Civilizaciones perdidas
01/12/2006 (00:00 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El guardián del Grial
La idea que tenemos de las sagas artúricas, tan vinculadas al Grial, suelen remitirnos a los paisajes brumosos y nevados del norte de Europa. Por ello, puede resultar una sorpresa encontrarse con una serie de ermitas y enclaves en el norte de la provincia de Burgos, directamente relacionados desde hace siglos con el misterioso objeto (AÑO/CERO, 162).
En esos valles donde comenzó la historia de Castilla, se encuentran diseminadas pistas que sugieren la posibilidad de que la leyenda del Grial hubiese dado aquí sus primeros pasos, según fue plasmada en los romances, a partir del siglo XII.
Lo más curioso de esta hipótesis ha sido comprobar cómo se ha transformado de un cuento con sugestivas coincidencias toponímicas en una hipótesis con nuevos indicios que permiten establecer algunas conexiones con la historia del Grial. Este misterioso objeto ha estado asociado desde sus comienzos con la Orden del Temple, pues los caballeros aparecen como sus guardianes en Parzival, el famoso romance de Von Eschenbach. Si bien hasta la fecha la presencia templaria en la zona sólo se justificaba en base al vecino templo de Santa María de Siones y la posible conexión de un antepasado de su propietario en el siglo XIV con dicha Orden, los nuevos indicios permiten ampliar las sospechas a otros lugares de su entorno.
Como si de una embarcación encallada en un arrecife se tratase, la iglesia de San Pantaleón de Losa parece navegar sobre el valle, ofreciendo una inmejorable panorámica sobre el pequeño pueblo del mismo nombre y el resto de la comarca. Parece que desde el mismo momento de su construcción, esta iglesia románica acogió ciertas reliquias traídas desde Constantinopla y pertenecientes a Pantaleón, un médico de Nicomedia que fue martirizado en el siglo IV de nuestra era, y que fue conocido por sus milagros, que enlazan directamente con ciertos aspectos de la leyenda del Grial. Toda su vida es un compendio de conocimiento hermético pero, sin duda, el hecho más interesante se produjo durante su muerte. Sus verdugos le ataron a un olivo tras torturarle y finalmente fue decapitado. La sangre que brotó de su cabeza hizo florecer el árbol en ese instante, dando sus frutos. La relación de las rosas con el mito del Grial se puede encontrar en todo el ciclo griálico, desde los relatos de Chretien de Troyes hasta el Parzival de Eschenbach, pero lo más interesante es observar que en los alrededores de la ermita existen enclaves que nos recuerdan el símbolo de la rosa, como la población de Salinas de Rosío o la proliferación de cerros y vaguadas que llevan el apellido «espino» para referirse a ellos.
En el interior del templo se guarda la tapa de un sepulcro románico que, según la tradición, contiene los restos del santo, lo cual habría atraído a muchos peregrinos que decidían tomar este ramal secundario del camino jacobeo para venerarlo. No hay pruebas de que el cuerpo de Pantaleón estuviese realmente en la ermita, pero sí ha llegado a nuestros días la leyenda que vinculaba este templo con el Grial, a partir del relato de un peregrino medieval posiblemente llegado de tierras inglesas o escandinavas, que aseguraba haber contemplado la sangre del Salvador en el interior de la ermita, la cual identificó inmediatamente con el origen del mito
Geografía Mágica
Siempre se ha tomado esta leyenda como el fruto de la imaginación de un extranjero seducido por el paisaje y, sobre todo, por la toponimia que le rodeaba. Pero con la simple ayuda de un mapa y una regla podemos descubrir algunas relaciones geográficas que parecen indicar una vinculación entre algunos enclaves, tras los cuales pudo encontrarse el Temple. La iglesia de San Pantaleón perteneció en sus orígenes a los dominios del vecino monasterio de Valpuesta, encargado de velar por las diferentes parroquias de los valles de Ayala, Mena y Losa. Si unimos con una línea recta ambos lugares y la prolongamos, observaremos que en su camino atraviesa dos poblaciones que contaron con explotaciones de sal desde la época romana: la localidad alavesa de Salinas de Añana, y la ya mencionada Salinas de Rosío. En la primera de ellas se ha conservado un documento del siglo XVI que acredita la posesión templaria del antiguo monasterio de Atiega, ocupado más tarde por religiosas de San Juan de Jerusalén. En dicho documento se comenta que esta fundación es «la más antigua que hay en España de religiosas nuestras, por tradición en ella y en toda aquella comarca, de aver sido de Templarios», lo cual nos indica que su presencia no se habría limitado a este cenobio.
