Civilizaciones perdidas
12/05/2017 (10:23 CET) Actualizado: 12/05/2017 (10:23 CET)

El enigma del hombre de hierro

Venerada por los nazis, se trata de la única estatuilla de una figura humana fabricada sobre un meteorito. Texto: J. J. Montejo / J. González-Alcalde

12/05/2017 (10:23 CET) Actualizado: 12/05/2017 (10:23 CET)
El enigma del hombre de hierro
El enigma del hombre de hierro

La que nos ocupa es una estatuilla de unos 24 centímetros de altura y aproximadamente 10,6 kilogramos de peso, que representa a una supuesta deidad en posición sedente y con un aura alrededor de su cabeza. El «Hombre de hierro» –nombre por el cual se la conoce– se cubre con un gorro tibetano, lleva barba –lo que no se corresponde con las costumbres del País de las Nieves– y un aro o pendiente en la oreja derecha. Viste túnica, capa y una armadura en la que, aproximadamente a la altura del estómago, destaca una esvástica budista levógira. Va calzado hasta los tobillos y con su mano derecha adopta la postura del Varadamudra, gesto asociado a la concesión de un deseo. Finalmente, en su mano izquierda sostiene una piedra de la que parecen salir llamas.

La estatua fue adquirida entre abril de 1938 y mayo de 1939 por la Ahnenerbe o Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, una de cuyas misiones científicas había viajado al Tíbet. Los expedicionarios estaban dirigidos por el SS Ernst Schäfer, famoso zoólogo y etnólogo de 25 años. Schäfer ya había estado en la región dos veces, en 1931 y 1934. Fueron expediciones auspiciadas por el norteamericano Brooke Dolan II, un aventurero que más tarde perteneció a la OSS (Office of Strategic Services), antecesora de la CIA. El viaje de 1938 era, por tanto, su tercera expedición, si bien la primera financiada por Heinrich Himmler, a fin de  descubrir, entre otros objetivos, los orígenes de la raza aria…

INVESTIGACIÓN Y RESULTADOS
Transportada a Alemania, posiblemente a Munich, la escultura acabó formando parte de una colección privada, y no se volvió a saber de ella hasta 2007, año en que fue subastada –tras el fallecimiento de su propietario– y pasó a manos de un comprador cuya identidad se ha mantenido secreta. El nuevo propietario se la mostró a Elmar Buchner, científico del Instituto de Estudio de los Planetas de la Universidad de Stuttgart, quien aseguró a la BBC que el material era meteórico, entre otras cosas por las impresiones generadas al fundirse la superficie. En un análisis posterior, se confirmó su riqueza en níquel y cobalto. Era una ataxita, meteorito que no suele encontrarse en la Tierra. El profesor Buchner aseguró que «menos del 0,1% de todos los meteoritos y menos del 1% de los meteoritos de hierro son ataxitas, por lo que es el tipo más raro de meteoritos que puedes encontrar (…) Estábamos bastante asombrados por los resultados, aunque lo que más me sorprendió fue que pudiéramos determinar que la estatua proviene del 'Chinga' (…) su precio es absolutamente inestimable y se trata de un objeto único en todo el mundo».

ARTEFACTO POLÉMICO
Chinga es el nombre de un meteorito que alcanzó una región de muy difícil acceso, en la frontera entre Siberia y Mongolia, hace unos 10.000 ó 20.000 años. Sin embargo, los detalles históricos y etnológicos de esta escultura y la fecha de su cincelado no se conocen con exactitud. Si acaso, Buchner y su equipo, tras consultar a dos especialistas en arte oriental, han sugerido que la figura podría estar relacionada con la cultura Bön, una tradición chamánica y animista que floreció en el Tíbet en el siglo XI. Aunque es conocido que los restos del Chinga se recuperaron en 1913, el fragmento en el que se talló la escultura se habría recogido muchos siglos antes.

En cualquier caso, sí sabemos que la estatua sería la tercera pieza más grande fabricada con material procedente de este cuerpo sideral, y la única figura humana conocida labrada en un meteorito. Las conclusiones sobre el hallazgo fueron publicadas en septiembre de 2012 por la revista Meteoritics and Planetary Science. No obstante, apenas cuarenta y ocho horas después de la difusión de dichas conclusiones, John Huntington, un historiador del arte de la Universidad del Estado de Ohio (EE UU), declaró que era una falsificación: «La escultura parece un pastiche de elementos que no tienen nada que ver unos con otros y, por tanto, es probable que sea una pieza de fantasía moderna, de entre 1920 y 1940». Además, Huntington indicó que la cara y la barba no tienen nada en común con las costumbres tibetanas, añadiendo que la figura sería «el producto de un escultor europeo muy ignorante en cuanto al arte tibetano o que estaba divirtiéndose o cometiendo un fraude en un nivel muy básico».

