Civilizaciones perdidas
01/07/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El museo de las momias Extravagancias mortuorias en Guanajuato

Reírse de la muerte nos es cuestión baladí. Sin embargo, en este museo singular de la bella localidad mexicana hace tiempo que lo llevan haciendo. Siempre con respeto, las momias son recuerdo de lo que fuimos, y de aquello a lo que podemos aspirar una vez nos visite la siniestra dama de la guadaña…

01/07/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El museo de las momias
Extravagancias mortuorias en Guanajuato
El museo de las momias Extravagancias mortuorias en Guanajuato
Situada a unos 365 km al noroeste de la capital mexicana, Guanajuato es una de las ciudades más hermosas del país a la que se le ha otorgado el distintivo de Patrimonio de la Humanidad. Tras la independencia mexicana y con Benito Juárez como presidente, Guanajuato fue capital del país y en la actualidad ocupa un lugar muy destacado dentro del panorama cultural de México.

Sin embargo, no es su belleza la que llama la atención, sino un museo que se ha convertido en su principal atractivo. Es el "Museo de las Momias", brutal lección de antropología cultural y filosofía fatalista, donde la extravagancia mortuoria toca fondo. Aquí la muerte sonríe…
A diferencia de otros museos arqueológicos los cuerpos momificados de este recinto no interesan por su edad milenaria. En realidad son muertos más o menos recientes que, al igual que ocurre en otros cementerios, se han conservado por las condiciones del lugar. Su atracción está a medio camino entre el miedo y la morbosidad, a tal punto que un buen número de visitantes se ha desmayado al entrar.

Guerras y epidemias
Antaño, durante las guerras revolucionarias, los cementerios de Guanajuato no abarcaban más enterramientos. Para las familias más pudientes eso no suponía ningún problema ya que, como solía ocurrir, sepultaban a sus difuntos dentro de las iglesias, en el lugar más cercano al altar, confiados en que serían los primeros en ser reconocidos en el momento de la resurrección.

En el año 1833 aparece el terrible cólera morbo, la epidemia más funesta de la que se guarda memoria en tierras mexicanas y que, desde meses atrás, estaba asolando gran parte del país. En 1850 retornó, aunque con menor intensidad. Sin embargo, la fuerza con la que ambas se cebaron en todo el Estado de Guanajuato fue devastadora, hasta el punto de que hubo que destinar con premura nuevos e improvisados lugares para cementerios, ya que los existentes no daban abasto para sepultar a la gran cantidad de decesos que se producían diariamente. Incluso el Ayuntamiento estipuló que la conducción de cadáveres a los depósitos y cementerios se realizara de cuatro a seis de la mañana y de siete a ocho de la noche, con el propósito de no deprimir el ánimo de la población. Era tan grande el temor a una mayor propagación de la epidemia que llegó a ser normal que las inhumaciones se practicaran tan pronto como iban siendo declarados difuntos. Eso provocó que en algunas ocasiones se sepultara a personas que todavía no habían expirado, y que en realidad fallecían finalmente, bien por desesperación y angustia al sentirse dentro de un féretro, bien por una lógica asfixia al faltarles oxígeno para respirar. De ahí que algunas de las momias muestren terribles muecas de horror.

Ante el acuciante problema de espacio y bajo la petición del Ayuntamiento local, en 1853 el Gobierno estatal se ve en la obligación de construir el panteón municipal. Tras su inauguración en 1861 los espacios se ocuparon rápidamente, por lo que, cada vez que el cementerio local requería sitio para depositar nuevos muertos, las tumbas antiguas eran desocupadas, dándose cuenta de que la mayoría de sus habitantes estaban incorruptos. Las familias acomodadas pagaban para que los restos de sus parientes difuntos fueran reducidos "a golpe de machete", pero quienes no disponían de esos recursos para cancelar el trámite, veían cómo sus familiares eran apilados en fosas.

Más tarde, se optó por arrendar las tumbas y, desde entonces, cada vez que se desahuciaba a un difunto porque sus familiares no pagaban la cuota y permanecía incorrupto, en lugar de ir a una fosa común, se le condenaba a ser expuesto en el sótano del panteón. De este modo las momias acumuladas se fueron colocando en dos filas a ambos lados del corredor creando una imagen morbosamente atractiva, una malsana curiosidad que el cineasta alemán Werner Herzog, conocido por usar imágenes reales en sus películas, utilizó en 1979 para iniciar su película Nosferatu, creando desde el principio el ambiente que caracteriza al filme.