Aunque pueda ser una casualidad encontrar dos yacimientos de sal en el mismo recorrido que Valpuesta y San Pantaleón, si seguimos la misma línea hacia el norte alcanzaremos el templo románico de Bárcena de Pienza, de la misma escuela constructora que la anterior, y en cuyos relieves destaca un capitel ocupado por caballeros de una orden militar sin identificar. La coincidencia de temas y estilo en las tallas nos indica que sin dudas el mismo maestro cantero realizó los principales motivos escultóricos de ambas iglesias. Pero aún es más sorprendente el alineamiento si observamos que en todos los enclaves descritos se han localizado restos de una ocupación de época romana, bien sea en forma de santuarios (Valpuesta), necrópolis (San Pantaleón y Bárcena de Pienza) o explotaciones salinas. La sombra templaria aparece de nuevo cuando analizamos las relación entre la iglesia de Siones y la de San Pantaleón; si las unimos por un eje, y lo prolongamos hacia el sur, atravesaremos la ermita de San Bartolomé, presunta posesión de la Orden en pleno cañón del río Lobos (Soria).
¿Curioso juego cartográfico o plan preestablecido por las altas jerarquías templarias? Si bien podemos dejar margen para la duda sobre esta cuestión, ante las tremendas complicaciones de realizar cálculos adecuados sobre todo sin ayuda de modernos mapas topográficos, algunos elementos derivados de la propia orientación de San Pantaleón dejan poco margen a la casualidad. La situación del templo en la cima de la colina expresa un sentido y proyección solar muy presente en el románico, en este caso acentuado por los elementos del paisaje que la rodea. Hacia el noreste y visible desde la ermita, se encuentran el cerro de La Magdalena y la Peña del Cuerno, perfectamente alineados desde la posición de la iglesia, y cuya etimología parece remitirnos precisamente a la mitología templaria.
Orientación intencionada
Gracias a programas informáticos como Skyglobe, hoy hemos podido determinar que esta impresión no es casual. Si nos situáramos en el solsticio de verano del año en que fue consagrado el templo, 1207, observaremos con asombro que el sol nace casi exactamente en la dirección de este enclave, visto desde la colina de la iglesia; más exactamente, el amanecer por este punto preciso se sitúa el 24 de junio, fecha de la festividad de San Juan Bautista, uno de los patronos de la Orden y de gran importancia esotérica. La elección de esta fecha para designar el día del precursor de Cristo es muy antigua y hunde sus raíces primero en la mitología celta, pues estaba consagrada al dios Lug, cabeza de su jerarquía teológica, y en la mitología grecolatina después, al ser una fecha dedicada al culto al dios Jano, poseedor de las llaves del pasado y del futuro, y que habitualmente era representado con un rostro de dos caras. Siglos más tarde, para el Temple tendría un profundo significado, pues el Bautista había sido reconocido por Cristo como su precursor, aquel que anunció su inminente llegada y que, curiosamente, acabó sus días sufriendo una decapitación, como San Pantaleón.
No menos interesante es el sentido que adquieren en estas circunstancias los elementos geográficos donde se produce el amanecer del solsticio de verano. El cuerno es un símbolo asociado a las grandes revelaciones celestiales y en el Cristianismo representa la fuerza de la palabra de Dios, aunque sin olvidar que en el ciclo medieval es un elemento presente entre los atributos más nobles de la familia del Grial. Por otro lado, la Magdalena ha sido asociada a esta leyenda en diversas interpretaciones, como aquellas que la identifican como la compañera de Jesús y origen de un supuesto linaje divino identificado como el Sang real. Por el momento, todos los estudios realizados para encontrar pruebas de la existencia de este linaje se han topado con lagunas históricas en las que resulta difícil hallar algo de luz. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de la interesante relación entre María de Magdala y los templarios, pues resulta asombrosa la cantidad de enclaves de la Orden que están cerca de iglesias o topónimos con este nombre (Solana de los Barros, Jerez de los Caballeros, Zamora, Olivenza, Rivadavia o Tarazona, por poner algunos ejemplos). Es posible que bajo estas advocaciones se esconda una reivindicación del papel de la Magdalena que otros le habían negado.
