Cuentan las tradiciones de medio mundo que en el pasado, en un tiempo pretérito, los dioses convivieron con el hombre para adoctrinarlo, para enseñarle el arte del cultivo y los secretos de las estrellas, de las que, dicho sea de paso, decían proceder.
Si esta historia es algo más que eso, una buena historia sin más argumentos que los ornamentos de los que la citada tradición suele proveer, da la sensación de que hemos olvidado la más básica de las enseñanzas: el respeto por la vida, la tolerancia con el semejante. No vamos a entrar a recordar los salvajes acontecimientos terroristas que han acaecido en las últimas semanas, pero sí haremos la reflexión de que los dioses en nombre de los cuales se cometen éstos y otros actos, están hechos a escala demasiado humana: son tiranos, cainitas y soberbios. Demasiado parecidos a nosotros, y por ende, a nuestras muchas imperfecciones.
Los otros, los que abren estas letras, prometieron regresar. Y de aquel encuentro quedaron suficientes evidencias como para descartar que todo fue producto de la imaginación del chamán, para los más escépticos producto de un exceso de ego condimentado con algún que otro psicotrópico. Sería muy largo de desarrollar, y para eso ya tienen el amplio dossier que les ofrecemos en el tema de portada, pero sí es interesante reflexionar acerca de las enormes coincidencias que al respecto de dichos encuentros se producen entre pueblos de ese tiempo, separados espacialmente y en algunos casos también cronológicamente.
Baste recordar las vivencias que el antropólogo francés Marcel Griaule tuvo durante su convivencia con el fascinante pueblo africano de los dogón en los años treinta del pasado siglo; vivencias que tuvieron su eco en un fantástico libro, Dios de agua, donde entre otras cosas narraba las creencias de éstos, sus conversaciones al calor de la lumbre con un anciano de la tribu llamado Ogotemmêli, quien le mostró la convicción de que sus dioses, los Nummo, procedían de unas estrellas que plasmaron en el arte rupestre de los abrigos de montaña, del que no son pocos los que defienden que allí estaría representado el sistema trinario de Sirio.
La ciencia asegura que somos cosmos, que nuestra procedencia hay que buscarla en las estrellas, que nuestro planeta fue «fecundado» por un cometa… y en cierto modo nos obliga a tener más fe que certezas. La tradición, sin embargo, nos cuenta que los dioses llegaron, estuvieron un tiempo y se fueron. Y en este caso da la sensación de que tenemos más certezas que fe.
Por tanto, llegados a este punto, que cada cual se quede con la opción que considere oportuna. Nosotros ya hemos elegido…
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