El arca del fin del mundo
La amenaza suele venir de arriba. Hace unas semanas un nuevo NEO (Near Earth Object) pasó a siete millones de kilómetros de distancia. Es lejos, pero no debemos de olvidar que otros se han aproximado tanto como para acabar colisionando con la Tierra. El que terminó con los dinosaurios ha sido hasta ahora el más destructivo. Por eso hay que prepararse, como por ejemplo esta arca para el fin del mundo...
En la actualidad la Agencia Espacial Norteamericana realiza un seguimiento constante de aquellos objetos que se aproximan a la Tierra y cuyo diámetro supera el kilómetro. Para Charles Bolden, administrador jefe de la NASA, si un asteroide de este volumen se aproximara en rumbo de colisión hacia Nueva York, «salvo rezar, poco más es lo que se puede hacer. Resulta sorprendente que en esta época, en la que el ser humano es capaz de crear un escudo antimisiles y conceptos como el de “guerra de las galaxias” están a la orden del día, no seamos capaces de prever con suficiente margen de antelación la llegada de uno de estos destructores totales. No en vano a día de hoy se tiene monitorizado el 95% de los que se acercan demasiado; por tanto, hay un 5% que permanece en lo que se denomina “espacio ciego”. Si se volviesen visibles demasiado tarde, podría ser el final… “Un asteroide de ese tamaño, de un kilómetro o más grande, probablemente podría acabar con la civilización», asegura Bolden.
Y sin embargo, como suele pasar en otros órdenes de la vida, los más peligrosos son los pequeños, ya que únicamente ha sido inventariado el 10% de éstos. Se trata de cuerpos meteóricos de 50 metros de diámetro –esa es la media– conocidos como citykillers –asesinos de ciudades–, y que según las estadísticas caen a nuestro planeta cada diez siglos, como si fuese una suerte de maldición del milenio. Y lo sería, porque si bien no nos destruiría por completo, el desastre que provocaría sería considerable. Pero éste es tan sólo un factor que puede resultar clave para la supervivencia de nuestra especie, pero no es el único…
En un lugar del planeta se están guardando millones de semillas ante la posibilidad de que se produzca un Apocalipsis.
Años atrás la revista Nature publicó un artículo que pretendía ser una llamada de atención. Se titulaba Has the Earth’s sixth mass extinctional readyarrived? –«¿Está llegando la sexta extinción a la Tierra?»–, donde, entre otras advertencias y apoyados en una comisión de científicos de la Universidad de Berkeley que han revisado el estado actual de la biodiversidad de los mamíferos, en 334 años se habrán extinguido tres cuartas partes de los que hoy habitan el planeta, y en 250 un porcentaje similar de anfibios. Las cifras, aunque no lo parezcan a ojos no especializados, son alarmantes. Anthony Barnosky, el paleobiólogo que dirigía el estudio anteriormente citado, aseguró que «si las especies que se encuentran amenazadas se extinguieran, y ese ritmo de extinción continuara, la sexta extinción masiva podría llegar dentro de un plazo de entre tres y 22 siglos».
No, el futuro de la humanidad no presenta una gama amplia de colores; más bien parece completamente negro. Lo triste es que esa sexta extinción no la va a provocar, como las cinco anteriores, un evento natural; da la sensación de que seremos nosotros mismos los causantes. Por eso hay quien se ha puesto en marcha, a la vista de que el final parece imparable, para preservar semillas de todo el planeta, como una especie de nuevo arca de Noé, ante la posibilidad de que ese colapso planetario, finalmente se produzca. De esta forma en algún momento del futuro se podrá empezar de nuevo. Esa es la función de la Frozen Ark, el arca helada del Ártico…
Pero, ¿para qué? Pues ni más ni menos que para especies vegetales, semillas y simientes que están en peligro extremo de extinción y a las que apenas les quedan unas décadas, ya que, tal y como reveló el informe desarrollado por los técnicos de Frozen Ark, «el crecimiento de la población humana ha llevado a la destrucción del hábitat debido a la necesidad de tierras agrícolas, la pesca excesiva y la contaminación de los océanos».
Y es en este momento cuando podemos hacer una reflexión; porque el hecho de que iniciativas como ésta se pongan en marcha, lejos de ser algo bueno –que no dudo que lo sea– no dejan de ser una muestra más de la desconfianza que la comunidad científica tiene hacia los responsables políticos del planeta, que no parecen estar dispuestos a poner los medios para acabar con esta extinción programada, para que no sean necesarias construcciones como ésta, que ya ha sido bautizada con el sobrecogedor nombre de «arca del fin del mundo».
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