Lugares mágicos
01/08/2005 (00:00 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Citlaltépetl: el volcán de la estrella misteriosa
Junto al Citlaltépetl u Orizaba se dice que merodean gnomos, brujas, nahuales, esferas de luz que asombran a sus visitantes Situado al norte del estado de Veracruz (México), este volcán fue la postrera residencia de Quetzalcóaltl, la serpiente emplumada, que desde allí ascendió a los cielos prometiendo regresar. Otros aseguran que en este lugar nacerá una nueva generación mucho más espiritual, después de un cataclismo.
El comandante Ricardo se apeó de su castigada camioneta, se ajustó la banda de la Cruz Roja en el brazo y se aproximó a una piedra situada bajo un pino, cerca de un puente junto al abismo. Depositó allí algunos caramelos. Volvió al volante del vehículo y siguió conduciendo. No pude contener mi curiosidad y le pregunté por el motivo de aquel gesto. «Las golosinas son para los chaneques», me respondió. Al observar que mi extrañeza no desaparecía, continuó con su explicación: «Se trata de una de las entidades que habitan en las laderas de este volcán. Los indígenas los conocen desde hace mucho tiempo. Son como duendes o enanitos que asustan a los animales de carga, roban gallinas y objetos de las casas. Suelen vivir cerca de los puentes, como el que tenemos delante. Para pasar tienes que dejarles caramelos. Si quieres espantarlos, puedes usar una cruz de plata, como esta que siempre llevo en el cuello. Es lo que dice la tradición», concluyó con seriedad mi experimentado guía de montaña, célebre por haber rescatado a muchos escaladores en el pico Orizaba.
Con 5.742 metros sobre el nivel del mar, se trata del pico más alto de México y el tercero de Norteamérica. Ubicado al norte del estado de Veracruz, su cumbre nevada emerge entre las nubes, imponente y amenazadora. El Orizaba o Citlaltépetl es un volcán rodeado de numerosas leyendas y hechos insólitos.
Para ascender al albergue, situado a unos 3.000 metros de altura, había salido de mi hotel, en la pintoresca localidad de Orizaba, junto al comandante Ricardo Rodríguez Demeneghi, director de la Escuela Nacional de Alta Montaña de México y experimentado socorrista de la Cruz Roja. También nos acompañaba su joven discípulo, José Luis Palma.
«No hay que tener miedo del Orizaba. Su última erupción ocurrió en 1687. A lo que sí debemos temer es a los chaneques y a La Llorona, que merodean por la montaña», me comentó Ricardo con una sonrisa en sus labios ¿La Llorona?
«Al igual que los chaneques prosiguió Rodríguez Demeneghi, se trata de una entidad sobrenatural que los nativos aseguran seguir viendo. Es, según sus descripciones, una mujer vestida de blanco que suele aparecer por la noche, muy cerca de los riachuelos. Su voz insinuante atrapa a los incautos y se los lleva hasta algún lugar desconocido de donde jamás regresan», me comentaba el montañero sin quitar ojo de la sinuosa carretera.
También son frecuentes las apariciones de los nahuales, hechiceros que se transforman en animales, especialmente en «grandes perros». Los nahuales son, aparentemente, gente normal que vive entre los indígenas. Para algunos, estas entidades se funden con el mito del hombre-lobo traído de Europa y con el del más actual e inquietante chupacabras.
«Para espantar a los nahuales debemos ponernos el sombrero al revés o dibujar una cruz en la tierra y clavar un cuchillo en el centro», me recomendaba Ricardo.
Pero volvamos un poco más atrás en el tiempo. A la salida de Orizaba, nos detuvimos en el cementerio o panteón municipal Juan de la Luz Enríquez. Dentro, entre lápidas y cruces, se alzaba un monolito gris, la llamada Piedra del Gigante o Peña de Ocazacatl. Se levanta casi metro y medio del suelo (aunque otros tres están bajo tierra), pesa 60 toneladas y tiene unos 8 metros de diámetro. Sobre ella han sido esculpidas enigmáticas figuras: en el centro, un ser humano gigantesco, tocado con plumas, desnudo y aparentemente víctima de algún sacrificio. Su rostro expresa dolor y parece estar descarnado; el vientre está abierto, tiene los brazos en cruz y una hendidura que, a manera de media luna, cruza su pecho.
