biblia responde también al nombre de Hiram. Es significativo que el lugar sagrado de edificación de este templo haya sido el escenario, según la tradición judía, de notables episodios anteriores, como el frustrado sacrificio del hijo de Abraham, el célebre sueño de la escalera celestial de Jacob o los rituales del enigmático rey Melquisedec. El relato de I Reyes ofrece abundantes descripciones sobre las medidas y características particulares del Templo.

Todo detalle parecía crucial para un espacio sagrado en el que se iba a custodiar nada menos que el Arca de la Alianza, de tal manera que a la vista de la suntuosidad que rodeaba la corte no es de extrañar que el espacio a ocupar por el objeto sagrado, el santo de los santos, estuviera recubierto de oro fino, con un altar de cedro revestido del mismo material, oro que según el texto bíblico llegó a recubrir el templo en su totalidad. Dos querubines de olivo silvestre con una envergadura alar de cinco metros cada uno se tocaban por un extremo de sus alas mientras que por el otro rozaban los muros.

En el exterior fueron especialmente célebres las dos columnas de bronce con capiteles vegetales, bautizadas como Yakin –la de la derecha– y Bóaz –la de la izquierda–, piezas que hoy en día también forman parte de la simbología esotérica de la masonería. Se trataba de columnas que físicamente no sustentaban nada de la estructura del templo y que, como los obeliscos egipcios, pudieron tener una utilidad ritual. La destrucción del majestuoso edificio tres siglos y medio más tarde fue obra del rey babilónico Nabucodonosor II, no siendo convenientemente restaurado hasta la irrupción en la historia de Herodes el Grande, quien rehabilitó y amplió el edificio hacia el año 20 a. de C. Sus espacios devolvieron el eco de las palabras de Jesús, si hacemos caso a los Evangelios, siendo nuevamente destruido por las tropas del romano Tito en el año 70 de nuestra era.

Mientras muchos hebreos esperan con entusiasmo la reconstrucción del tercer templo, anunciador de un tiempo nuevo y de la llegada del Mesías, el lugar acuna a cristianos, a creyentes del judaísmo –que oran en el Muro de las Lamentaciones– y a seguidores del Islam, pues no en vano sobre la ruinas del mítico edificio –que también albergó cultos paganos de sirios, fenicios, romanos y griegos–, se encuentra la llamada Mezquita o Cúpula de la Roca, donde la tradición arábica fija los rezos y el ascenso de Mahoma con su caballo alado al-Boraq.

El señor de los genios, las máquinas y la magia

Puestos a resaltar curiosidades sobre la tradición musulmana y la figura de Salomón, es reseñable la estrecha relación que se plantea en el Corán entre el monarca y los djins, genios o espíritus elementales sobre los que nuestro protagonista parecía ejercer un importante grado de poder, y que aparecían en algunas suras del texto sagrado del islam.

La experta Montserrat Abumalham detalla, en un trabajo publicado en Anaquel de Estudios Árabes III, la especial relación del monarca con los genios, a partir del estudio de un capítulo del texto Kitab Adad al-Falasifa en el que se describe, para sorpresa de muchos, la transmisión de sabios conocimientos por parte de estas entidades, frecuentemente vistas como diabólicas. Transportado por un viento, se encontró con 110 genios filósofos en una isla donde le transmitieron supuestamente enseñanzas en forma de proverbios.

La tradición le vincula también con la magia –ver recuadros–, la cábala y el esoterismo, pero todavía hoy la figura de Salomón sigue rodeada de un aura de misterio que sólo ha sido en parte desvelado.
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