Una tormenta solar gigante
Un estudio demuestra que hace unos 14.000 años, la Tierra fue 'bombardeada' por una tormenta solar de proporciones descomunales
Sabemos que, en ocasiones, nuestro sol se pone violento. Una “ira” que suele manifestarse en forma de tormentas solares que emiten radiaciones peligrosas y que, de ser lo suficientemente intensas, son capaces de producir efectos perceptibles en nuestro planeta. A principios de este mes de octubre, la revista Philosophical Transactions of the Royal Society publicó un estudio que revela que, hace unos 14.000 años, la Tierra fue “bombardeada” por una tormenta solar de proporciones descomunales.
Los autores de este estudio llegaron a esta conclusión después de analizar los anillos de varios troncos de árboles semifosilizados descubiertos en los Alpes franceses. Al estudiarlos, encontraron altos niveles de radiocarbono en un único anillo de hace unos 14.300 años aproximadamente. El Carbono 14 (C-14) es un isótopo de carbono que se forma cuando los rayos cósmicos chocan con los átomos de nitrógeno de la atmósfera terrestre. Así pues, la presencia de altos niveles de radiocarbono en el anillo de un árbol indica que hubo un aumento notable de los rayos cósmicos en esa época.
Esta idea parece verse refrendada por otro hallazgo reciente en núcleos de hielo desenterrados en Groenlandia, en los que se detectó altos niveles de berilio en la misma época. El berilio también se crea más comúnmente cuando los rayos cósmicos impactan con los núcleos de otros elementos. Con estos datos, los investigadores creen que este pico de radiación cósmica tuvo su origen en una tormenta solar masiva, que provocó una enorme llamarada solar.
La tormenta solar registrada en los anillos de los árboles estaría fuera de nuestra comprensión actual
El Sol es una gigantesca bola de plasma en cuya superficie se producen a menudo violentas tormentas que pueden alcanzar el tamaño de nuestro planeta, y que emiten al espacio partículas y radiaciones muy peligrosas. Por suerte, la Tierra cuenta con un “escudo” protector, una capa llamada magnetosfera que, gracias a su campo magnético, nos protege en gran medida de la acción dañina de las peligrosas partículas de alta energía procedentes del astro rey y, de paso, nos regala el bellísimo espectáculo de las auroras boreales y australes.
Sin embargo, en ocasiones el Sol se muestra más irascible y, además de la radiación habitual, durante las tormentas solares también expulsa de forma violentísima fragmentos de corona solar, un fenómeno que se conoce como Eyección de Masa Coronal (CME, en sus siglas en inglés) y durante el cual se liberan grandes cantidades de plasma y radiación electromagnética.
Según los científicos autores del estudio publicado por la Philosophical Transactions, el aspecto que habría tenido la tormenta solar registrada en los anillos de los árboles estaría fuera de nuestra comprensión actual, hasta el punto de que se trataría de la más grande jamás identificada. «Una tormenta solar similar hoy en día sería catastrófica para la sociedad tecnológica moderna», explicaron en declaraciones a la prensa.
Este tipo de tormentas solares colosales son denominadas “Eventos Miyake” y, aunque nunca han sido observadas directamente, sí contamos con evidencias directas a través del registro fósil. Hasta la fecha, se conocen unos seis eventos de este tipo. El más reciente se produjo hace 1.030 años.
De las tormentas solares observadas directamente, la más fuerte se produjo en 1859, y fue documentada por el astrónomo británico Richard Carrington, razón por la cual este suceso ha pasado a la historia como el “Evento Carrington”. En los dos primeros días de septiembre de aquel año, en el Sol se desató una fortísima tormenta geomagnética y, como consecuencia, una eyección de masa coronal (CME) acabó alcanzando la Tierra. Según las crónicas de la época y los registros científicos, se produjeron auroras boreales en latitudes insólitas, por ejemplo, en Cuba, Hawái o incluso Colombia. Además, se registraron fallos y alteraciones en los servicios de telégrafos de toda Europa y Norteamérica: en algunos casos los operarios sufrieron descargas eléctricas, en otros se desataron incendios, e incluso hubo lugares donde los telegrafistas informaban de que podían seguir operando incluso aunque los aparatos estuvieran desconectados.
Aquella tormenta solar tuvo lugar en un momento de escasa dependencia tecnológica, hoy las consecuencias serían desastrosas
Por fortuna, aquella tormenta solar tuvo lugar en un momento de escasa dependencia tecnológica, pero si una similar ocurriera hoy en día y alcanzara nuestro planeta, las consecuencias serían desastrosas: solo hay que pensar en todas las cosas que dependen de satélites GPS, sistemas de comunicaciones, suministro eléctrico, etc. Si una tormenta geomagnética nos impactara de lleno, produciría un desastre económico enorme y multitud de accidentes y muertes indirectas.
El 23 de julio de 2012 se produjo una tormenta solar de una magnitud similar a la de 1859, pero por suerte en esa ocasión la eyección de masa coronal no alcanzó nuestro planeta por nueve días. En marzo de 1989, otra de estas tormentas –por suerte de una magnitud muy inferior– sí dio en el blanco, y como resultado se produjo el colapso de la red eléctrica de Quebec durante varias horas, y la caída de la señal de algunas emisoras de radio del hemisferio norte.
El “Evento Carrington” de 1859 generó una energía equivalente a unos 10.000 millones de bombas nucleares de un megatón. Como comparación, un “Evento Miyake” es varias veces mayor que el de Carrington y, concretamente, el detectado en los anillos de árboles, sería hasta 160 veces más potente. Sabemos que las erupciones solares y las CME son más habituales y “potentes” en ciclos de unos 11 años, coincidiendo con el máximo solar (un periodo de mayor actividad de nuestra estrella). Esto no significa que haya más probabilidades de que se produzca una “súper llamarada” en estos periodos, pero los investigadores sí advierten de que los “Eventos Miyake” suelen producirse aproximadamente cada mil años. El más reciente tuvo lugar hace 1.030 años, así que la pregunta inevitable es: ¿cuándo será el próximo?
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