El pie izquierdo del gigante está atado con cuerdas de manera escalonada. A derecha e izquierda aparecen un conejo y un pez, a los que acompañan sendos círculos que supuestamente indicarían fechas del calendario. En el monolito también se observa una tortuga, probablemente asociada a otra fecha, escudos y dos mascarones de un dios con «gafas» o antifaz y colmillos prominentes: ¿Se trata del temible Tlaloc? Éste fundamental en la mitología azteca ha sido relacionado con la guerra y, consecuentemente, con las conquistas y los sacrificios humanos.
Para Rubén Morante López, del museo de antropología de la Universidad Veracruzana, la piedra fue labrada con la intención de disuadir rebeliones entre los pueblos de Orizaba, sometidos por los del altiplano central mexicano, que solían cobrarles tributos.
Para tal empresa, los invasores decidieron labrar imágenes que describen un rito, el «temalacatl»: el de la piedra de sacrificios para el desollamiento humano durante la fiesta de Tlacaxipehualiztli. Durante esta cruel ceremonia, se ataba al prisionero en este caso quizá un huasteco de la región de Orizaba, apresado por los aztecas, previamente desnudado. Se le cortaba el pecho en forma de media luna para extraerle el corazón; se le extraían los intestinos y, por último, le arrancaban la piel para colocarla sobre el cuerpo de un joven guerrero enemigo.
En 1502 se produjo el ascenso al poder del soberano Moctezuma Xocoyotzin y la muerte del rey Ahuizotl, cuyas exequias exigieron el sacrificio de entre 100 y 200 hombres, a los cuales asesinaron arrancándoles el corazón. Quizá los ajusticiados pudieran ser los señalados en la Piedra de Orizaba. La fecha de 1450 se referiría a la conquista de la región por pueblos del altiplano central mexicano, una triple alianza entre los soberanos de Tlatelolco, Texcoco y México-Tenochtitlan bajo el mando del todopoderoso Moctezuma Ilhuicamina.
La Piedra del Gigante no es el único misterio del cementerio de Orizaba. Varios investigadores de fenómenos paranormales aseguran haber visto espectros fantasmales en el campo santo. Cerca de la Piedra del Gigante está la tumba de la niña Ana María Segura y Couto (1906-1908) donde aún hoy, después de casi cien años de su muerte, le siguen poniendo flores y velas. ¿Por qué? Según algunos testigos, los ojos de la estatua que representa a la pequeña brillan en la oscuridad, fenómeno que atribuyen a lo sobrenatural. Además, la efigie de un ángel que se inclina sobre la niña de forma protectora parece moverse.
Orizaba y los OVNIs
En este pico, al igual que en otros volcanes mexicanos, son frecuentes los avistamientos de luces misteriosas. Mi guía me habló de unas misteriosas bolas de fuego nocturnas, conocidas popularmente como «brujas». Son pequeñas esferas de color amarillo o anaranjado que persiguen a los campesinos cuando estos caminan por los solitarios senderos de la montaña.
Pero existen otros fenómenos inquietantes. En los últimos años, han sido frecuentes en la región las apariciones del «hombre alado». Se trataría de una extraña especie de ave que ataca y devora animales. Un posible avistamiento sucedió el 11 de mayo de 2003. Un vecino de la villa de Ixhuantlancillo, René Martínez Hernández, se encontraba en la calle con varios amigos cuando observaron en el cielo dos aves muy grandes, una roja y otra blanca. Calcularon que podían medir aproximadamente tres metros de envergadura e iban en dirección al volcán. ¿Qué tipo de seres podrían ser? Algunos sugirieron que eran una especie de pterodáctilos, y otros las asociaron con OVNIs.
En la ciudad de Orizaba vive un chamán, Pablo Álvarez Vaca. Éste asegura que, durante una de sus curaciones en el volcán, encontró una campesina llamada Brígida que se autodenominaba como «embrujada». Cuando entra en trance dibuja mujeres-gato, quizá una reminiscencia del antiguo nahualismo de la región. Pero también esta humilde mujer semianalfabeta, según el chamán esboza figuras de greys («grises» o ETs) y OVNIs de varios formatos.
La investigadora Minerva González Guzmán ha dedicado los últimos años a localizar e investigar los misteriosos túneles que existen bajo la ciudad de Orizaba y sus alrededores. Debajo de las ruinas del convento colonial de San José de Gracia hay varias galerías clausuradas. Allí, durante muchos años, vivieron cientos de monjes, y se cuenta que todavía hoy, por las noches, pueden oírse sus cánticos y rezos.