El "Museo de las Momias"

En la actualidad las momias, todas ellas procedentes del Panteón Municipal de Santa Paula, se encuentran en el museo más famoso de la ciudad, un edificio colindante que recibe, en temporada baja, cerca de mil visitantes al día, y en época festiva o vacacional, alrededor de cinco mil, alcanzando el récord de ocho mil curiosos.

El primer y más antiguo de los 111 cuerpos incorruptos que actualmente conforman la colección –de los cuales 63 son mujeres, 5 niñas, 30 hombres y 13 niños– corresponde al médico francés Remigio Leroy, exhumado en 1865 del nicho 214, y el último ejemplar corresponde a un menor fallecido en 1984, exhumado en 1989 y puesto en exhibición el primero de octubre de 2005.

Según explica Felipe Macías López, director del museo, "cada uno de los cuerpos de la exposición permanecieron en su sepultura durante cinco años, por tratarse de gavetas no sujetas a perpetuidad. Una vez transcurrido el plazo, y no habiendo sido reclamados por sus parientes, los cuerpos fueron desalojados quedando en espera del periodo de prescripción de los derechos de reclamación de cinco años; después, la autoridad municipal quedó facultada para disponer de ellos".

Con total seguridad, las estrellas de la muestra son dos momias en especial. Se trata de una mujer embarazada que no pudo sobrevivir al parto y cuyo vientre abultado y seco cae a un lado de su cuerpo. Cuando se descubrió esta momia, tenía junto a ella el cadáver momificado de su hijo, un feto que no alcanzó a vivir y que, según reza un cartel situado sobre él, se ha convertido en la "momia más pequeña del mundo". Investigaciones realizadas por National Geographic revelaron que esta mujer tenía cuarenta años al morir. La constitución de sus huesos indicó que no recibía los nutrimentos necesarios para continuar con un embarazo a tan avanzada edad. El feto mide entre 19 y 20 centímetros, y presenta un período de gestación de cinco o seis meses. Según los estudios realizados, probablemente murió al nacer o, tal vez, nació muerto. El niño comparte vitrina con otras desafortunadas criaturas, destacando un par de gemelos de unos cuantos meses de vida que, sentados en unas almohadillas y con sus ojos huecos, visten sus pequeños trajecitos bordados…
¿Cómo reaccionan los visitantes ante tal despliegue de morbosidad? A decir verdad entre la gente que lo visita hay opiniones de todo tipo, "como en botica". Algunas personas salen encantadas; otras, las menos, piensan que es una falta de respeto hacia los muertos. Es sabido que el pueblo mexicano ha hecho de la muerte un ser cercano; de la sangre una ofrenda, y de los funerales una fiesta. Su imaginería se ha plagado de calaveras y calacas –esqueletos–, considerando una especie de sortilegio tener a un muñeco que simboliza la muerte en la mano, y lo hacen de tal forma que desconciertan al turista. Lo cierto es que pocas culturas están tan ligadas a la muerte como la mexicana. En los pasillos del museo alternan fotos de niños muertos con caricaturas y chistes de calaveras, de esqueletos y del personaje alegórico de la muerte. No en vano, los habitantes de Guanajuato se enorgullecen de poseer uno de los museos más visitados del país, y ven a las momias con fascinante admiración más que con morbo. Ahora bien, ¿nos gustaría realmente que, tras nuestra muerte, nos convirtiéramos en una momia encerrada tras una vitrina, siendo observados cada día por miles de ojos?
Un último y curioso detalle. A partir del año 2000 se realizaron mejoras y acondicionamientos de todo tipo en el museo con el fin de modernizar el enclave y ampliar su exposición. Sin embargo, tras estas mejoras se escondió también la noble intención de bursatilizar el museo, es decir, ingresarlo en la Bolsa de Valores mexicana.

Como dice el refrán, "El muerto al hoyo y el vivo al bollo". Y es que, como sabemos, hasta la muerte es un negocio…

David E. Sentinella
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