Rennes-Le-Château, ¿Misterio resuelto?
Un extraordinario tesoro, la dinastía secreta de Jesús Rennes-Le-Château alberga uno de los enigmas más evocadores de siempre. Tratamos de desvelar en una concienzuda investigación qué hay de cierto y qué de farsa en esta fascinante historia.
Un cúmulo de mentiras, rumores infundados, teorías sin evidencia, dimes y diretes. Un gigantesco castillo de naipes que acabó convirtiendo la curiosa y decadente historia de un curita rural que se hizo rico en un mito moderno y en un lugar común del mundo del misterio. Templarios, cátaros, rosacruces, masones, gnósticos, martinistas; María Magdalena, linajes sagrados y secretos de la Iglesia. Todo se ha querido relacionar con Rennes-le-Château.
El problema es que casi siempre se ha especulado sin partir de la documentación real y contrastada sobre este affaire, que, pese a lo que pueda parecer, existe y es bastante abundante y reveladora.
El protagonista de esta historia fue François Bérenger Saunière, un cura rural nacido el 11 de abril de 1852 en Montazels –Alto Valle del Aude–, que, tras ser ordenado sacerdote en 1879 y ejercer en otras parroquias, fue nombrado párroco de Rennes-le-Château, una localidad de menos de cien habitantes situada a unos cinco km de su pueblo natal, el 22 de mayo de 1885. Diez días más tarde, con 33 años, Saunière llegó al pueblo en el que su vida cambiaría para siempre.
Lo que encontró no podía ser más desolador: una aldea moribunda, una casa parroquial en ruinas, y una iglesia, dedicada a santa María Magdalena, en estado lamentable. En las primeras noticias se afirmaba que había sido enviado por sus superiores a aquella aldea por su carácter levantisco, pero no es cierto.
Poco tiempo después comenzó con la restauración de la Iglesia de Santa María Magdalena. En junio de 1887 sustituyó el viejo altar gracias a un generoso donativo de Marie Cavailhé, una burguesa profundamente monárquica. Pero no fue por iniciativa propia: como casi todas las reformas, procedía de acuerdos tomados por sus antecesores en el cargo y por el Conseil de Fabrique, un consejo local dedicado a gestionar la economía de la iglesia. La importancia de esto es extrema: todas las obras que se hicieron en la iglesia fueron aprobadas por la Fabrique, que se hizo cargo de casi todos los gastos. Tras analizar las diferentes actas de este consejo, y las de algunas visitas episcopales, sabemos que la sustitución del altar se había aprobado en 1883, dos años antes de la llegada de Saunière. Además, el Conseil de Fabrique planteó una colecta en el pueblo para financiarlo y realizar más obras: la reparación de la bóveda, el enlucido del campanario, el ensanchamiento del rosetón y la instalación de nuevas vidrieras. Todas éstas serían a las que se dedicaría Saunière. Todo estaba planeado. Y casi nada lo pagó Saunière.
El cambio de altar fue el epicentro del mito, ya que siempre se ha considerado que la fortuna del sacerdote procedía de algo que había encontrado al levantar la losa del antiguo altar. El primero en afirmar esto fue Noël Corbu, un industrial que en los años cuarenta del siglo XX acabó comprando –más o menos– las propiedades del cura a Marie Dénarnaud, la criada de Saunière, que ella había heredado. Tras la muerte de ésta en 1953, Corbu decidió rentabilizar la inversión y montó un pequeño hotel familiar en la fastuosa casa señorial, la Villa Betania, que aquel cura rural se había construido en las inmediaciones de la iglesia, junto a la que construiría la Torre Magdala.
Pero el negocio no fue un éxito. Por aquella época, el turismo había decaído y no había nada que ofrecer. "O igual hay algo que puede incentivar al personal", debió de pensar el hostelero. Estaba el misterio de la fortuna del cura.
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