Otro detractor de la autenticidad de la figura es Achim Bayer, experto en budismo de la Universidad Dongguk (Corea del Sur). Cree que la representación es una falsificación europea de principios del siglo XX y ha encontrado trece detalles en la misma indicativos de una falsificación. Asegura, por ejemplo, que los pantalones de la figura no son parecidos a nada de lo usual en Tíbet o Mongolia, pues «usan túnicas, pero nunca pantalones". También subraya que la figura no va descalza ni con las botas tradicionales, sino con zapatos hasta los tobillos. Según Bayer, Matthew Kapstein, uno de los más reconocidos tibetólogos de Estados Unidos y Carmen Meinert, autora del libro Arte Budista de Mongolia, respaldarían sus asertos.

¿ORIGEN BUDISTA?
En general, no hay acuerdo entre los especialistas acerca de la autenticidad de la figura. Como tampoco lo hay entre quienes creen que se trata de un objeto fidedigno. En cuanto a estos últimos, los hay que ven en ella una representación budista. Otros, en cambio, opinan que es anterior en el tiempo o pre-budista, tal vez de época Bön, como ya hemos mencionado y tal como sugirió el profesor Elmar Buchner; aunque ello no implica que fuese cincelada por aquellos chamanes. En este sentido, no puede soslayarse que, desde el siglo VIII, hay presencia budista en el Tíbet. Por entonces, Guru Rimpoche fundó la escuela tibetana de budismo Nyngma, aunque posteriormente decayó su influencia con el resurgir de la tradición Bön. Pero tiempo después, en el siglo XI, cuando se supone que fue esculpida la escultura, Atisha había reactivado el budismo en el País de las Nieves, tal y como puntualizan Marcel Lalou y S. G. F. Brandon. Teniendo en cuenta este aspecto, no es improbable que la pieza provenga de la tradición budista y no de la Bön.

Asumiendo esta «línea budista», la misteriosa figura podría representar al dios Vaisravana, guardián de la dirección del norte y de la mansión celestial, también conocido como «Rey Budista del Norte». Vaisravana es uno de los Cuatro Reyes Celestiales, cada uno asociado a una dirección cardinal. También está considerado como el Jefe de los Cuatro Reyes, conocido en el budismo como Jambhala o Dzambhalla en el Tíbet, donde se diferencia Vaisravana (en tibetano Nam Te) de Dzambhalla, que adopta cinco formas distintas. Sin embargo, mucho tiempo antes, en la India antigua, era el dios Kúbera, también llamado Rajaraja o rey de reyes, Gujia Adhipa o el señor de lo oculto, lokapalá o protector del mundo, Iaksá Raya o rey de los Iaksás o espíritus de la naturaleza, en general benévolos, guardianes de los tesoros naturales escondidos en la Tierra y en las raíces de los árboles. Kúbera es amigo del dios Shiva, conocido como Kailasa Nikétana o morador del Monte Kailas. Esta montaña sagrada era conocida como Kúbera achala o Montaña de Kúbera, y él como Kailasa Nath o Señor de Kailas. Es significativo que la cordillera del Himalaya se llamara Kúbera-guiri o Montes de Kúbera.

PARAÍSO MÍTICO
Si bien prolijos, todos estos detalles nos llevan a los dominios de una muy conocida y antiquísima leyenda. En ella se habla de un Paraíso en el que se ha desterrado para siempre la injusticia, el dolor y la tristeza, y al que sólo pueden acceder los puros de corazón. Las tradiciones rusas defendidas por los antiguos creyentes lo llaman Belovodiye y lo sitúan al sur de Siberia, en la antigua ruta de los tártaros. Para los antiguos chinos es el Paraíso Occidental de Hsi Wang-Mu o Reina Madre de Occidente, poblado por los Inmortales, que con cuerpos perfectos viven felices

en una sociedad magníficamente organizada. Por su parte, los hindúes la llaman Paradesha o Aryavarsha, tierra de donde provinieron los Vedas; en tanto que mongoles y tibetanos la denominan Chang Shambhala o Shambhala del Norte. Allí vivirían, siempre según esta leyenda, unos Maestros espirituales de gran perfección que velarían por el avance espiritual de la Humanidad…

Las crónicas asiáticas están llenas de referencias a estos míticos lugares. Fueron recogidas, entre otros pueblos, por los antiguos chinos, cuando los emperadores enviaban legados para consultar a los Sabios sobre asuntos del Imperio del Centro.

Todas las informaciones referentes a este asunto fueron publicadas por autores como Alexandre Saint-Yves d´Alveydre en Misión de la India; Ferdinand Ossendowski en Bestias, Hombres, Dioses; Nikolái Roerich en Shambhalla, la resplandeciente; René Guenón en El Rey del Mundo; y otros muchos…

Precisamente, la fama de la escultura se la debemos al presunto interés que ésta despertó entre determinados jerarcas del Partido Nazi, aquellos que, vinculados con el ocultismo, se habrían fijado en la enigmática cultura Bön y, por extensión, en los conocimientos de los Maestros Espirituales. En cualquier caso, no parece que la expedición nazi de 1938 tuviera éxito en sus objetivos. Por lo tanto, seguramente, la operación pudo quedar reducida a algún tipo de acuerdo de colaboración con los políticos tibetanos que entonces gobernaban ese país. Ignoramos si el «Hombre de hierro» formó parte de dicho acuerdo, pero es probable que la esvástica que adorna el pecho de la figura llamara la atención de los expedicionarios, que vieron en ella, sin duda erróneamente, un vínculo entre sus tradiciones y las de aquellas tierras legendarias…

