El Vaticano ante el enigma ET
¿Qué piensa el catolicismo actual de la existencia de vida en otros planetas? Durante los últimos ochenta años, el fenómeno ovni ha puesto en entredicho los principales dogmas de la Santa Sede. Como institución política, en cambio, ha examinado el fenómeno con máxima discreción.
Nicolás Copérnico detuvo el Sol/ Y así le dio un empujón a la Tierra/ Dando una nueva visión", declamaba en 1974 el obispo de Cracovia (Polonia) frente a la tumba del célebre astrónomo y compatriota suyo, conmemorando el 500 aniversario de su nacimiento. Al mismo tiempo, y para sorpresa de los asistentes, recordaba también a otros pensadores del pasado, entre ellos al italiano Giordano Bruno (1548-1600) quien acabó en la hoguera por sus ideas alborotadoras.
El crimen del maese Bruno, a grandes rasgos, consistió en afirmar abiertamente que podrían existir otros planetas con vida inteligente propia. La Inquisición juzgó pernicioso aquel pensamiento, un veredicto que el citado obispo -llamado Karol Jòsef Wojtyla- quiso evocar mediante un libro de poesía. Con su Pietra Di Luce (Liber Vaticanum, 1979), aventuraba nada menos que un entendimiento basado en el perdón y la tolerancia hacia una nueva visión cosmogónica.
Para comprender mejor el alcance de este gesto, primero debe tenerse en cuenta una de las tesis vigentes desde el inicio de la religión católica. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios partiendo del vacío absoluto, puebla el universo en solitario de motivos inescrutables que nadie conoce. Cuando Adán hizo acto de presencia en la Tierra, según las Sagradas Escrituras, no encontró a nadie excepto a sí mismo hasta que el sumo hacedor decidió darle compañía.
Por extensión, la noción de otros seres vivos -¡e inteligentes!- habitando mundos lejanos, y además de distinta apariencia, resultaría impensable dentro de tal perspectiva. Lejos de acabar perseguido por herejía, monseñor Wojtyla ni tan siquiera se pudo imaginar que, al cabo de pocos años, aquel pronunciamiento le llevara a la cúspide papal con el nombre de Juan Pablo II.
La referida anécdota viene a cuento a fin de introducirnos en el penúltimo acto de una polémica poco referida y menos discutida entre los apasionados por la ufología. La pluralidad de mundos habitados, de la cual el citado Papa se consideraba un firme partidario, constituye uno de los asuntos más espinosos de cuantos haya tratado la teología moderna. Baste adelantar que las opiniones al respecto conforman una insólita -y a veces inesperada- perspectiva.
Evolución de pensamiento
La etapa de Juan Pablo II y su relación con la ufología reviste un interés singular por partida doble. En primer lugar, durante aquel periodo se vivieron las manifestaciones y contradicciones más patentes conocidas hasta hoy. Como cabeza visible de su Iglesia, tardó casi dos décadas en ofrecer una disculpa para con los sabios aludidos al principio, pidiendo literalmente perdón por los errores del pasado. Así, los postulados de Bruno y otros -se supone- pasaron a disponer de validez plena.
En segundo lugar, la orientación ideológica mantenida por el Papa Wojtyla reflejó el desarrollo de las impresiones mantenidas al respecto conforme progresaba su formación teológica. Desde sus años de estudiante ya había divisado fenómenos extraños en el cielo. Claro que los propios próceres de la Facultad de Teología de Cracovia desestimaron sus observaciones tildándole de atolondrado, anécdota que se le recordó al principio de su mandato, aunque más adelante acabó olvidada.
