Descifrando el código del amor
Un estudio reciente indaga en el código del amor y confirma que los mamíferos monógamos tienen un “cableado” único para estar con otros.
¿Sabías que cuando estamos con la persona que amamos se ilumina una región de nuestro cerebro? Lo ha descubierto una investigación desarrollada en la Universidad de Colorado en Boulder, dirigida por profesora Zoe Donaldson, profesora asistente de neurociencia conductual en CU Boulder. El estudio, además, ha demostrado que dependiendo de la estabilidad de la relación, el núcleo accumbens se ilumina con distinta intensidad.
El núcleo accumbens forma parte del circuito de recompensa cerebral y tiene una gran influencia a la hora de integrar aspectos cognitivos, motivacionales y motores. Es uno de los principales núcleos que permite que la voluntad se traduzca en acción, permitiendo la realización de conductas de búsqueda de placer. Por consiguiente, esta región formada por un grupo de neuronas del encéfalo delata la intensidad de nuestra pasión amorosa. Los resultados de la investigación han sido publicados en PNAS (Proceediings of the National Academy of Sciences) y se han obtenido estudiando las relaciones de una familia de ratones de campo o campañoles de la pradera.
Los seres humanos compartimos con los roedores las partes del cerebro que rigen el proceso de recompensa
La elección no es baladí ya que esta especie de roedores se aparea de por vida. Es decir, son mamíferos monógamos. Ya sé, humanos y ratones son muy diferentes pero, según los científicos, las partes del cerebro de las dos especies que se activan para relacionarse con su contraparte son esencialmente las mismas.
Investigaciones previas de imágenes cerebrales en humanos habían demostrado una actividad cerebral alterada en la región del núcleo accumbens cuando los voluntarios se cogían de la mano de su pareja, por poner un ejemplo. Entonces, el equipo de Donaldson asumió que la actividad cerebral de los ratones de campo sería marcadamente diferente cuando se acurrucaran con su compañero a cuando lo hacían con un extraño. Acertó.
El experimento
Donaldson estudió, en concreto, una familia de roedores formada por 7 machos y una decena de hembras. Quería conocer la forma en que las neuronas y los productos químicos que las activan reaccionan en los cerebros de los campañoles de la pradera cuando están cerca de sus parejas. Para ello, emplearon diminutas cámaras y una tecnología inalámbrica que permitiera monitorizar los cerebros de los roedores moviéndose con libertad. De este modo podría “espiar” sus encéfalos en tres momentos de su vida “amorosa”. A saber: El encuentro con su pareja; tres días después de aparearse; y 20 días después de “vivir juntos”.
"Estamos especialmente cableados para buscar relaciones cercanas como fuente de consuelo, y eso a menudo viene a través de actos físicos de contacto", asegura Donaldson en un comunicado. De este modo, los científicos pudieron comprobar que el núcleo accumbens se ilumina intensa y constantemente cuando se produce un reencuentro con la pareja y que, cuánto más tiempo pasan juntos, más amplio es el grupo de neuronas iluminadas.
Curiosamente, cuando se aproximan a los roedores “solteros”, la reacción cerebral es completamente distinta.
En consecuencia, parece que en el cerebro de los mamíferos existe una red neuronal específica que alienta a la formación de pareja y sospechan que “químicos cerebrales como la oxitocina, la dopamina y la vasopresina, que juegan un papel en el fomento de la confianza y la cercanía tanto en estudios en animales y humanos, están involucrados en el proceso de enamoramiento de ambas especies” –concluye Donaldson.
“Tenemos una señal neuronal que nos dice que estar con seres queridos nos hará sentir mejor, mientras que las restricciones prácticas significan que esta necesidad no está satisfecha" -añade.
El amor es pura química. Aunque no se conoce bien cómo actúan esos procesos en las relaciones afectivas humanas, la investigación podría ayudar a las personas con problemas en las relaciones, ya que se ha comprobado que las reacciones cerebrales que las rigen pueden manipularse con drogas exógenas.
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