SÍMBOLO SAGRADO Y MULTICULTURAL
La esvástica ha sido considerada un símbolo sagrado a lo largo y ancho del mundo, a través de los siglos y para muchas culturas, entre ellas los antiguos griegos, persas, celtas o, en España, las culturas ibérica y celtibérica. También fue usual en la iconografía de los nativos norteamericanos y en algunas religiones como el hinduismo y el budismo. Recordemos, a este respecto, numerosas representaciones de Buda con dicho símbolo bien visible sobre el pecho. Particularmente, una de ellas, en la que luce una esvástica levógira. Nos referimos a la considerada como escultura más alta del mundo, terminada en el año 2002 y conocida como el Buda del Templo de la Primavera, en Lushan, provincia de Henan (China). Representa a Vairocana, el Buddha Central de los Cinco Budas de la Sabiduría. Mide 128 metros de altura, incluidos los 20 metros del trono en forma de flor de loto. La envergadura total del conjunto alcanzaría los 153 metros, si contamos el edificio sobre el que se ubica, es decir, casi tres veces el tamaño de la Estatua de la Libertad.

La esvástica también ha sido profusamente utilizada en el Tíbet, de donde supuestamente proviene el «Hombre de hierro». Sin embargo, la que adorna esta figurilla es levógira, o sea, opuesta a la empleada por los nazis. Este detalle no pareció importarles a los expedicionarios alemanes, que quizá la consideraron un interesante botín por razones que se nos escapan.

Siguiendo con la simbología del «Hombre de Hierro», también advertíamos de la presencia, en su mano izquierda, de una piedra de la que parecen salir llamas. ¿Un guiño a la proveniencia meteórica de la escultura? Quizá, pero también, atendiendo a la mitología, podría deducirse que evoca a la denominada Piedra Chintamani.

Recordemos que esta piedra procedería de un meteorito y, entre los años 1923 y 1928, el ya citado Nikolái Roerich habría tenido contacto con ella. Según Andrew Tomas, la Chintami estaría conectada con Shambhala, lugar donde los nazis pretendían encontrar el origen de la «raza aria».

PROPIEDADES MÁGICAS
Otra cuestión no menos sugerente es la referida al tallado mismo del «Hombre de Hierro», dado que el material meteórico es particularmente inapropiado para ello. Obviamente, quienquiera que cincelara esta piedra no la eligió por su maleabilidad, sino por las propiedades místicas y mágicas asociadas con los meteoros… Y es que el mundo de las «piedras celestes» ocupa un importante capítulo en las tradiciones de numerosas culturas. Conocidos por las civilizaciones de la Antigüedad, fueron asimilados a las divinidades debido a su procedencia estelar. Sin embargo, los representantes de la ciencia «racional moderna» tardaron mucho tiempo en reconocer su existencia. En el siglo XIX, la Academia de Ciencias francesa declaró la no existencia de meteoritos, a los que denominó productos de la fantasía. Incluso el francés Georges Cuvier, fundador de la anatomía comparada, apoyó tan disparatada declaración, afirmando rotundamente, y sin que le temblaran las piernas, lo siguiente: «Las piedras no pueden caer del cielo, porque en el cielo no hay piedras». Por eso, consuela mucho que la comunidad científica internacional variara su absurdo criterio decimonónico y hoy discurra por los caminos de la realidad.

INFRUCTUOSA BÚSQUEDA EN EL REINO SECRETO
La historia de esta misteriosa estatuilla expoliada por los nazis es ciertamente compleja. Aunque probablemente haya que entroncarla en la tradición místico-legendaria del Sacerdote-Rey y del Reino Secreto que, del mismo modo que el Grial y otros arcanos de nuestro enigmático pasado, tanto obsesionaron a los jerarcas de la SS-Anhenerbe. En cualquier caso, sí se da por cierto que el «Hombre de Hierro» formó parte del botín que Ernst Schäfer y los suyos obtuvieron en el Tíbet, un botín que también incluyó valiosos textos antiguos –como una edición completa del Kangyur o Canon Budista tibetano– y estudios antropométricos de varios centenares de habitantes de la región, esto último a propósito de sus pesquisas en pos del origen de la raza aria, una búsqueda tan infructuosa como descabellado era su presupuesto inicial. Ernst Schäfer tampoco encontró la mítica Agartha, ni Shangri-La, pero eso no debió importarle demasiado a Heinrich Himmler, que le condecoró junto con el resto de la expedición al Tíbet. Su suerte continuó finalizada la guerra, pues resultó exonerado. Quién sabe, tal vez el «Hombre de Hierro» oculte algo que se nos escapa y que su actual propietario –se supone que un coleccionista austriaco de origen oriental– sigue tratando de desvelar.

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