A lo largo de mi trayectoria profesional, y son ya casi treinta años, he intentado ser muy prudente con los planteamientos que hacía, porque por desgracia los temas que nos apasionan, el misterio en sus más variadas facetas, en ocasiones pueden ser fácilmente malinterpretados. Siempre he dicho, y creo que es algo común a los miembros de esta generación más periodística, que nosotros precisamente como periodistas no podemos pedir a quienes nos leen, nos oyen o nos ven cuando planteamos tal o cual asunto, que crean nuestros argumentos por "simple" fe. Nuestra obligación es ofrecer los datos que han de avalar los planteamientos que hacemos, porque de lo contrario estaremos obligando al seguidor en estos temas a hacer un ejercicio de creencia, sin más. Por eso este mes, para defender el difícil tema que tenemos entre manos, nos hemos ido de viaje –ya van dos este año– al país de los imposibles para intentar ahondar en algo que me lleva rondando la cabeza desde hace tiempo: que en el pasado anterior a la primera Dinastía, mucho antes del primer faraón Menes, Egipto fue gobernado durante al menos seis milenios por unos señores de gran tamaño que sentaron las bases de lo que esta cultura sería después: descomunal, misteriosa, mitad humana y mitad divina…
Y es posible que por su tamaño, por su físico fornido y su aspecto leónido –melenudos y barbudos– fueran tomados por semidioses. Y hemos marchado de viaje para buscar evidencias que demuestren que no estamos equivocados; que más allá de nuestra propia creencia puede haber vestigios. Y llegados a este punto, como ya pensaron grandes arqueólogos como Gaston Maspero o Auguste Mariette en el inolvidable y romántico siglo XIX –arqueológicamente hablando–, muchas de las respuestas se encuentran en eso que llamamos mito, palabra que dependiendo del entorno del que salga puede sonar a insulto. A mí eso me importa un huevo; que me llamen "mitólogo" es similar a que me inviten a una cerveza fría con 45 grados de calor.
Hecho este inciso, y yendo más allá del mito, nuestro objetivo ha sido encontrar pruebas; y éstas están ahí para el que quiera buscarlas, escritas en la piedra de las paredes de algunos templos, como escenas que nos hablan de otro tiempo histórico y de otros personajes gobernándolo. Pero también en papiros reconocidos como auténticos. Sí, dejo de ser comedido para decir que pienso –con argumentos periodísticos– que muchas de las incógnitas actuales que muestra el país de los faraones se pueden resolver asumiendo la existencia de esos "gigantes" semidioses anteriores. Y además lo pienso porque el que busca, encuentra…
Lorenzo Fernández Bueno
Director de ENIGMAS
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