Ciencia
24/11/2014 (13:32 CET) Actualizado: 28/11/2014 (13:20 CET)

El meteorito del fin del mundo

Los especialistas de la NASA y de otras agencias espaciales ya no ocultan su preocupación ante la trayectoria que sigue un enorme meteorito, bautizado con el aséptico nombre de 1999 RQ36. Según los últimos cálculos, existen altas probabilidades de que en 2182 impacte contra nuestro planeta. Por esta razón, equipos de astrofísicos están siguiendo atentamente su recorrido, al tiempo que se ponen en marcha multimillonarios proyectos para desviarlo llegado el momento.

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meteorito apocalipsis 1999 RQ36 apofis apophis nasa impacto
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Por Juan José Sánchez-Oro

La posibilidad de que el asteroide 1999 RQ36 se estrelle contra la Tierra puede estimarse aproximadamente en una entre mil. Pero resulta sorprendente que más de la mitad de probabilidades corresponden al año 2182». Quien así habla no es ningún profeta apocalíptico, sino una científica de prestigio internacional. Se trata de la profesora María Eugenia Sansaturio, perteneciente a la Universidad de Valladolid y con una larga trayectoria profesional a sus espaldas en la detección de amenazas estelares sobre nuestro planeta. Ya en 2002 formó parte del equipo fundador del Spaceguard-Spain, el sistema español dedicado a la búsqueda de meteoritos y bólidos peligrosos para la Tierra. Desde entonces, Sansaturio escruta con el máximo interés el cosmos, pendiente de cualquier objeto letal que pudiera atravesarlo. Hace unos años puso sus ojos sobre uno que sus colegas habían despreciado. El asteroide en cuestión era el 1999 RQ36, de reciente conocimiento entre los astrónomos, puesto que la primera parte del nombre corresponde a la fecha de su hallazgo.
En aquellos momentos, la trayectoria del asteroide pasó bastante desapercibida. La NASA le otorgó una posibilidad entre 3.850 de que terminara estrellándose contra la superficie terrestre. Sin embargo, nuevos cálculos incrementaron el riesgo y dispararon las alarmas. Primero fue un equipo de investigadores italianos quienes, en 2009, ampliaron la probabilidad de impacto a una entre 1.400 y, apenas unos meses después, la profesora Sansaturio estrechó aún más el margen hasta situarlo en uno entre 500 para el año 2182. Finalmente, publicó estos resultados en la revista Icarus junto a otros científicos de la Universidad de Pisa (Italia), del Laboratorio de Propulsión a Chorro (EE UU) y del Instituto de Astrofísica Espacial y Física Cósmica en Roma (Italia).

PELIGRO REAL
Nos haremos una mejor idea de la peligrosidad del 1999 RQ36, si recordamos que la probabilidad de impacto contra la Tierra del asteroide Apophis, centro de atención de todas las agencias espaciales del mundo, es de una entre 250.000 para el año 2036. La diferencia es absolutamente descomunal con respecto al 1999 RQ36. No obstante, el Apophis puso en alerta a varios organismos internacionales, que pensaron en fletar alguna misión conjunta destinada a desviar cuanto antes a este asteroide de su ruta.
Pero, ¿es para tanto? La respuesta es sí, porque a estos cálculos y estimaciones siempre debemos añadir un cierto margen de incertidumbre que jugaría todavía más en nuestra contra. Así, por ejemplo, la órbita del 1999 RQ36 ha sido fijada a partir de 290 observaciones ópticas y 13 mediciones por radar. Pero estos estudios no resultan garantía suficiente, pues es bien sabido que los asteroides ven modificada su trayectoria por el denominado «efecto Yarkovsky». Ivan Osipovich Yarkovsky fue un ingeniero ruso que, hacia 1900, observó cómo el calor del Sol podía alterar la órbita de un pequeño objeto rotatorio. La radiación era absorbida e irradiada de manera diferente según se hiciera de día o de noche sobre su superficie. Una circunstancia que, a la larga, terminaba por cambiar o acelerar la ruta del objeto en cuestión, sobre todo si las proporciones del bólido celeste no eran excesivamente grandes, como ocurre con el 1999 RQ36. En los planetas, sin embargo, el efecto Yarkovsky apenas deja huella porque estos tienen una masa muy superior.
«La consecuencia de toda esta compleja dinámica es no sólo la existencia de una probabilidad de impacto comparativamente elevada, sino que únicamente podríamos intentar desviar su trayectoria poco antes de la colisión, en 2180, o previamente a 2160, lo cual sería más factible», advierte Sansaturio. Pero, además, es aconsejable saber con mucha antelación la existencia de esta amenaza, porque las medidas a tomar requieren de una tecnología que aún no está desarrollada.

EFECTOS FATALES
Otra evidencia poco halagüeña es que el 1999 RQ36 posee un tamaño considerable. Aparenta un diminuto punto de luz perdido en lo más profundo del universo y, sin embargo, tiene unos 560 metros de ancho, el equivalente a casi 6 campos de futbol y más del doble del temido Apophis. Su colisión contra la Tierra causaría estragos irreparables en un área muy extensa de la misma. En 2010, una investigación realizada por el Instituto de Ciencias Planetarias de Tucson (Arizona, EE UU) y financiada por la NASA, concluyó que una roca espacial de 500 metros a un kilómetro de diámetro podría generar una descomunal catástrofe ambiental, incluso aunque impactara contra el mar. Los efectos en cadena provocados por tal suceso serían devastadores. Hasta ahora se pensaba que una colisión de esta clase desencadenaría un poderoso tsunami. A pesar de su violencia, sólo tendría repercusiones en los litorales circundantes, defendían los científicos. Sería, por tanto, una desgracia localizada en una zona determinada. Nuestro planeta podría encajar el golpe y el número víctimas, tanto humanas como de animales, sería asumible para todas las especies.
Pero el nuevo estudio elaborado en Tucson cambió el enfoque. Se preocupó por observar cómo perjudicaría ese gran choque a la capa de ozono y ahí surgió la sorpresa: la química atmosférica superior quedaría absolutamente perturbada. Estaríamos hablando de un agujero que eliminaría enormes proporciones de ozono durante varios años. La disminución de esta protección elevaría la radiación ultravioleta, lo que repercutiría en el cultivo de alimentos, el crecimiento de las plantas, el ADN molecular y potenciaría las quemaduras de la piel o las cataratas oculares en los seres humanos. El índice de radiación ultravioleta estimado rondaría el valor 20, cuando ya con 10 se recomienda no permanecer al sol demasiados minutos.

SIEMPRE EN INTERIORES
Una de las investigadoras firmantes de este trabajo, Elisa Pierazzo, pronosticaba que «nunca hemos llegado a extremos semejantes y no sabemos exactamente qué es lo que ocurriría, pero probablemente tendríamos que permanecer en interiores para protegernos y salir sólo por la noche, después del atardecer, para evitar daños mayores». Pierazzo también aprovechó las conclusiones de su investigación para clamar por el desarrollo de una tecnología espacial capaz de destruir o neutralizar posibles asteroides peligrosos. Al mismo tiempo, sugería la siembra de cultivos más tolerantes a los rayos ultravioletas y almacenes de alimentos para todos esos años en los que la productividad agrícola se redujera considerablemente.
 

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