Así podría ser el auténtico Juicio Final
Nuestro sistema solar y nuestra galaxia pueden parecer lugares apacibles y seguros, pero lo cierto es que vivimos en un Universo en el que acechan numerosos peligros que podrían acabar con nuestra civilización y la vida en el planeta Tierra en un abrir y cerrar de ojos. Estas son algunas de las amenazas que podrían hacernos desaparecer…
Los estallidos de rayos gamma o los agujeros negros parecen amenazas muy lejanas, pero nuestro Sol, la estrella que nos proporciona energía, luz y calor, puede ser también fuente de eventos catastróficos. El Sol es una gigantesca bola de plasma en cuya superficie se producen a menudo violentas tormentas que pueden alcanzar el tamaño de nuestro planeta, y que emiten al espacio partículas y radiaciones muy peligrosas. Por suerte, la Tierra cuenta con un 'escudo' protector, una capa llamada magnetosfera que, gracias a su campo magnético, nos protege en gran medida de la acción dañina de las peligrosas partículas de alta energía procedentes del astro rey y, de paso, nos regala el bellísimo espectáculo de las auroras boreales y australes.
La 'explosión' provocada por una tormenta solar podría devolver a nuestra sociedad a una época de desarrollo preindustrial
Sin embargo, en ocasiones el Sol se muestra más irascible y, además de la radiación habitual, durante las tormentas solares también expulsa de forma violentísima fragmentos de corona solar, un fenómeno que se conoce como Eyección de Masa Coronal (CME, en sus siglas en inglés) y durante el cual se liberan grandes cantidades de plasma y radiación electromagnética. Si la 'explosión' producida durante una CME de gran potencia se dirigiera directamente hacia la Tierra, sus efectos se dejarían sentir de forma notable, y tendrían el potencial de causar graves daños en nuestra tecnología y podrían devolver a nuestra sociedad, aunque fuera temporalmente, a una época de desarrollo preindustrial.
Los seres humanos no sufriríamos daños directos a causa de la potente radiación electromagnética liberada por estas violentas eyecciones de masa coronal, pero los satélites geoestacionarios, los tendidos eléctricos y todos los aparatos con circuitos electrónicos se verían afectados, causando un caos global de consecuencias impredecibles. Y no se trata de un escenario meramente hipotético: ya ha ocurrido antes, aunque por suerte en momentos de menor dependencia tecnológica que la actual.
En 1859 tuvo lugar la tormenta solar más fuerte de la que se tiene constancia hasta la fecha, y fue documentada por el astrónomo británico Richard Carrington, razón por la cual este suceso ha pasado a la historia como el "Evento Carrington". En los dos primeros días de septiembre de aquel año, en el Sol se desató una fortísima tormenta geomagnética y, como consecuencia, una eyección de masa coronal acabó alcanzando la Tierra. Según las crónicas de la época y los registros científicos, se produjeron auroras boreales en latitudes insólitas, por ejemplo, en Cuba, Hawaii o incluso Colombia. Además, se registraron fallos y alteraciones en los servicios de telégrafos de toda Europa y Norteamérica: en algunos casos los operarios sufrieron descargas eléctricas, en otros se desataron incendios, e incluso hubo lugares donde los telegrafistas informaban de que podían seguir operando incluso aunque los aparatos estuvieran desconectados.
Si una tormenta geomagnética nos impactara de lleno, produciría un desastre económico enorme y multitud de accidentes y muertes indirectas
Por fortuna, aquella tormenta solar tuvo lugar en un momento de escasa dependencia tecnológica, pero si una similar ocurriera hoy en día y alcanzara nuestro planeta, las consecuencias serían desastrosas: piense en todas las cosas que dependen de satélites GPS, sistemas de comunicaciones, suministro eléctrico, etc. Si una tormenta geomagnética nos impactara de lleno, produciría un desastre económico enorme –algunos cálculos hablan de más de 2 billones de dólares sólo en EE.UU.– y multitud de accidentes y muertes indirectas. Además, según el profesor Ying Liu, del Laboratorio Estatal Chino de Clima Espacial, tardaríamos en recuperarnos del desastre entre 4 y 10 años. El 23 de julio de 2012 se produjo una tormenta solar de una magnitud similar a la de 1859, pero por suerte en esa ocasión la eyección de masa coronal no alcanzó nuestro planeta por nueve días. En marzo de 1989, otra de estas tormentas –por suerte de una magnitud muy inferior– sí dio en el blanco, y como resultado se produjo el colapso de la red eléctrica de Quebec durante varias horas, y la caída de la señal de algunas emisoras de radio del hemisferio norte.
