Los milagros de Jesús a la luz de la ciencia
Un análisis crítico de los Evangelios nos permite descubrir que los milagros atribuidos al «Hijo de Dios» pueden ser perfectamente explicados por la ciencia
Fue a mediados del siglo XVIII cuando surgió, en Alemania, la primera corriente racionalista acerca de la figura de Jesús de Nazaret –que hasta entonces había sido interpretada casi exclusivamente desde el ámbito religioso y de la fe–, y que fue bautizada como «Búsqueda del Jesús histórico». Esta escuela de pensamiento no cuestiona la existencia histórica de Jesús, pero sí su naturaleza divina o mesiánica. Así pues, frente a los milagros que se describen en los Evangelios, esta corriente racionalista despliega dos marcos explicativos: la que interpreta estos prodigios como simples metáforas simbólicas para ensalzar la figura de Jesús y la que, aceptando su realidad histórica, intenta buscarles una explicación no sobrenatural.
Entre los milagros protagonizados por Jesús, destacan aquellos que se refieren a un dominio sobre la naturaleza, como la capacidad para calmar la tempestad o la «transubstanciación» o conversión de una materia en otra.
CONVIRTIENDO EL AGUA EN VINO
Prodigio: Invitado junto a sus discípulos a unas bodas en Caná de Galilea, Jesús advirtió que se había acabado el vino. Su madre le sugirió que interviniese, pero él respondió en un principio que todavía no había llegado su hora. Solicitó a los sirvientes que llenasen de agua seis tinajas de piedra –de unos 100 litros– y cuando el maestresala probó el líquido elemento, éste se había convertido en vino.
Explicación: El primer –y probablemente más popular– milagro de Jesús solo aparece en uno de los evangelios (Juan 2, 1), cuya lectura –a diferencia de los sinópticos– está más subordinada a interpretaciones simbólicas. Otorgándole veracidad, Heinrich E. G. Paulus (1761-1852), teólogo de la escuela racionalista alemana, sugiere que Jesús hizo traer secretamente unas tinajas del mejor vino para sorprender a los invitados.
Sin embargo, tal y como explica el sacerdote católico John P. Meier, autor de Un judío marginal (1991), una atenta lectura permite descubrir dificultades de tipo histórico que hacen muy difícil aceptar este relato. Así, por ejemplo, en los banquetes nupciales de la antigua Palestina no existía una figura como el maestresala, entonces solo presente en la cultura helenística. Tal y como argumenta Antonio Piñero, catedrático de Filología Neotestamentaria y una de las máximas autoridades en el estudio de la figura de Jesús, esta escena, más próxima a la descripción de un banquete griego, debe interpretarse bajo un prisma de lectura teológica: «El cambio de agua en vino –explica en Guía para entender el Nuevo Testamento (2006)– simboliza el hecho de que Jesús sustituye los ritos del Antiguo Testamento por unos nuevos: el agua de las tinajas para las abluciones judías se convierte en vino, que es también símbolo de Jesús».
MULTIPLICANDO PANES Y PECES
Prodigio: En un monte, en la ribera oriental del lago Tiberiades, una muchedumbre de más de 5.000 hombres –«sin contar mujeres y niños»– acompañaba a Jesús. Éste cogió cinco panes y dos peces y, tras bendecirlos, los partió mientras sus discípulos los repartían entre la gente. Satisfechos, hubo sobras que llenaron doce canastos.
Explicación: Éste es el único prodigio relatado por los cuatro evangelistas (Marcos y Mateo mencionan incluso un segundo episodio que se repite con siete panes). Desde una perspectiva racionalista, se ha argumentado que Jesús pudo conminar a quienes llevaban consigo comida para que la compartieran con los demás. Una vez más, es J. P. Meier quien cuestiona la historicidad de este episodio al encontrar en él retazos del Antiguo Testamento: en el Libro Segundo de Reyes (4, 42) encontramos un pasaje que se titula, precisamente, Multiplicación de los panes, y que relata cómo el profeta Eliseo (siglo IX a. C.) da de comer a cien personas con solo veinte panes.
CAMINANDO SOBRE LAS AGUAS
Prodigio: Después de orar en el monte, Jesús fue al reencuentro con sus discípulos, que navegaban en una barca por el mar de Galilea –también conocido como lago de Tiberíades o Genesaret–. Lo hizo caminando sobre las aguas, que se habían encrespado como consecuencia del fuerte viento, para sorpresa de los apóstoles que, tomándole por un fantasma –probablemente porque ya había anochecido–, empezaron a gritar. Jesús anima a Pedro a seguir sus pasos, pero éste termina sumergiéndose: «Hombre de poca fe –le recrimina su Maestro–, ¿por qué vacilaste?».