Aquella época coincidió curiosamente con el advenimiento de la llamada era moderna de la ufología, hacia 1948. En tan temprana fecha, la Iglesia católica no perdió tiempo negando la existencia de los platillos volantes y sus ocupantes, considerándolo un desatino. Pese a ello, al futuro Papa le resultó inevitable conocer los trabajos que otros pensadores dedicaban a los "visitantes del espacio", inclusive los procedentes del clero. De entrada, en el capítulo primero del Concilio Vaticano I (1870) ya se distinguía entre la vida terrenal y la espiritual, deambulando ambas por caminos distintos. Mientras la primera quedaba constreñida a la Tierra, la segunda podía aflorar en cualquier otra parte a capricho de unos designios inescrutables más allá del intelecto humano. Además, las corrientes más renovadoras también releían la propia Biblia, teorizando sobre la presencia divina y la ubicuidad de su obra (sic).
Los expertos en teología consultados sostienen, no obstante, que en las Sagradas Escrituras -sin aludir a las ediciones apócrifas- brillan por su ausencia las referencias claras a la vida extraterrestre. En ciertos episodios atípicos, póngase por caso la ascensión del profeta Elías o las visiones de Ezequiel, entran en escena los ángeles, entidades cuyo proceder y aspecto en absoluto son de nuestro mundo. Pero recuérdese, empero, que la Iglesia sigue sin confirmar o desmentir su existencia en nuestros días.
Al respecto, la publicación Ecclesia, presentaba en 1954 un artículo titulado: "¿Podría la Biblia aclarar el misterio OVNI?", aportando datos bastante crípticos. Reflexiones similares ofrecía dos años antes Civilita Catholica, editada por la Compañía de Jesús, mediante el artículo "La teología y la posibilidad de existencia de habitantes en otros planetas". Sus conclusiones sostenían que los alienígenas no estarían sujetos al Pecado Original, viviendo por ende en un verdadero paraíso espacial.
Por aquellas mismas fechas se dejaron sentir opiniones no menos audaces. El teólogo, químico y paleontólogo Teilhard de Chardin expresaba en Nueva York su particular posición sobre el enigma. Cabría justificar antes que nuestro mundo sería la única fuente de vida en el Universo, planteaba, y que sólo en éste se produjo el célebre pecado. "Pero eso sería humillante -advertía- porque nos daría la impresión de que queremos salvar el dogma refugiándonos en lo inevitable".
Tampoco faltaron impresiones todavía más extremas. Por ejemplo, la del clérigo británico Eric Inglesby, quien en un escrito dominical denunciaba durante la primavera de 1955 los riesgos producidos por los ovnis. "Como fenómeno psíquico es peligroso en su aspecto espiritual, imbuyendo falsas creencias", leía ante sus fieles. Las supuestas naves propagaban, en sus palabras, la posesión anímica del individuo incluso mediante abducciones, calificándolas de dañinas para la sociedad.
Juan XXIII pensaba seriamente en la posibilidad de contactar con otras inteligencias, fuesen o no 'terrenales'
Los turbulentos sesenta
Durante el decenio siguiente, nos encontramos al por entonces cardenal Wojtyla iniciando su carrera episcopal, momento en que la Santa Sede atravesaba una grave crisis social. Manifestarse abiertamente a favor o en contra de determinados temas implicaba significarse en una coyuntura harto delicada, con el conflicto vietnamita y la política de bloques como telón de fondo. Así decidió entenderlo el religioso polaco, separando desde entonces la diplomacia de las facetas más espirituales.
"El Vaticano es un Estado soberano que atiende ante todo sus asuntos políticos, dejando aparte la teología", recalca a título personal Josep Gil, antiguo catedrático de esta disciplina en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona. La regencia de Juan XXIII, con quien el cardenal polaco mantuvo una estrecha amistad, le sirvió para conocer de primera mano al hombre que -conviene destacar- renovó la doctrina imperante con intención de poner al día la Santa Sede.
Aparte de fomentar el diálogo con otras religiones, Juan XXIII pensaba seriamente en la posibilidad de contactar con otras inteligencias, fuesen o no "terrenales". "Qué pequeño sería Dios si después de crear este vasto Universo solamente lo pobláramos nosotros", exclamaba ante sus contertulios de mayor confianza. Aquella línea de actuación, de manera tímida, intentó seguirla Wojtyla ganándose la confianza del sucesor de Pablo VI.