En la calle Colón, a la altura del río Orizaba, Minerva encontró un acceso que conduce a un túnel con arcos de medio punto y paredes de piedra de 90 centímetros de altura. El Ayuntamiento de la ciudad tapió en los últimos años varias entradas en la rivera del río, impidiendo que se descubriera algo más sobre su origen y utilidad. Los que viven a orillas del mismo, suelen relatar que allí se oye a La Llorona, entidad mítica femenina que se lamenta por las noches.
En las estribaciones del Orizaba viven aún los descendientes de los totonacas que se establecieron allí quizá en el siglo VII de nuestra era. A medida que bordeábamos el grandioso cañón del río Blanco con un tupido tapiz de coníferas, las brumas se adueñaban de aquellas alturas. Pasamos por la aldea de Excola (o Escola) donde algunos niños muy pobres caminaban hacia los campos para ayudar a sus padres. Allí entramos en una capillita donde encontramos un Cristo milagrero, de espaldas a una ventana protegida por un cristal que mira hacia el abismo.
Paramos en un caserío al borde del camino, donde una joven nativa nos invitó a la ceremonia de su cumpleaños. La amabilidad y simpatía de aquellas gentes es inigualable. La adolescente y sus familiares habían gastado sus escasos ahorros en la fiesta que, pese a la influencia occidental, conserva arraigados elementos primigenios de las culturas regionales. La preparación de elaborados y exquisitos platos de la gastronomía indígena, el rito de iniciación de la doncella a partir de los regalos y cumplidos y la «purificación» de algunos invitados con la ingesta de bebidas alcohólicas forman parte del rito.
Ricardo me recordó que hoy en día todavía existen viejos chamanes y sabios indígenas de las etnias olmeca y totonaca viviendo en los más recónditos lugares del volcán. Uno de estos sabios le narró que, después de la conquista, algunos esclavos negros, traídos por los españoles, se fugaron y se escondieron en la montaña.
«Sus ';dueños' fueron implacables y mataron a muchos de ellos como venganza. Uno de los supervivientes halló una enorme cabeza de piedra semienterrada, semejante a las que hoy se encuentran en los museos de antropología de México (Nacional) y de Xalapa. El esclavo, sorprendido, reconoció en la escultura a sus ancestros africanos, los adoradores del dios Yan, deidad solar», seguía contándome Ricardo mientras la camioneta roja subía con dificultad la montaña.
Todo esto podría ser algo normal si no fuera por que, según la historia oficial, los africanos sólo arribaron a América después de Colón. Centenares de años antes del célebre navegante, o quizá miles de años, los negros africanos habían llegado a la «Casa de Yan», su paraíso, en el golfo de México, procedentes, según algunos arqueólogos difusionistas, del golfo de Guinea.
Nahuales y obsidiana
Las entrañas del volcán están repletas de minas de obsidiana que fueron explotadas por los antiguos olmecas, un pueblo enigmático que desapareció antes de la llegada de los colonizadores. Consiguieron trabajar a la perfección este difícil mineral, dándole las formas que se les antojaban.
Sorprendentemente, se han encontrado piezas de obsidiana en Machu Picchu (Perú), según análisis químicos, procedentes del Orizaba, situado a miles de quilómetros de distancia. ¿Cómo fue a parar a un sitio tan lejano la obsidiana de este pico mexicano? Ricardo cree que existe una conexión espiritual muy grande entre estos dos países.
«Creo que México es el ombligo del mundo. Según las tradiciones indígenas, estaríamos en la quinta generación o quinto ciclo de existencia del planeta», me explicaba mi guía en tono profético. Este nuevo centro espiritual del planeta se situaría entre México y Perú. Dicen que el Orizaba es como una mujer embarazada que va a dar a luz a una nueva generación después del cataclismo final.
Las palabras del montañero están en consonancia con lo que dicen diversos grupos místicos de tradición indígena en todo México. Por otra parte, las montañas tienen un significado especial: son sagradas y morada de los dioses. «Cada cumbre tenía su deidad y los indígenas subían a ellas para solicitar favores y estudiar los astros», añadió mi compañero de aventura.
