Creencias
23/08/2011 (08:39 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Neurofisiología de la meditación
ENIGMASDesde hace miles de años, diversas tradiciones espirituales orientales han destacado los grandes beneficios ligados a la práctica de la meditación. Cuando se cultiva de manera sistemática, aseguran que aporta serenidad, un equilibrado control físico y emocional, longevidad, sabiduría, e incluso la iluminación. Hoy es objeto de investigaciones que certifican sus saludables efectos y su capacidad para esculpir nuestros cerebros y cromosomas.
Cualquier lector sabe –desgraciadamente por experiencia propia– que vivimos sumergidos en un océano de estímulos que nos mantienen en permanente estado de estrés. Nuestra calidad de vida merma sepultada bajo una montaña de obligaciones en su mayor parte insustanciales, poniendo al límite la resistencia física, emocional y mental. Esa sobredosis de cortisol en sangre que durante millones de años nos permitió sobrevivir al prepararnos para afrontar peligros físicos, se ha vuelto hoy en nuestra contra ante la transformación de aquellos riesgos palpables en temores mentales y subjetivos, desencadenando una cascada de problemas que los científicos no saben muy bien dónde terminan. Y a pesar de ese cotidiano y estresante escenario, cualquier lector sabe también por haberlo experimentado aunque solo sea fugazmente, que es posible zafarse momentáneamente de ese correoso modelo de vida con solo cerrar los ojos y respirar pausadamente. Ese simple acto y saludable gesto es el punto de arranque de la inmensa mayoría de las técnicas de meditación conocidas, prácticas que cuando son ejercitadas de manera sostenida en el tiempo terminan por ser capaces incluso de modificar favorablemente nuestro organismo. Y es que más allá de la dimensión filosófica y espiritual que suele acompañar a la meditación, numerosos estudios científicos están poniendo de manifiesto su capacidad para mejorar nuestra adaptabilidad al medio, potenciar las capacidades cognitivas e influir de modo determinante sobre nuestra salud, ya sea regulando hipertensión y cardiopatías, estimulando el sistema inmunológico, controlando el dolor o favoreciendo el rejuvenecimiento celular. Precisamente esto es lo que parece haber demostrado el Proyecto Shamatha.
Budistas y degeneración de cromosomas
El aspecto del Shambhala Mountain Center, en las montañas de Colorado, no difiere mucho del que presentan otros centros de retiro, estudio y meditación budistas de Estados Unidos o Europa. Tal vez su espectacular Gran Estupa de Dharmakaya, consagrado hace diez años, y su ubicación en un alejado valle, puedan marcar alguna diferencia perceptible. Sin embargo, lo que realmente lo convierte en diferente es el moderno y equipado laboratorio del que dispone en su sótano, el espacio en el que se desarrolla el programa de investigación Shamatha –calma mental–. Coordinado por el neurocientífico Clifford Saron, del Centro para la Mente y el Cerebro de la Universidad de California-Davis, en colaboración con el experto en budismo y fundador del Instituto Santa Bárbara para el Estudio de la Conciencia, B. Alan Wallace, el Shamatha Proyect ha buscado analizar los efectos de la meditación a largo plazo en personas sanas. Además de analizarse las capacidades cognitivas, los niveles de concentración, el control sobre las constantes vitales o la regulación de las emociones, una parte de los científicos se dedicó a analizar las células de los sujetos, buscando indicios de la influencia de la meditación en sus procesos de envejecimiento. Con un coste de unos cuatro millones de euros, según el diario The Guardian, el proyecto convocó a 60 participantes a los que dividió en dos grupos, el de meditadores y el de control. Estos se sometieron a un retiro de tres meses de duración durante la primavera y el otoño de 2007. Los promotores del proyecto apostaron por elaborar una técnica que combinara una meditación de atención consciente con otra de compasión.