Prueba de ello fue su participación en el Concilio Vaticano II (1964), interviniendo en la redacción del documento oficial donde la noción de que la vida "es universal" aparece en numerosos párrafos. Mas en el aire quedaron otros conceptos que habrían podido complementar tal aseveración, protegidos por el secretismo habitual vaticanista excepto por un leve detalle; varias aportaciones del sector ultraconservador se añadieron al borrador final de la mano del sacerdote alemán Ratzinger.
Fuera de las maniobras internas entre renovadores y reaccionarios, la cuestión extraterrestre se debatía en una pugna paralela. "¿Han pecado como nosotros los alienígenas?¿Han caído en la tentación?", se preguntaba por esas fechas el sacerdote jesuita y astrónomo Benito Reyno. "Si los seres extraterrenales necesitan la redención, deberíamos dársela". Con semanas de diferencia, el semanario galo Le Figaro ofrecía una encuesta entre teólogos de diferentes religiones sobre el tema.
El texto completo, titulado "Si los astros estuvieran habitados", se editó en España por Ediciones Fomento de Cultura. Exceptuando al representante católico, los encuestados coincidían en la creencia de vida en otros mundos, si bien con matices. La réplica desde la óptica tradicional no se hizo esperar: "Que no les extrañe si para un sector clasicista los ovni son la proyección del diablo para confundir a la gente", denunciaba el canónigo Diego R. Viejas, abogado y profesor de filosofía jurídica de la Universidad Nacional de Rosario (México).
A instancias superiores, un comunicado oficial faltaba por pronunciarse. Antes de su muerte en 1978, Pablo VI confió a unos pocos escogidos el dilema de divulgar o no la llegada de extraterrestres si eso sucediera, ante una sociedad que consideraba mal preparada para dicho evento. Nada permite evidenciar que dentro de ese reducido grupo formara parte el cardenal Wojtyla, pese a que al cabo de pocos meses ascendiera al papado y mantuviera una línea similar.
Filtraciones sensacionalistas
Entronizado en la cúspide papal, la historia reciente demuestra que Juan Pablo II se vio obligado a canalizar su apostolado ante problemas más acuciantes. De entrada, la ingeniería genética o las nuevas tecnologías de la información constituían avances non gratos a la ortodoxia oficial. En cuanto al fenómeno ovni, los tintes acabaron perentoriamente radicalizados, aumentando la disidencia que desafiaba el encubrimiento que parecía impuesto desde Roma.
Desde esa perspectiva, las filtraciones a los mass media pasaron a convertirse en la tónica habitual para hacer patente tan insólito desacuerdo. "Si son reales, podrían estar más cerca de Dios que nosotros y guiarnos", aseveraba a finales de los setenta el dominico español Antonio Felices en una alocución radiofónica. La ya citada relación entre ángeles y ET's, cuestionada casi siempre desde portavoces ligados a la Compañía de Jesús, arrancó justo en aquellos momentos.
La propia figura de Cristo tampoco escapó del escrutinio crítico. De visitante espacial en los ochenta, pasó a ejercer de redentor cósmico en apenas una década, generando nuevas e irresolutas especulaciones. El jesuita R. Marakoff, en una conversación sostenida en 1996 con varias agencias de noticias, planteaba abiertamente si en cada posible mundo habitado habría residido un salvador ad hoc, motivo que impulsaría el contacto con entidades extraterrestres a fin de averiguarlo.
Un equipo de sacerdotes jesuitas buscaban la manera de catequizar a los extraterrestres
Las reiteradas alusiones a la Orden fundada por san Ignacio de Loyola durante los párrafos precedentes, a riesgo de aburrir al lector, tienen su fundamento. No en vano, los denominados jesuitas suponen un foco opositor a duras penas controlado por el colegio cardenalicio. En tal sentido, hace exactamente 20 años los rumores empezaron a propagarse unos cuantos grados más en la escala. La información acerca de un equipo de sacerdotes jesuitas que buscaban la manera de catequizar a los extraterrestres en unas instalaciones ocultas en EEUU saltó a las páginas de la prensa más sensacionalista. Al mismo tiempo, se pretendía con su ayuda la obtención de pruebas que evidenciaran la existencia de Dios.
