Ciencia
12/12/2018 (15:53 CET) Actualizado: 12/12/2018 (15:53 CET)

Se busca extraterrestre para hablar con él

El gran reto de la humanidad no es tanto encontrar otra vida inteligente en el Universo como poder entendernos con ella una vez que la hallemos. Ante esta última situación se ha sido tradicionalmente muy pesimista, pero las expectativas están cambiando.

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Se busca extraterrestre para hablar con él
Se busca extraterrestre para hablar con él

La reciente película La llegada plantea una situación descorazonadora: el ansiado encuentro, tras milenios de búsqueda, entre dos civilizaciones del cosmos y la frustración de no poder comunicarse entre sí. No cabe duda de que estamos ante una posibilidad real y habitualmente considerada por los astrobiólogos como la más probable. Una máxima decepción después de invertir tanto esfuerzo en el empeño.

Sin embargo, la Conferencia Internacional para el Desarrollo del Espacio celebrada en Los Ángeles en mayo de 2018 ha roto el pesimismo y propiciado un hilo consistente de esperanza. ¿Estaría tan alejado el lenguaje de los extraterrestres del nuestro que nunca podríamos entendernos con ellos? ¿No lograríamos intercambiar conocimientos científicos, tecnológicos, filosóficos y religiosos? ¿Ni poder disfrutar de sus avances ni ellos de los nuestros por un problema insuperable de traducción de lenguas?

La respuesta del foro es que, después de todo, ambos idiomas surgidos en rincones apartados del firmamento no resultarían demasiado ajenos. Pensemos en el pulpo. Junto con los calamares y sepias, constituyen el grupo de los cefalópodos, muy distintos a los vertebrados a los que pertenece nuestra especie. El antepasado común de cefalópodos y vertebrados está muy lejos en la cadena evolutiva. Les separan varias ramas del árbol de la vida hasta el punto de que los dos grupos han seguido sus propias líneas evolutivas por senderos biológicos y ambientales opuestos a lo largo de 600 millones de años.

En ese largo viaje, los vertebrados han desarrollado su propio cerebro complejo con órganos sofisticados para los sentidos. Los cefalópodos también lo han hecho, bajo una organización radicalmente distinta y sin tener un ancestro común con los vertebrados del que partir. En el mejor de los casos, ese antepasado pudo disfrutar de un cerebro demasiado simple, pero también pudo ni siquiera disponer de uno.

Por lo tanto, estamos ante dos dilatados senderos evolutivos recorridos cada cual a su manera, sin un plan común y dándose la espalda uno al otro. No obstante, el resultado final de los cerebros complejos de cefalópodos y vertebrados resulta inesperadamente similar.

¿Podría ocurrir algo semejante con los lenguajes del universo? En los ojos del pulpo y los seres humanos advertimos una circunstancia parecida. Actualmente, la biología considera que esos órganos ópticos han evolucionado más de cuarenta veces en nuestro planeta recorriendo itinerarios alternativos dentro del árbol de la vida.

No en vano existen muchos tipos variados de ojos entre los seres vivos de la Tierra, pero los ojos del pulpo y los nuestros son bastante similares. La razón de que, partiendo de ámbitos y bases biológicas alejadas entre sí, se termine produciendo una evolución convergente yace fuera del proceso seguido y no dentro de él. La evolución no obra ajena al entorno, sino sometida al mismo.

Por lo tanto, en el desarrollo del ojo, además de la dinámica intrínseca de la teoría evolutiva, está el hecho de que se deben cumplir las leyes de la óptica. Si un animal requiere tener una vista aguda, no existe más camino que adaptarse a dichas leyes físicas.

Pues bien, con los lenguajes cósmicos podría suceder lo mismo y, al igual que muchos lingu?istas defienden la existencia de una gramática universal en nuestro planeta, donde todas la lenguas humanas parecen gozar de una estructura de fondo común, también en el universo podría existir una base compartida puesto que todos los idiomas deberían inevitablemente cumplir con la lógica y la aritmética que suponen características inherentes a cualquier rincón del cosmos conocido.

Como ocurre con las leyes de la óptica para el ojo, las relaciones matemáticas y lógicas son entidades reales presentes en el mundo fuera de nosotros y que la mente humana descubre porque se adaptó biológicamente a ellas. En consecuencia, a la hora de que una especie extraterrestre manejara un lenguaje, debería evolucionar siguiendo esos mismos cauces. Y ahí sería donde su mundo y el nuestro se encontrarían.

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