Explicación: Este relato tiene como fuentes originales a Juan (6,16) y a Marcos (6, 45) a partir del cual Mateo «corta y pega» en su Evangelio y amplía la versión mostrando a Pedro a punto de ahogarse al seguir a su Maestro. Para Paulus, quien pretende ofrecer siempre una explicación no sobrenatural a los «milagros», es probable que el mal tiempo hubiera varado la barca de los discípulos muy cerca de la orilla, sin que estos se percataran al ser de noche. Al tratar de seguir sus pasos, Pedro debió resbalar perdiendo el equilibrio. El propio evangelio de Juan resulta esclarecedor al comentar: «Quisieron subirlo a la barca (a Jesús), pero la barca se encontraba enseguida en la orilla adonde se dirigían».
En 2006, Doron Noff, profesor de Oceanografía de Florida, propuso una explicación desde la paleolimnología (disciplina que estudia la evolución de los ecosistemas acuáticos): la formación de placas de hielo como consecuencia de un contraste térmico entre corrientes fluviales –sin que la temperatura descendiese por debajo de los cuatro grados–, podría haber permitido al Nazareno «andar sobre las aguas». Es una explicación rebuscada, pero que refleja el interés que despiertan en algunos ámbitos académicos los milagros de Jesús. El religioso J. P. Meier, por su parte, señala que este episodio nunca tuvo lugar: su relato se inspiraría en versículos del Antiguo Testamento, donde a Yahvé se le describe poéticamente «caminando sobre el mar» (Job 9, 8) y teniendo dominio sobre las aguas. La necesidad de identificar a Jesús con el Dios-Mesías llevaría a los discípulos a inventar esta crónica.
¿RESUCITANDO A LOS MUERTOS?
La resurrección de difuntos es una de las cuestiones que plantea más dificultades entre los historiadores de la figura de Jesús. Sobra decir que, desde una perspectiva científica, se trata de relatos imposibles de aceptar por el sentido común, lo que implica la búsqueda de una explicación alternativa, siempre y cuando se otorgue a estos episodios un mínimo de historicidad.
LA HIJA DE JAIRO
Prodigio: Jesús acompañó a Jairo, jefe de una sinagoga, para sanar a su hija de doce años, que estaba agonizando. A su llegada, los familiares les dijeron que la niña ya había fallecido. El Nazareno respondió que la niña no había muerto, sino que estaba dormida, lo que causó burlas entre los presentes. Dirigiéndose a ella le dijo: Talithá kum, que en arameo significa: «Niña, levántate». Al escuchar esto, la pequeña se enderezó y comenzó a corretear. Antes de despedirse, Jesús ordenó que se diera de comer a la niña y que no contaran a nadie lo ocurrido.
Explicación: Aunque este relato aparece en los tres evangelios sinópticos, se considera que la fuente original la proporciona Marcos (Mc 5, 21). Algunos escépticos argumentan que este milagro pudo ser una «teatralización» que contribuyera a dar renombre a la figura de Jesús; lo que no encajaría con su orden de silenciar lo acontecido. Sin cuestionar la existencia de una base real en esta narración, lo más probable es que la hija de Jairo no hubiera fallecido todavía. La dificultad, hace dos mil años, de diagnosticar cuándo se había producido un óbito hace plausible que nos encontremos ante un relato de «sanación» que la tradición oral, recogida luego por los evangelistas, convirtió en «resurrección». Así pues, resulta más verosímil aceptar que la hija de Jairo hubiera caído en un estado cataléptico o de coma del que salió gracias a un estímulo, como la voz de Jesús.
EL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN
Prodigio: En la localidad galilea de Naín, Jesús se encontró con el funeral del hijo único de una desconsolada viuda. Compadecido, se aproximó al ataúd y dijo: «Joven, yo te lo mando: levántate». Y el muerto se enderezó y se puso a hablar.
Explicación: A pesar de tratarse de una resurrección, este prodigio solo es recogido en uno de los evangelios, el de Lucas (7, 11), lo que sugiere que puede tratarse de una invención piadosa que debe interpretarse en el contexto de la «teología» de este evangelista. Para Gérard Rochais, profesor de Ciencias de la Religión de la Universidad de Québec (Canadá), este pasaje carece de historicidad, y muy probablemente, a juzgar por su sospechosa similitud, se inspira en el capítulo «Resurrección del hijo de la viuda», del libro 1 Reyes (17,17) del Antiguo Testamento.