No olvidemos que la elevación de la mujer en el relato evangélico fue posible en esta época gracias a San Bernardo de Claraval, impulsor y principal padrino del Temple. Por otra parte, el conocimiento astronómico de los constructores del románico burgalés está fuera de toda duda, y alienta la idea de que estas relaciones entre el ciclo solar y el entorno de San Pantaleón no responden a la casualidad. En las vecinas iglesias de Soto de Bureba y de Colina de Losa podemos advertir sendas representaciones zodiacales, y en la iconografía de otros muchos templos se conserva una gran variedad de elementos simbólicos relacionados con una mitología solar precristiana (grifos, leones, rayos, discos, rosetas ) que demuestran el interés de sus constructores por erigirlos en armonía con el conjunto de los ciclos cósmicos y, en especial, con los del astro rey. ¿Podemos considerar esta serie de relaciones tan sólo como un cúmulo de increíbles casualidades? Esta pregunta deja de tener sentido cuando observamos el amanecer del solsticio de verano desde el interior de la ermita, contemplando un efecto similar al de San Juan de Ortega, donde un rayo de sol equinoccial ilumina dos veces al año un magnífico capitel que escenifica la Anunciación y Natividad de Jesucristo. Los misterios de la ermita no han hecho más que comenzar.
Huellas Templarias
La documentación existente sobre la fundación de esta preciosa iglesia no arroja apenas datos más allá del siglo XIV. En esa época se tiene constancia de su pertenencia a la Orden de San Juan de Jerusalén.
Por desgracia no existe ninguna evidencia de cómo llegó el templo a manos hospitalarias, por lo que persiste la creencia de que su aparición en la historia conocida coincide precisamente con la desaparición de la orden templaria. Hasta hace unos años, el posible origen templario de San Pantaleón se basaba, casi exclusivamente, en las curiosas toponimias que parecían inspirarse en la leyenda del Grial. El vecino pueblo de Criales, cuyo verdadero nombre hace unos cuantos siglos era «Griales» y la iglesia de Santa María de Siones, al otro lado de los Montes de la Peña, que también se ha atribuido a los templarios y cuyo nombre parece evocar a la misteriosa Orden de Nuestra Señora del Monte Sión, irrumpen en la mente del viajero. Quizá el nombre más llamativo es de la Sierra Salvada, una suerte de estribación montañosa de la Cordillera Cantábrica que evoca el mítico Montsalvat germánico, donde Von Eschenbach situó al castillo del rey Pescador, sede del Grial. Aunque parece que éste es el único enclave en nuestro país que recuerda vagamente con su nombre al relato del Parzival, no constituye por sí solo ninguna evidencia de una posible relación con San Pantaleón de Losa, si bien es cierto que genera interesantes interrogantes.
Algunos de ellos se han comenzado a resolver con los trabajos arqueológicos y de restauración de los últimos años, que han permitido conocer detalles muy interesantes de la iglesia. Así, han salido a la luz restos de una construcción de época romana en el subsuelo, posiblemente del siglo IV, de la que apenas se aprecian las bases de un muro semicircular. Estos restos han sido identificados por algunos expertos como pertenecientes a una construcción de origen militar, si bien es más probable, en función de la tradición románica de cristianizar lugares de culto pagano, que se tratase de algún tipo de santuario o templo sagrado. Esto justificaría también la importancia de San Pantaleón como centro de peregrinaje desde el momento de su construcción, habida cuenta que se sabe que nunca acogió la sangre milagrosa del santo, reliquia que hoy podemos ver en el monasterio de la Encarnación de Madrid, y que congrega a miles de feligreses cada 27 de julio para contemplar el milagro de la licuación.
Más interesantes son las pinturas que se han descubierto en el muro norte de la iglesia, y los grafitti de la portada. Aunque no han sobrevivido demasiado bien, aún pueden advertirse ruedas dentadas concéntricas, dibujos geométricos, caballeros con lanza en ristre e incluso la figura de un gato que parece estar asociado con el pecado y los vicios. El conjunto pictórico ha sido relacionado con la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de la que se tiene constancia que disponía de una casa anexa, al menos desde el siglo XIV. A pesar de estas atribuciones, lo cierto es que dichas pinturas constituyen una prueba de relevancia de su fundación templaria. Entre las razones que sustentan esta afirmación se encuentra la similitud existente entre algunas figuraciones y otras encontradas en reconocidas posesiones del Temple en toda Europa, como la iglesia de Montsaunés (Francia), que presenta parecidos más que razonables.