Antes, durante y después de los retiros los participantes fueron sometidos a una extensa baterías de pruebas médicas e intelectuales, que incluyeron estudios sobre el modo en que los meditadores y no meditadores gestionaban sus emociones al mostrarles escenas bélicas o cargadas de sufrimiento, o el nivel de concentración que eran capaces de mantener en largas y tediosas jornadas de trabajo mental. No obstante, el resultado más llamativo a favor de la meditación de cuantos se han obtenido en este proyecto lo aportó el equipo de la psicóloga Elissa Epel, de la Universidad de California, quien apostó por indagar en el efecto que los estados psicológicos generados durante una práctica sostenida de la meditación, podían tener sobre una fracción microscópica de nuestras células, los telómeros. Descubiertos en los años 30 del siglo pasado por H. J. Muller, los telómeros son los extremos de los cromosomas, interviniendo entre otras cosas en la estabilidad cromosomática evitando uniones aberrantes, la división celular y la longevidad de las células. Con cada división celular los telómeros se hacen más cortos, hasta que son tan pequeños que la reproducción celular ya no es posible acarreando la muerte de la célula. Ese proceso se regula en condiciones normales gracias a la telomerasa, una enzima ADN-polimerasa que tiene la función de copiar la célula y mantener el tamaño y las condiciones óptimas de los telómeros. En este caso el tamaño sí que importa y la constante observada por los especialistas es muy fácil de entender: los telómeros más cortos van de la mano de una mayor tendencia a padecer enfermedades cardiovasculares, obesidad, cáncer, depresión, artrosis, diabetes, envejecimiento celular, infecciones
Lo que descubrieron Epel y su equipo es que la actividad de la telomerasa en los meditadores era significativamente mayor que en el grupo de control, lo que sugiere con bastante solvencia que la adopción de esta práctica de manera rutinaria contribuiría a la estabilidad de los telómeros y por tanto a una mayor longevidad celular y a menos enfermedades.
(Continúa la información en ENIGMAS 189).
José Gregorio González
Budistas y degeneración de cromosomas
El aspecto del Shambhala Mountain Center, en las montañas de Colorado, no difiere mucho del que presentan otros centros de retiro, estudio y meditación budistas de Estados Unidos o Europa. Tal vez su espectacular Gran Estupa de Dharmakaya, consagrado hace diez años, y su ubicación en un alejado valle, puedan marcar alguna diferencia perceptible. Sin embargo, lo que realmente lo convierte en diferente es el moderno y equipado laboratorio del que dispone en su sótano, el espacio en el que se desarrolla el programa de investigación Shamatha –calma mental–. Coordinado por el neurocientífico Clifford Saron, del Centro para la Mente y el Cerebro de la Universidad de California-Davis, en colaboración con el experto en budismo y fundador del Instituto Santa Bárbara para el Estudio de la Conciencia, B. Alan Wallace, el Shamatha Proyect ha buscado analizar los efectos de la meditación a largo plazo en personas sanas. Además de analizarse las capacidades cognitivas, los niveles de concentración, el control sobre las constantes vitales o la regulación de las emociones, una parte de los científicos se dedicó a analizar las células de los sujetos, buscando indicios de la influencia de la meditación en sus procesos de envejecimiento. Con un coste de unos cuatro millones de euros, según el diario The Guardian, el proyecto convocó a 60 participantes a los que dividió en dos grupos, el de meditadores y el de control. Estos se sometieron a un retiro de tres meses de duración durante la primavera y el otoño de 2007. Los promotores del proyecto apostaron por elaborar una técnica que combinara una meditación de atención consciente con otra de compasión.
Antes, durante y después de los retiros los participantes fueron sometidos a una extensa baterías de pruebas médicas e intelectuales, que incluyeron estudios sobre el modo en que los meditadores y no meditadores gestionaban sus emociones al mostrarles escenas bélicas o cargadas de sufrimiento, o el nivel de concentración que eran capaces de mantener en largas y tediosas jornadas de trabajo mental. No obstante, el resultado más llamativo a favor de la meditación de cuantos se han obtenido en este proyecto lo aportó el equipo de la psicóloga Elissa Epel, de la Universidad de California, quien apostó por indagar en el efecto que los estados psicológicos generados durante una práctica sostenida de la meditación, podían tener sobre una fracción microscópica de nuestras células, los telómeros. Descubiertos en los años 30 del siglo pasado por H. J. Muller, los telómeros son los extremos de los cromosomas, interviniendo entre otras cosas en la estabilidad cromosomática evitando uniones aberrantes, la división celular y la longevidad de las células. Con cada división celular los telómeros se hacen más cortos, hasta que son tan pequeños que la reproducción celular ya no es posible acarreando la muerte de la célula. Ese proceso se regula en condiciones normales gracias a la telomerasa, una enzima ADN-polimerasa que tiene la función de copiar la célula y mantener el tamaño y las condiciones óptimas de los telómeros. En este caso el tamaño sí que importa y la constante observada por los especialistas es muy fácil de entender: los telómeros más cortos van de la mano de una mayor tendencia a padecer enfermedades cardiovasculares, obesidad, cáncer, depresión, artrosis, diabetes, envejecimiento celular, infecciones
Lo que descubrieron Epel y su equipo es que la actividad de la telomerasa en los meditadores era significativamente mayor que en el grupo de control, lo que sugiere con bastante solvencia que la adopción de esta práctica de manera rutinaria contribuiría a la estabilidad de los telómeros y por tanto a una mayor longevidad celular y a menos enfermedades.
(Continúa la información en ENIGMAS 189).
José Gregorio González
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