«LAZARO, LEVÁNTATE Y ANDA»
Prodigio: Avisaron a Jesús para decirle que Lázaro, hermano de María y Marta, estaba enfermo en su casa en Betania. Sin embargo, el Nazareno decidió posponer su visita, y no llegó hasta que el cuerpo de Lázaro ya llevaba cuatro días sepultado. Asomándose a su tumba, Jesús gritó: «¡Lázaro, sal fuera!» y éste salió, por su propio pie, cubierto de vendas.
Explicación: La más iconográfica de las resurrecciones protagonizadas por Jesús solo se relata en uno de los evangelios, el de Juan, que es precisamente el más tardío en su redacción (finales del siglo I), lo que genera dudas en torno a su historicidad. Siguiendo la narrativa evangélica, el de Lázaro sería el último milagro protagonizado por el Nazareno antes de enfrentarse a su calvario, en lo que parece antojarse como un preludio de la Resurrección.
La explicación brindada por Ernest Renan en La Vie de Jésus (1863), insinuando que Marta y María se confabularon para ofrecer un acontecimiento prodigioso que acallase las «malas lenguas» contra Jesús en Jerusalén y terminasen reconociéndolo como el Mesías, es ya un clásico: «Quizás Lázaro, todavía pálido por su enfermedad, se había rodeado de vendas como un hombre muerto, encerrándose en la tumba de su familia (…) Jesús quería ver una vez más al que había amado y, habiendo quitado la piedra, Lázaro salió con sus vendajes y la cabeza rodeada por una mortaja. Este suceso fue interpretado por los presentes como una resurrección».
C. H. Dodd (1884-1973), teólogo protestante, ofrece una explicación más sencilla: la resurrección de Lázaro es un relato de factura joánica, aunque no descarta que el autor se inspirase en alguna historia de tradición oral.
¿EXPULSANDO DEMONIOS?
Aunque los exorcismos debieron ser una práctica habitual durante su ministerio público, son al menos siete las ocasiones en que los evangelios describen cómo Jesús sanó a personas que manifestaban perturbaciones que, en el contexto de la época, se atribuían a la intervención de espíritus malignos. Obviamente, la descripción de estos trastornos puede explicarse perfectamente desde el actual marco médico y psiquiátrico: hoy sabemos que lo que antaño se interpretaban como posesiones demoníacas responden a un amplio abanico de alteraciones que abarca desde ataques epilépticos hasta brotes psicóticos. Dejando a un margen el diagnóstico psiquiátrico que subyace detrás de cada uno de estos sucesos, teólogos como J. P. Meier prefieren analizar la historicidad de cada uno de estos episodios.
–El endemoniado de Cafarnaúm (Galilea). Al comienzo de la vida pública de Jesús, en una sinagoga, un endemoniado le reconoció como «el santo de Dios». Probablemente se trate de una invención –en los evangelios de Marcos y Lucas– con pretensiones teológicas, que persigue como objeto presentar a Jesús como el Hijo de Dios.
–El poseído de Gerasa (Decápolis, Jordania). Es descrito, con numerosas contradicciones, por los tres sinópticos. Jesús expulsó a los demonios –que responden al nombre de Legión y que le identifican como el «Hijo de Dios»– y les permitió introducirse en una piara de cerdos que terminó precipitándose por un barranco, en un episodio en el que algunos advierten claves humorísticas para el pueblo judío (Legión simbolizaría al Imperio romano). Según Meier, el relato integra demasiadas capas de lectura teológica como para descartar que se trate de un episodio auténtico.
–El «niño epiléptico». Relatado en los sinópticos, los discípulos eran incapaces de exorcizar a un joven que, desde niño, estaba poseído por un espíritu que lanzaba su cuerpo rígido al suelo y le hacía rechinar los dientes expulsando espumarajos por la boca. Se trata, como puede advertirse, de la descripción de un caso clínico de epilepsia.
–El endemoniado «ciego y mudo». Aparece en Mateo y Lucas, introduciendo un elemento de dificultad –que suele respaldar la historicidad de un relato– al sugerir por parte de los presentes que Jesús ejercía su poder sobre los demonios a través de Belcebú. Por supuesto, es difícil precisar cuánto hay de real y cuanto de ficticio en este episodio.
–El endemoniado mudo. Es un pasaje breve, en Mateo, que se antoja como copia del relato anterior; probablemente persiguiendo algún objetivo de «relleno» literario.