En entrada occidental se esbozan todavía los rasgos de una cruz patada roja inscrita en un círculo, lo que parece acreditar el origen templario; aunque dicha cruz es considerada por algunos como una señal de la época sanjuanista, lo cierto es que los hospitalarios empleaban cruces con otra serie de rasgos. Una prueba de ello la tenemos en la iglesia de la Vera Cruz de Segovia, en cuya portada podemos admirar sendas cruces de malta pertenecientes al Hospital. En cambio, la cruz paté polilobulada se encuentra presente en reconocidas propiedades templarias como San Miguel de Bréamo o San Francisco de Betanzos, ambas en A Coruña y algo especialmente relevante para nuestra particular búsqueda, también la encontramos en la iglesia de San Bartolomé, en Soria. En este caso, la cruz aparece en uno de los capiteles interiores, rodeada por motivos geométricos romboidales de indudable similitud con las pinturas de San Pantaleón. Con tales referencias, la hipótesis templaria cobra una fuerza insospechada y, por tanto, la relación de esta ermita con el Santo Grial. Pero esta vinculación sólo puede entenderse al observar la insólita iconografía del templo, repleta de modelos singulares, que parecen guardar relación con las logias de constructores y sus secretos esotéricos.
Máscaras y gigantes
Tras la impresión inicial, el visitante queda perplejo ante la riqueza escultórica del exterior del templo, con multitud de detalles que son manifiestamente extraños en la tradición románica. Por encima de todos destaca el «gigantón», que recuesta su espalda en una de las columnas de la portada, y que parece sujetar sobre el hombro una pesada bolsa o piel. Una teoría apunta la posibilidad de que se trate de Sansón con la piel del león, dada su posible relación con un relieve que parece sustentar sobre su cabeza. Si bien esta hipótesis puede ser cierta, no podemos ignorar que la principal función de esta figura parece ser la de guardar la entrada al lugar sagrado; el tamaño de la misma, su ligera orientación hacia el eje de entrada y, sobre todo, la presencia en el lado derecho de la portada de un gran rayo parece acreditar la sacralidad concedida a todo el conjunto. El sentido apotropaico (de protección) de la iconografía exterior destaca el interés del maestro por alejar las influencias malignas del sancta sanctorum, y queda patente en las expresivas máscaras y rostros.
En ningún otro templo de la escuela de Mena-Villadiego podemos encontrarnos con estos motivos de intensidad poco corriente: hombres sacando la lengua, monstruos de grandes fauces, serpientes devorando a personas Y junto a todas ellas, misteriosos rostros hieráticos que siguen generando multitud de hipótesis. ¿Se trata tal vez de algunos freires de la Orden? Esos mismos rostros se repiten en otros templos del entorno y de la misma escuela (sin duda obra de los mismos canteros), a bordo de singulares barcas, a veces equipadas con remos y que parecen representar según las teorías más extendidas, el episodio bíblico de la pesca milagrosa. La relación con el Grial parece remitirnos en este caso al mítico Rey pescador, Amfortas, o tal vez se trate de una reminiscencia del tránsito de las almas por la laguna Estigia, mito heredado de las creencias paganas de la antigua Roma. Los recientes intentos por explicar el ciclo iconográfico de la ermita como episodios de la vida de Pantaleón chocan con la lógica cuando se encuentran con modelos que se repiten en otras iglesias vecinas, de diferente evocación.
Aún más intrigantes son los «prisioneros» que aparecen en las arquivoltas de la portada y de la ventana central del ábside, que sólo muestran la cabeza y las piernas, mientras el resto del cuerpo permanece oculto. El carácter insólito de estos personajes, que encontramos también en Santa María de Bareyo o en Siones, podría estar relacionado con algunos pasajes simbólicos de la aventura de Parzival, que aluden a un enclave mítico donde las almas van a parar a causa de sus pecados, antes de ascender a los cielos. De hecho, la carga del pecado es un tema recurrente en la iconografía de la escuela de Mena, siendo las representaciones del pecado original las más habituales en sus iglesias, posiblemente como reminiscencia de un estado de bienestar perdido al que constantemente hace alusión la leyenda del Grial. Un poco más allá, en la corona del ábside, un rostro con la boca tapada y las palmas hacia arriba parece guardar el secreto de San Pantaleón de Losa, en idéntica actitud a un relieve encontrado en la iglesia de la Virgen de la Peña (Sepúlveda), de la que también se sospecha un origen templario. ¿Qué misterio calla este personaje? ¿Realmente estuvo el Grial en sus inmediaciones? El tiempo, que espera paciente en estas soledades, aguarda el momento oportuno para responder todos los interrogantes que sigue planteando esta encantadora ermita burgalesa.
