La fertilidad mágica de la diosa
En un tiempo remoto, las mujeres quedaban embarazadas y parían por una suerte de "fertilidad mágica". Y es que no se conocía qué ni cómo quedaban embarazadas. Esa magia dio lugar a todo tipo de Diosas en una sociedad aún matriarcal. Pero todo eso tuvo su final...
La conmemoración de las Vírgenes cristianas o de las Diosas paganas de la Antigu?edad es la celebración de la fertilidad, sobre todo de la «fertilidad mágica», cuando no había varón por medio o se desconocía el proceso a través del cual nuestras remotas antepasadas, allá en la época de las cavernas, quedaban encintas, parían y, con ello, garantizaban la supervivencia de la tribu.
Fue este suceso desconcertante, este «milagro aparente», puesto que así veían nuestros antepasados –especialmente nuestros antepasados masculinos– el poder mágico de procrear, el que llevó a entronizar a la mujer, elevándola a la categoría de Diosa como personificación o asimilación simbólica de otro prodigio quizá mayor: el de la fertilidad de la naturaleza que sustentaba a aquellas primeras sociedades de cazadores y recolectores.
A propósito de lo anterior, el filósofo e historiador de las religiones Mircea Eliade argumentaba lo siguiente:
«Antes de conocer las causas fisiológicas de la concepción, los hombres han creído que la maternidad era debida a la inserción directa del niño en el vientre de la madre. […] Lo importante es la idea de que los hijos no son engendrados por el padre, sino que, en un momento más o menos avanzado de su desarrollo, vienen a ocupar su lugar dentro del claustro materno a consecuencia de un contacto de la mujer con un objeto o con un animal del medio cósmico circundante […] El padre humano no hace sino legitimar esos hijos, por un ritual que tiene todos los caracteres de una adopción. Los hijos pertenecen, ante todo, al 'lugar', es decir, al microcosmos circundante».
En el Paleolítico, el período que abarca desde hace unos 2,8 millones de años hasta hace unos 12 mil, o sea, el período más largo de la existencia del ser humano, encontramos infinidad de representaciones simbólicas femeninas, pero lo más llamativo es que en todas estas imágenes puede advertirse su carácter religioso.
De hecho, antes de que se produjera eso que podríamos llamar «revolución del patriarcado», hace poco más de 3.000 años, justo al comienzo de la Edad del Hierro, en todo el mundo antiguo se rendía culto a la mujer, al principio femenino, a la diosa, como lo demuestra el hallazgo de vulvas esquemáticas plasmadas en cuevas españolas y francesas (por ejemplo, Chufín y Tito Bustillo en Cantabria; o La Ferrassie y Apri Cellier, en la Dordoña), y de las abundantísimas figuras o estatuillas de mujeres desnudas con grandes pechos y caderas abultadas, como las célebres «Venus» esculpidas durante el Paleolítico y el Neolítico.
Al contrario, las representaciones de figuras masculinas en el mismo contexto son ciertamente escasas, y sus características parecen apuntar a que los varones ocupaban un segundo plano en la administración de la espiritualidad o la religión. Tal y como sostienen Anne Baring y Jules Cashford en El mito de la diosa (Ed. Siruela), el punto de inflexión pudo estar en el Enuma Elish, el relato sumerio en el cual un héroe solar divinizado vence a un dragón o, mejor, a una «dragona», pues dicha criatura simboliza el caos implícito en la condición femenina:
«El dios encarnaba las fuerzas de la creación, y la diosa serpiente las fuerzas de la destrucción. La gran batalla entre ambos volvía a representarse cada primavera, cuando las fuerzas creativas y destructivas se enzarzaban y el resultado de su enfrentamiento parecía pender de un hilo.
El pueblo esperaba, lleno de angustia, la aparición de la tierra seca entre las aguas, y la confirmación de la victoria del dios en el cereal que comenzaba a brotar. El Enuma Elish, que significa 'cuando en lo alto', se recitaba anualmente para 'ayudar' a la victoria del señor dios Marduk sobre el gran dragón serpiente Tiamat».
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