Un soldado romano 'encerrado' en su tumba
El cuerpo tenía varios clavos en torno al cuello. Quienes le enterraron quisieron asegurarse de que el cadáver permanecía dentro de la tumba

La zona, próxima a la villa romana de Whitton Lodge, en Gales, había sido excavada de forma cuidadosa hace unos 50 años por arqueólogos de la Universidad de Cardiff, así que los expertos no esperaban encontrar algo tan sorprendente como lo que en fechas recientes han sacado a la luz trabajadores de la empresa arqueológica Red River Archaeology. Los arqueólogos de dicha compañía estaban realizando una cata prospectiva con motivo de unas obras para acondicionar y mejorar una carretera de la región, cerca de la ciudad de Barry, cuando se toparon con varias tumbas, algunas de ellas llenas de sorpresas y un puñado de interrogantes.
La primera de estas tumbas contenía los restos de un joven –de entre 21 y 25 años en el momento de su muerte– que había sido enterrado boca abajo, en posición de prono, y estaba acompañado por una espada, y un rico broche de plata con forma de ballesta. Tras los primeros análisis, los arqueólogos determinaron que la tumba se remontaba a una fecha entre mediados del siglo III y finales del IV de nuestra era, por lo que, teniendo en cuenta los objetos hallados en la sepultura, todo indicaba que aquel joven había pertenecido a la élite romana, posiblemente dentro del ejército.
Sin embargo, había algunos elementos llamativos: además de la extraña posición del esqueleto, colocado boca abajo, los arqueólogos encontraron varios clavos de gran tamaño en torno al cuello, la espalda y los pies del hombre, dando a entender que quienes le enterraron quisieron asegurarse de que el cadáver permanecía dentro de la tumba.

Una tercera tumba contenía el esqueleto de un hombre decapitado con la cabeza entre los pies
Junto a esta primera tumba, a unos dos metros y medios de distancia, apareció también otro enterramiento, en este caso ocupado por los restos de una mujer de edad similar –entre 26 y 35 años– y que habría sido inhumado en fechas parecidas, por lo que los investigadores creen que ambos podrían haber estado relacionados. Por último, los arqueólogos localizaron también una tercera tumba, muy reveladora, pues en su interior se encontró un esqueleto decapitado, con el cráneo colocado a los pies del difunto. Este último detalle resulta de gran interés, pues en otros lugares, como el cementerio romano de Knobb’s Farm, en Cambridge, se descubrieron en el año 2021 varias tumbas que combinaban cadáveres colocados boca abajo y otras en las que sus «inquilinos» habían sido decapitados y sus cráneos colocados a sus pies (algo que en ocasiones se ha interpretado como signo de que se trataba de criminales ejecutados).

Los especialistas saben que en ocasiones los fallecidos de bajo estatus o criminales eran enterrados en posición de prono pero, como este no parece ser el caso del joven enterrado con una espada y un broche de gran valor –lo que indica su pertenencia a la élite romana o al ejército, con un rango de cierta importancia–, todo parece apuntar a que quienes lo enterraron querían cerciorarse de que el joven permanecía enterrado en su tumba.
Tal y como explicó Mark Collard –director de Red River Archaeology– en declaraciones al medio de divulgación científica Live Science, «la posición de prono y los claves de gran tamaño junto a la nuca, los hombros y entre los pies podrían indicar un intento de atadura».
En épocas posteriores, a lo largo de la Edad Media y siglos después, en algunos lugares de Europa era habitual enterrar a los difuntos boca abajo, decapitarlos, introducir ladrillos en sus bocas o colocar grandes piedras sobre sus extremidades cuando se creía que los fallecidos podían salir de sus tumbas como revenants (retornados o renacidos), es decir, como «no muertos» que se dedicaban a atormentar a los vivos. ¿Sucedió en este caso algo parecido?
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