Lo más curioso de esta hipótesis ha sido comprobar cómo se ha transformado de un cuento con sugestivas coincidencias toponímicas en una hipótesis con nuevos indicios que permiten establecer algunas conexiones con la historia del Grial. Este misterioso objeto ha estado asociado desde sus comienzos con la Orden del Temple, pues los caballeros aparecen como sus guardianes en Parzival, el famoso romance de Von Eschenbach. Si bien hasta la fecha la presencia templaria en la zona sólo se justificaba en base al vecino templo de Santa María de Siones y la posible conexión de un antepasado de su propietario en el siglo XIV con dicha Orden, los nuevos indicios permiten ampliar las sospechas a otros lugares de su entorno.
Como si de una embarcación encallada en un arrecife se tratase, la iglesia de San Pantaleón de Losa parece navegar sobre el valle, ofreciendo una inmejorable panorámica sobre el pequeño pueblo del mismo nombre y el resto de la comarca. Parece que desde el mismo momento de su construcción, esta iglesia románica acogió ciertas reliquias traídas desde Constantinopla y pertenecientes a Pantaleón, un médico de Nicomedia que fue martirizado en el siglo IV de nuestra era, y que fue conocido por sus milagros, que enlazan directamente con ciertos aspectos de la leyenda del Grial. Toda su vida es un compendio de conocimiento hermético pero, sin duda, el hecho más interesante se produjo durante su muerte. Sus verdugos le ataron a un olivo tras torturarle y finalmente fue decapitado. La sangre que brotó de su cabeza hizo florecer el árbol en ese instante, dando sus frutos. La relación de las rosas con el mito del Grial se puede encontrar en todo el ciclo griálico, desde los relatos de Chretien de Troyes hasta el Parzival de Eschenbach, pero lo más interesante es observar que en los alrededores de la ermita existen enclaves que nos recuerdan el símbolo de la rosa, como la población de Salinas de Rosío o la proliferación de cerros y vaguadas que llevan el apellido «espino» para referirse a ellos.
En el interior del templo se guarda la tapa de un sepulcro románico que, según la tradición, contiene los restos del santo, lo cual habría atraído a muchos peregrinos que decidían tomar este ramal secundario del camino jacobeo para venerarlo. No hay pruebas de que el cuerpo de Pantaleón estuviese realmente en la ermita, pero sí ha llegado a nuestros días la leyenda que vinculaba este templo con el Grial, a partir del relato de un peregrino medieval posiblemente llegado de tierras inglesas o escandinavas, que aseguraba haber contemplado la sangre del Salvador en el interior de la ermita, la cual identificó inmediatamente con el origen del mito
Geografía Mágica
Siempre se ha tomado esta leyenda como el fruto de la imaginación de un extranjero seducido por el paisaje y, sobre todo, por la toponimia que le rodeaba. Pero con la simple ayuda de un mapa y una regla podemos descubrir algunas relaciones geográficas que parecen indicar una vinculación entre algunos enclaves, tras los cuales pudo encontrarse el Temple. La iglesia de San Pantaleón perteneció en sus orígenes a los dominios del vecino monasterio de Valpuesta, encargado de velar por las diferentes parroquias de los valles de Ayala, Mena y Losa. Si unimos con una línea recta ambos lugares y la prolongamos, observaremos que en su camino atraviesa dos poblaciones que contaron con explotaciones de sal desde la época romana: la localidad alavesa de Salinas de Añana, y la ya mencionada Salinas de Rosío. En la primera de ellas se ha conservado un documento del siglo XVI que acredita la posesión templaria del antiguo monasterio de Atiega, ocupado más tarde por religiosas de San Juan de Jerusalén. En dicho documento se comenta que esta fundación es «la más antigua que hay en España de religiosas nuestras, por tradición en ella y en toda aquella comarca, de aver sido de Templarios», lo cual nos indica que su presencia no se habría limitado a este cenobio.