La pregunta, por tanto, no es si una tormenta solar afectará en algún momento a la Tierra, sino cuándo será la próxima. Normalmente estos fenómenos son más habituales y 'potentes' en ciclos de unos 11 años –aunque a menudo varían algunos años–, coincidiendo con el máximo solar (un periodo de mayor actividad de nuestra estrella). El último momento de máximo solar tuvo lugar en 2014, pero no hubo una actividad especialmente intensa. ¿Qué sucederá en los próximos años?
FALSO VACÍO, LA CATÁSTROFE DEFINITIVA
La mecánica cuántica es un campo de la física que, en el último siglo, nos ha permitido analizar la realidad desde puntos de vista novedosos y fascinantes… Y, en algunas ocasiones, bastante inquietantes, pues algunos de sus postulados sugieren que el Universo podría resultar aniquilado en cualquier momento, y en sólo un instante, sin que pudiéramos evitarlo y sin ni siquiera darnos cuenta de ello.
En términos de física cuántica, se denomina "verdadero vacío" al estado de un sistema físico que está en su mínimo de energía. Por el contrario, un "falso vacío" sería un sistema metaestable de alta energía, aunque en apariencia vacío. Si hiciéramos un símil, el verdadero vacío sería como una roca en el fondo de un valle, quieta y estable; por el contrario, un falso vacío sería una roca suspendida en precario equilibrio en lo alto de una pared de ese mismo valle: por ahora se sostiene, pero bastaría una ráfaga de viento fuerte o el pequeño impacto de otra piedra para que se despeñase al fondo del precipicio. A ese estado de inestabilidad del "falso vacío" se le denomina "metaestable" y, frente a lo que nos dicta nuestra experiencia en la realidad cotidiana, puede prolongarse durante largos periodos, incluso miles de millones de años, dando la sensación de una falsa estabilidad.
Algunos físicos teóricos consideran que nuestro universo se encuentra en un estado de falso vacío y en cualquier momento podría transformarse en "vacío auténtico"
En 1980, los físicos Sidney Coleman y Frank de Luccia publicaron un artículo científico de carácter teórico en el que proponían que nuestro universo, pese a lo que pueda parecer a simple vista, se encuentra en un estado de falso vacío y en cualquier momento podría transformarse en "vacío auténtico". Ese proceso, sin embargo, no sería inofensivo. Según Coleman, De Luccia y otros físicos teóricos que han abordado la Teoría del Falso Vacío –o Decaímiento del Vacío–, el paso de un estado a otro se produciría mediante la aparición de una 'burbuja' en algún punto del Universo, cuyas paredes se irían expandiendo en todas direcciones a la velocidad de la luz. En el centro de dicha burbuja terminaría por colapsarse toda la materia contenida en ella, y este mismo proceso acabaría propagándose el resto del Universo, causando su destrucción. En un cerrar de ojos. Sin avisar. Kaputt. Game Over.
¿Vivimos realmente en un "falso vacío"? Y, en caso afirmativo, ¿es muy probable que acabe destruido por una 'burbuja' devastadora? Es difícil responder a esas preguntas, y de hecho hay disparidad de opiniones entre los especialistas. Para algunos expertos, el hecho de que no haya sucedido ya algo sí podría indicar que hay algo que desconocemos que impide que ocurra. Para otros físicos teóricos, sin embargo, el decaimiento del vacío podría suceder en cualquier momento o, según algunos cálculos, no ocurrir hasta dentro de 20 o 30 mil millones de años… Si le sirve de consuelo: en caso de producirse, ni siquiera llegaríamos a darnos cuenta de ello, así que no vale la pena preocuparse en exceso.
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