–La hija de la cananea. Mateo y Marcos relatan cómo, en la frontera norte de Galilea, una mujer pidió a Jesús que liberase a su hija, «atormentada por un demonio». El Nazareno no necesitó ver a la niña para decirle a la madre: «El demonio ya ha salido de tu hija». La singularidad de los detalles que contiene esta narración (acontece en la frontera, la mujer es gentil, Jesús se muestra inicialmente reacio…) parecen otorgarle veracidad a un presumible sustrato histórico, aunque algunos teólogos lo consideran una especie de metáfora con la que ilustrar la «teología misionera de la Iglesia primitiva».
–Los demonios de la Magdalena. Lucas menciona que Jesús era acompañado por los Doce y algunas mujeres que él había sanado, entre ellas María Magdalena, de la que habían salido «siete demonios» (sic).
¿SANANDO A LOS ENFERMOS?
Los milagros de Jesús ocupan aproximadamente un tercio de los evangelios sinópticos –cifra que se reduce a un 15% en el cuarto evangelio–, lo que significa que son elementos importantes en la «propaganda de fe» de los primeros cristianos. De entre los prodigios atribuidos al Nazareno, son las sanaciones las que podrían asentarse sobre una mayor base de historicidad.
Desde una perspectiva crítica, no hay inconveniente en aceptar que hubo un hombre que predicó desempeñando un ministerio taumatúrgico, algo habitual en la Palestina del siglo I. Desde un punto de vista médico, el efecto placebo, que desencadena mecanismos de autosanación en algunos enfermos cuando son sugestionados, es uno de los argumentos que se esgrimen para explicar muchas de estas curaciones; máxime cuando se trata de sintomatologías de naturaleza psicosomática. Asimismo, muchas enfermedades crónicas siguen un curso evolutivo que puede alternar episodios de mejora momentánea.
En Jericó, un mendigo ciego llamado Bartimeo recobró la vista por intervención de Jesús. El relato, que aparece en los tres sinópticos, parece responder a algún hecho real. En Betsaida (Galilea), Marcos (8, 22) describe cómo Jesús tuvo que mojar dos veces los ojos de un ciego en saliva para que éste recobrara la visión, después de afirmar que veía a los hombres «como si fueran árboles que caminan». El hecho de recurrir a un procedimiento de tipo mágico (la saliva) y solo logre la sanación al segundo intento es motivo para que, tal vez, los otros evangelios sinópticos hayan silenciado este episodio. Ese criterio de vergüenza o dificultad es precisamente el que se esgrime para otorgar cierta dosis de veracidad a este relato. Un método similar, como es el de formar barro con tierra y saliva, es el que utiliza Jesús en Jerusalén para curar a un «ciego de nacimiento» según Juan (9,1), solicitándole luego que se bañe en la piscina de Siloé.
La supuesta resurrección de Lázaro solo se relata en uno de los evangelios, lo que suscita ciertas dudas sobre su autenticidad
LOS SÁBADOS, MILAGRO
En Cafarnaúm, la dificultad para acercarse a Jesús hizo que cuatro hombres practicaran un boquete en el techo del lugar donde se encontraba haciendo descender a un paralítico en su camilla para que fuera sanado. Las inusuales circunstancias de este pasaje –relatado en los tres sinópticos–, contribuyen a respaldar una posible historicidad.
En Jerusalén, los enfermos acudían al estanque de Bethesda, a cuyas aguas se les atribuían poderes milagrosos. La imposibilidad de un enfermo en camilla para sumergirse en la piscina hizo que Jesús interviniese y le sanase (Juan 5, 1). Otras curaciones, realizadas en una sinagoga, son las de un hombre que presentaba una mano lisiada (Marcos 3, 1) y las de una mujer encorvada (Lucas 13,10). Estas curaciones, realizadas en sábado (día de descanso en el calendario judío) se convirtieron en uno de los detonantes que justificaban la persecución del Nazareno.
«LIMPIANDO» A LOS LEPROSOS
A pesar de que la lepra es una de las enfermedades más iconográficas del Nuevo Testamento, solo son dos los episodios en los que Jesús sana a leprosos: un enfermo de Galilea (relatado en los sinópticos) y otros diez mencionados por Lucas (17, 11), de los cuales solo uno (un samaritano) regresa para agradecer a Jesús su curación. Las dificultades de diagnóstico de la época convierten la lepra en una especie de «cajón de sastre»: lo que hoy se entiende como una enfermedad infecciosa de la piel, servía entonces para etiquetar un amplio abanico de sintomatologías cutáneas como la psoriasis, muy asociada a causas psicosomáticas y cuyo curso, con episodios de mejoría, es susceptible de ser aliviada por sugestión.
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