La ciencia localiza el alma
El Dr. Stuart Hameroff, uno de los mayores expertos en anestesia del mundo, y el eminente físico de Oxford Roger Penrose han realizado unos sorprendentes descubrimientos respecto a unos elementos de las neuronas, llamados microtúbulos, que serían el nexo de unión entre nuestra alma y el cerebro...
El cardiólogo holandés Pim van Lommel, famoso por haber dirigido la mejor investigación científica sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM), se mostró convencido, ante mi grabadora, de que la conciencia es no local –que no se encuentra en ningún lugar físico concreto–, de modo que el cerebro actúa como un interfaz, un medio de comunicación entre nuestro cuerpo y esa conciencia no local, que sería independiente de nuestro cerebro y, por lo tanto, inmortal. En definitiva, conciencia sería sinónimo de alma o espíritu. «La información de la conciencia ‘desciende’ a nuestro físico y la de nuestros sentidos ‘sube’ a la conciencia. De otro modo difícilmente se puede explicar la continuidad de la memoria e incluso el funcionamiento del cuerpo, porque cada día mueren 50.000 millones de células y nacen otras tantas nuevas», me explicaba el cardiólogo.
Para mi interlocutor, el ADN es clave en ese proceso de intercambio: «Toda la información contenida en el ADN de las células es igual, pero la función que toman es diferente. En realidad, aquello que ordena a la célula cómo tiene que funcionar es la conciencia no local. Por otro lado, gracias a la epigenética sabemos que la realidad del exterior también se incorpora al cuerpo a través de nuestras células. Otra evidencia más de que el ADN no es el que produce la información, sino únicamente el que recibe y decodifica lo que envía la conciencia no local».
Pero, ¿de qué modo el ADN conecta nuestro cuerpo con la conciencia-alma? Así lo explica el cardiólogo en su sobresaliente libro Consciencia más allá de la vida (Atalanta, 2015): «Las células vivas emiten una luz coherente en forma de biofotones, un arroyo palpitante de decenas de miles de fotones por seg/cm2, que es aproximadamente cien millones de veces más tenue que la luz del día. Esta luz coherente y de intensidad muy débil, cuyo origen es el ADN, está vinculada a la comunicación intracelular, responsable directa de funciones biológicas como el crecimiento, la diferenciación y la división celular. Es lo que se conoce como bioinformación. El ADN parece ser el coordinador personal, directo e indirecto, de toda la información necesaria para el óptimo funcionamiento de nuestro cuerpo. Nuestro ADN individual recibe la información necesaria de ese espacio no local (la conciencia). De acuerdo con esta teoría, una cantidad vital de información inmunológica se almacena también en el espacio no local, directamente accesible en cada célula a través del ADN (…) Toda la información sobre la génesis y morfogénesis del cuerpo, junto con sus diversos sistemas celulares y sus funciones especializadas, es almacenada de forma no local; se trata de una información imprescindible para la continuidad de todas las funciones corporales debido a la constante destrucción y regeneración de moléculas y células».
Esta vinculación del ADN con nuestra conciencia no local tendría relación con un fascinante experimento desarrollado por Luc Montagnier, Premio Nobel de Medicina por descubrir el virus del VIH. Montagnier está convencido de que cualquier muestra de ADN puede proyectar copias de sí misma a través de ondas electromagnéticas.
El experimento que realizó este prestigioso científico consistió en tomar dos tubos de ensayo: en uno introdujo un fragmento de ADN y en el otro agua pura, sin ningún resto de material orgánico. Ambos tubos fueron encerrados en una cámara especial que anula el campo electromagnético de la Tierra, evitando así que este factor influyera de alguna manera en el ensayo. Luego, Montagnier enrolló ambos tubos en otros tubos de cobre que generaban un mínimo campo electromagnético. Horas después fueron sometidos a una técnica empleada normalmente para replicar cualquier fragmento de ADN, denominada cadena de la polimerasa. El resultado constituyó una auténtica sorpresa, porque demostró que el ADN de un tubo se replicó en el que anteriormente solo contenía agua. De algún modo totalmente desconocido, el ADN contenido en el primer tubo emitió alguna clase de señal electromagnética que «creó» una estructura similar en el segundo.
La clave son los microtúbulos
En cierta medida coincidente con la teoría de Van Lommel, que considera al ADN como el conector entre la conciencia no local y nuestro cuerpo, está la tesis que defienden el Dr. Stuart Hameroff, profesor emérito de Anestiosología de la Universidad de Arizona, y Roger Penrose, uno de los físicos más importantes e influyentes de la actualidad y profesor en la Universidad de Oxford. Pero Hameroff y Penrose, después de 20 años de pesquisas compartidas sobre el enigma de la conciencia, concretan mucho más la ubicación del conector y también su funcionamiento. El primero siempre estuvo interesado por este asunto desde sus primeros tiempos como estudiante de Medicina. A principios de los años 70, estaba observando a través de un microscopio cómo se dividían unas células. «Los cromosomas que contenía el ADN eran separados y llevados aparte en imágenes espejos prácticamente iguales unas a las otras –escribió Hameroff–. Unas diminutas hebras llamadas microtúbulos y unas pequeñas máquinas llamadas centriolos, también compuestas por microtúbulos, separaban a los cromosomas en una elegante danza que debía ser extremadamente perfecta, puesto que, si se dividían de modo desigual, resultarían células cancerígenas».
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