Aunque pueda ser una casualidad encontrar dos yacimientos de sal en el mismo recorrido que Valpuesta y San Pantaleón, si seguimos la misma línea hacia el norte alcanzaremos el templo románico de Bárcena de Pienza, de la misma escuela constructora que la anterior, y en cuyos relieves destaca un capitel ocupado por caballeros de una orden militar sin identificar. La coincidencia de temas y estilo en las tallas nos indica que sin dudas el mismo maestro cantero realizó los principales motivos escultóricos de ambas iglesias. Pero aún es más sorprendente el alineamiento si observamos que en todos los enclaves descritos se han localizado restos de una ocupación de época romana, bien sea en forma de santuarios (Valpuesta), necrópolis (San Pantaleón y Bárcena de Pienza) o explotaciones salinas. La sombra templaria aparece de nuevo cuando analizamos las relación entre la iglesia de Siones y la de San Pantaleón; si las unimos por un eje, y lo prolongamos hacia el sur, atravesaremos la ermita de San Bartolomé, presunta posesión de la Orden en pleno cañón del río Lobos (Soria).
¿Curioso juego cartográfico o plan preestablecido por las altas jerarquías templarias? Si bien podemos dejar margen para la duda sobre esta cuestión, ante las tremendas complicaciones de realizar cálculos adecuados sobre todo sin ayuda de modernos mapas topográficos, algunos elementos derivados de la propia orientación de San Pantaleón dejan poco margen a la casualidad. La situación del templo en la cima de la colina expresa un sentido y proyección solar muy presente en el románico, en este caso acentuado por los elementos del paisaje que la rodea. Hacia el noreste y visible desde la ermita, se encuentran el cerro de La Magdalena y la Peña del Cuerno, perfectamente alineados desde la posición de la iglesia, y cuya etimología parece remitirnos precisamente a la mitología templaria.
Orientación intencionada
Gracias a programas informáticos como Skyglobe, hoy hemos podido determinar que esta impresión no es casual. Si nos situáramos en el solsticio de verano del año en que fue consagrado el templo, 1207, observaremos con asombro que el sol nace casi exactamente en la dirección de este enclave, visto desde la colina de la iglesia; más exactamente, el amanecer por este punto preciso se sitúa el 24 de junio, fecha de la festividad de San Juan Bautista, uno de los patronos de la Orden y de gran importancia esotérica. La elección de esta fecha para designar el día del precursor de Cristo es muy antigua y hunde sus raíces primero en la mitología celta, pues estaba consagrada al dios Lug, cabeza de su jerarquía teológica, y en la mitología grecolatina después, al ser una fecha dedicada al culto al dios Jano, poseedor de las llaves del pasado y del futuro, y que habitualmente era representado con un rostro de dos caras. Siglos más tarde, para el Temple tendría un profundo significado, pues el Bautista había sido reconocido por Cristo como su precursor, aquel que anunció su inminente llegada y que, curiosamente, acabó sus días sufriendo una decapitación, como San Pantaleón.
No menos interesante es el sentido que adquieren en estas circunstancias los elementos geográficos donde se produce el amanecer del solsticio de verano. El cuerno es un símbolo asociado a las grandes revelaciones celestiales y en el Cristianismo representa la fuerza de la palabra de Dios, aunque sin olvidar que en el ciclo medieval es un elemento presente entre los atributos más nobles de la familia del Grial. Por otro lado, la Magdalena ha sido asociada a esta leyenda en diversas interpretaciones, como aquellas que la identifican como la compañera de Jesús y origen de un supuesto linaje divino identificado como el Sang real. Por el momento, todos los estudios realizados para encontrar pruebas de la existencia de este linaje se han topado con lagunas históricas en las que resulta difícil hallar algo de luz. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de la interesante relación entre María de Magdala y los templarios, pues resulta asombrosa la cantidad de enclaves de la Orden que están cerca de iglesias o topónimos con este nombre (Solana de los Barros, Jerez de los Caballeros, Zamora, Olivenza, Rivadavia o Tarazona, por poner algunos ejemplos). Es posible que bajo estas advocaciones se esconda una reivindicación del papel de la Magdalena que otros le habían negado.