Si de controvertida se calificaría esta información, el discutido "Informe Cooper" (un texto que expone desde Internet las acciones del mítico comité Majestic-12) desataría mayores polémicas. De acuerdo con su contenido, el gobierno norteamericano con el presidente Eisenhower al frente pidió consejo al Vaticano en 1956 sobre la procedencia de los ovnis. En resumidas cuentas, temían que estos y sus pilotos fueran "divinos", con las consecuencias que acarrearía su persecución.
De concederle una mínima credibilidad a los párrafos anteriores, conviene recordar que toda acción en tal sentido debe sancionarse previamente por las altas instancias eclesiásticas. Esto es, aprobadas por el mismísimo Papa -Juan Pablo II hasta marzo del 2005- tras consultar el dictamen de los expertos. Al fin y al cabo, el Vaticano suele abordar los temas particularmente conflictivos mediante comisiones que, eso sí, se reúnen en el mayor de los secretos a espaldas de la humanidad.
¿El mutismo persistirá?
"Para la iglesia católica, aquello que no es sagrado es secreto", ironiza el escritor peruano Eric Frattini, autor del libro Secretos Vaticanos. "Y como aparato gubernamental tiene también sus alcantarillas". No debería sorprender que, durante el mandato de Juan Pablo II, los sótanos de la biblioteca del Vaticano se abarrotaran de informes concernientes a la actividad ovni. Informes que, añaden las fuentes entrevistadas, procedían de las reuniones confidenciales antes comentadas previo escrutinio de la Comisión Teológica Internacional.
Con esta institución entramos ya en el último acto de tan insólita situación, pues el máximo responsable del citado organismo ostentó también la presidencia de la Comisión Pontificia Bíblica. Y, desde 1981, compartía la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antaño Inquisición, cuya principal misión se centra en controlar disidencias internas. Esta peculiar aglutinación de poder recayó en el cardenal Joseph Ratzinger, quien dejó patente un celo francamente extremista en su labor.
Con monseñor Ratzinger elevado al papado bajo el nombre de Benedicto XVI, apenas extraña el carácter restrictivo con que se trata la ufología. De hecho, el web oficial dispone en la actualidad de un verdadero muro electrónico en el apartado de "archivos secretos" que impide cualquier consulta. Por añadidura, aquellos documentos más comprometidos ni siquiera constan en los principales apartados.
Los ovnis y los extraterrestres son reconciliables con Dios
A juzgar por los años en el trono de Pedro del Papa Francisco, da la impresión de aislar los aspectos teológicos de otros más inmediatos. Téngase presente, por evocar un caso concreto, el bloqueo informativo que el mismo excardenal efectuó no hace demasiado tiempo sobre las predicciones de Fátima y las especulaciones suscitadas. En consecuencia, las esperanzas de obtener una mayor trasparencia en temas ufológicos se verán sumamente recortadas.
Minimizadas igualmente serán las posibilidades de leer declaraciones puntuales, verbigracia de sacerdotes versados en la materia. "Los ovnis y los extraterrestres son reconciliables con Dios", sentenció hace tres años el demonólogo y exorcista Corrado Balducci, amigo personal de Juan Pablo II, en la televisión italiana y previamente en el diario Times. De ser superiores a los humanos, detalló, en absoluto eso generaría dudas sobre las enseñanzas de la cristiandad.
"No hay duda de que el Vaticano está muy preocupado por el tema", escribía Michael Wolf en su obra Catches of heaven, "Porque acabarían obligados a actualizar su doctrina para los años venideros". Sean o no los OVNIs materia de fe, afortunadamente pueden analizarse aún desde puntos de vista netamente objetivos. Solo resta dilucidar si el nuevo rumbo tomado por la Iglesia continuará teniendo en cuenta este enfoque.
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