No olvidemos que la elevación de la mujer en el relato evangélico fue posible en esta época gracias a San Bernardo de Claraval, impulsor y principal padrino del Temple. Por otra parte, el conocimiento astronómico de los constructores del románico burgalés está fuera de toda duda, y alienta la idea de que estas relaciones entre el ciclo solar y el entorno de San Pantaleón no responden a la casualidad. En las vecinas iglesias de Soto de Bureba y de Colina de Losa podemos advertir sendas representaciones zodiacales, y en la iconografía de otros muchos templos se conserva una gran variedad de elementos simbólicos relacionados con una mitología solar precristiana (grifos, leones, rayos, discos, rosetas ) que demuestran el interés de sus constructores por erigirlos en armonía con el conjunto de los ciclos cósmicos y, en especial, con los del astro rey. ¿Podemos considerar esta serie de relaciones tan sólo como un cúmulo de increíbles casualidades? Esta pregunta deja de tener sentido cuando observamos el amanecer del solsticio de verano desde el interior de la ermita, contemplando un efecto similar al de San Juan de Ortega, donde un rayo de sol equinoccial ilumina dos veces al año un magnífico capitel que escenifica la Anunciación y Natividad de Jesucristo. Los misterios de la ermita no han hecho más que comenzar.
Huellas Templarias
La documentación existente sobre la fundación de esta preciosa iglesia no arroja apenas datos más allá del siglo XIV. En esa época se tiene constancia de su pertenencia a la Orden de San Juan de Jerusalén.
Por desgracia no existe ninguna evidencia de cómo llegó el templo a manos hospitalarias, por lo que persiste la creencia de que su aparición en la historia conocida coincide precisamente con la desaparición de la orden templaria. Hasta hace unos años, el posible origen templario de San Pantaleón se basaba, casi exclusivamente, en las curiosas toponimias que parecían inspirarse en la leyenda del Grial. El vecino pueblo de Criales, cuyo verdadero nombre hace unos cuantos siglos era «Griales» y la iglesia de Santa María de Siones, al otro lado de los Montes de la Peña, que también se ha atribuido a los templarios y cuyo nombre parece evocar a la misteriosa Orden de Nuestra Señora del Monte Sión, irrumpen en la mente del viajero. Quizá el nombre más llamativo es de la Sierra Salvada, una suerte de estribación montañosa de la Cordillera Cantábrica que evoca el mítico Montsalvat germánico, donde Von Eschenbach situó al castillo del rey Pescador, sede del Grial. Aunque parece que éste es el único enclave en nuestro país que recuerda vagamente con su nombre al relato del Parzival, no constituye por sí solo ninguna evidencia de una posible relación con San Pantaleón de Losa, si bien es cierto que genera interesantes interrogantes.
Algunos de ellos se han comenzado a resolver con los trabajos arqueológicos y de restauración de los últimos años, que han permitido conocer detalles muy interesantes de la iglesia. Así, han salido a la luz restos de una construcción de época romana en el subsuelo, posiblemente del siglo IV, de la que apenas se aprecian las bases de un muro semicircular. Estos restos han sido identificados por algunos expertos como pertenecientes a una construcción de origen militar, si bien es más probable, en función de la tradición románica de cristianizar lugares de culto pagano, que se tratase de algún tipo de santuario o templo sagrado. Esto justificaría también la importancia de San Pantaleón como centro de peregrinaje desde el momento de su construcción, habida cuenta que se sabe que nunca acogió la sangre milagrosa del santo, reliquia que hoy podemos ver en el monasterio de la Encarnación de Madrid, y que congrega a miles de feligreses cada 27 de julio para contemplar el milagro de la licuación.
Más interesantes son las pinturas que se han descubierto en el muro norte de la iglesia, y los grafitti de la portada. Aunque no han sobrevivido demasiado bien, aún pueden advertirse ruedas dentadas concéntricas, dibujos geométricos, caballeros con lanza en ristre e incluso la figura de un gato que parece estar asociado con el pecado y los vicios. El conjunto pictórico ha sido relacionado con la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de la que se tiene constancia que disponía de una casa anexa, al menos desde el siglo XIV. A pesar de estas atribuciones, lo cierto es que dichas pinturas constituyen una prueba de relevancia de su fundación templaria. Entre las razones que sustentan esta afirmación se encuentra la similitud existente entre algunas figuraciones y otras encontradas en reconocidas posesiones del Temple en toda Europa, como la iglesia de Montsaunés (Francia), que presenta parecidos más que razonables.
En entrada occidental se esbozan todavía los rasgos de una cruz patada roja inscrita en un círculo, lo que parece acreditar el origen templario; aunque dicha cruz es considerada por algunos como una señal de la época sanjuanista, lo cierto es que los hospitalarios empleaban cruces con otra serie de rasgos. Una prueba de ello la tenemos en la iglesia de la Vera Cruz de Segovia, en cuya portada podemos admirar sendas cruces de malta pertenecientes al Hospital. En cambio, la cruz paté polilobulada se encuentra presente en reconocidas propiedades templarias como San Miguel de Bréamo o San Francisco de Betanzos, ambas en A Coruña y algo especialmente relevante para nuestra particular búsqueda, también la encontramos en la iglesia de San Bartolomé, en Soria. En este caso, la cruz aparece en uno de los capiteles interiores, rodeada por motivos geométricos romboidales de indudable similitud con las pinturas de San Pantaleón. Con tales referencias, la hipótesis templaria cobra una fuerza insospechada y, por tanto, la relación de esta ermita con el Santo Grial. Pero esta vinculación sólo puede entenderse al observar la insólita iconografía del templo, repleta de modelos singulares, que parecen guardar relación con las logias de constructores y sus secretos esotéricos.
Máscaras y gigantes
Tras la impresión inicial, el visitante queda perplejo ante la riqueza escultórica del exterior del templo, con multitud de detalles que son manifiestamente extraños en la tradición románica. Por encima de todos destaca el «gigantón», que recuesta su espalda en una de las columnas de la portada, y que parece sujetar sobre el hombro una pesada bolsa o piel. Una teoría apunta la posibilidad de que se trate de Sansón con la piel del león, dada su posible relación con un relieve que parece sustentar sobre su cabeza. Si bien esta hipótesis puede ser cierta, no podemos ignorar que la principal función de esta figura parece ser la de guardar la entrada al lugar sagrado; el tamaño de la misma, su ligera orientación hacia el eje de entrada y, sobre todo, la presencia en el lado derecho de la portada de un gran rayo parece acreditar la sacralidad concedida a todo el conjunto. El sentido apotropaico (de protección) de la iconografía exterior destaca el interés del maestro por alejar las influencias malignas del sancta sanctorum, y queda patente en las expresivas máscaras y rostros.
En ningún otro templo de la escuela de Mena-Villadiego podemos encontrarnos con estos motivos de intensidad poco corriente: hombres sacando la lengua, monstruos de grandes fauces, serpientes devorando a personas Y junto a todas ellas, misteriosos rostros hieráticos que siguen generando multitud de hipótesis. ¿Se trata tal vez de algunos freires de la Orden? Esos mismos rostros se repiten en otros templos del entorno y de la misma escuela (sin duda obra de los mismos canteros), a bordo de singulares barcas, a veces equipadas con remos y que parecen representar según las teorías más extendidas, el episodio bíblico de la pesca milagrosa. La relación con el Grial parece remitirnos en este caso al mítico Rey pescador, Amfortas, o tal vez se trate de una reminiscencia del tránsito de las almas por la laguna Estigia, mito heredado de las creencias paganas de la antigua Roma. Los recientes intentos por explicar el ciclo iconográfico de la ermita como episodios de la vida de Pantaleón chocan con la lógica cuando se encuentran con modelos que se repiten en otras iglesias vecinas, de diferente evocación.
Aún más intrigantes son los «prisioneros» que aparecen en las arquivoltas de la portada y de la ventana central del ábside, que sólo muestran la cabeza y las piernas, mientras el resto del cuerpo permanece oculto. El carácter insólito de estos personajes, que encontramos también en Santa María de Bareyo o en Siones, podría estar relacionado con algunos pasajes simbólicos de la aventura de Parzival, que aluden a un enclave mítico donde las almas van a parar a causa de sus pecados, antes de ascender a los cielos. De hecho, la carga del pecado es un tema recurrente en la iconografía de la escuela de Mena, siendo las representaciones del pecado original las más habituales en sus iglesias, posiblemente como reminiscencia de un estado de bienestar perdido al que constantemente hace alusión la leyenda del Grial. Un poco más allá, en la corona del ábside, un rostro con la boca tapada y las palmas hacia arriba parece guardar el secreto de San Pantaleón de Losa, en idéntica actitud a un relieve encontrado en la iglesia de la Virgen de la Peña (Sepúlveda), de la que también se sospecha un origen templario. ¿Qué misterio calla este personaje? ¿Realmente estuvo el Grial en sus inmediaciones? El tiempo, que espera paciente en estas soledades, aguarda el momento oportuno para responder todos los interrogantes que sigue planteando esta encantadora ermita burgalesa.
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