Tras un descanso en el albergue, a más de 3.000 metros de altitud, comenzamos el descenso. El Sol se escondía detrás del Orizaba. Miramos al cielo: en aquella misma noche presenciaríamos un eclipse de Luna. El volcán había «pactado» con la Luna su ocultación parcial. Cuando atravesábamos el pueblecito de Escola, a unos 2.000 metros de altitud, nos detuvimos ante los gritos de varias mujeres indígenas que miraban el espectáculo con asombro.
Les cedimos unos prismáticos para que pudieran observar mejor el fenómeno. Chapurreando el español, una de ellas, ataviada con el traje típico de su comunidad, multicolor, nos dijo: «La diosa luna se esconde, se oculta de vergüenza, de todo lo que nosotros, los hombres, estamos haciendo de malo a la tierra. Hemos perdido el respeto por nuestro pasado y nuestro futuro. Ella volverá dentro de un rato, pero un poquitín más oscura».
Con 5.742 metros sobre el nivel del mar, se trata del pico más alto de México y el tercero de Norteamérica. Ubicado al norte del estado de Veracruz, su cumbre nevada emerge entre las nubes, imponente y amenazadora. El Orizaba o Citlaltépetl es un volcán rodeado de numerosas leyendas y hechos insólitos.
Para ascender al albergue, situado a unos 3.000 metros de altura, había salido de mi hotel, en la pintoresca localidad de Orizaba, junto al comandante Ricardo Rodríguez Demeneghi, director de la Escuela Nacional de Alta Montaña de México y experimentado socorrista de la Cruz Roja. También nos acompañaba su joven discípulo, José Luis Palma.
«No hay que tener miedo del Orizaba. Su última erupción ocurrió en 1687. A lo que sí debemos temer es a los chaneques y a La Llorona, que merodean por la montaña», me comentó Ricardo con una sonrisa en sus labios ¿La Llorona?
«Al igual que los chaneques prosiguió Rodríguez Demeneghi, se trata de una entidad sobrenatural que los nativos aseguran seguir viendo. Es, según sus descripciones, una mujer vestida de blanco que suele aparecer por la noche, muy cerca de los riachuelos. Su voz insinuante atrapa a los incautos y se los lleva hasta algún lugar desconocido de donde jamás regresan», me comentaba el montañero sin quitar ojo de la sinuosa carretera.
También son frecuentes las apariciones de los nahuales, hechiceros que se transforman en animales, especialmente en «grandes perros». Los nahuales son, aparentemente, gente normal que vive entre los indígenas. Para algunos, estas entidades se funden con el mito del hombre-lobo traído de Europa y con el del más actual e inquietante chupacabras.
«Para espantar a los nahuales debemos ponernos el sombrero al revés o dibujar una cruz en la tierra y clavar un cuchillo en el centro», me recomendaba Ricardo.
Pero volvamos un poco más atrás en el tiempo. A la salida de Orizaba, nos detuvimos en el cementerio o panteón municipal Juan de la Luz Enríquez. Dentro, entre lápidas y cruces, se alzaba un monolito gris, la llamada Piedra del Gigante o Peña de Ocazacatl. Se levanta casi metro y medio del suelo (aunque otros tres están bajo tierra), pesa 60 toneladas y tiene unos 8 metros de diámetro. Sobre ella han sido esculpidas enigmáticas figuras: en el centro, un ser humano gigantesco, tocado con plumas, desnudo y aparentemente víctima de algún sacrificio. Su rostro expresa dolor y parece estar descarnado; el vientre está abierto, tiene los brazos en cruz y una hendidura que, a manera de media luna, cruza su pecho.
El pie izquierdo del gigante está atado con cuerdas de manera escalonada. A derecha e izquierda aparecen un conejo y un pez, a los que acompañan sendos círculos que supuestamente indicarían fechas del calendario. En el monolito también se observa una tortuga, probablemente asociada a otra fecha, escudos y dos mascarones de un dios con «gafas» o antifaz y colmillos prominentes: ¿Se trata del temible Tlaloc? Éste fundamental en la mitología azteca ha sido relacionado con la guerra y, consecuentemente, con las conquistas y los sacrificios humanos.
Para Rubén Morante López, del museo de antropología de la Universidad Veracruzana, la piedra fue labrada con la intención de disuadir rebeliones entre los pueblos de Orizaba, sometidos por los del altiplano central mexicano, que solían cobrarles tributos.
Para tal empresa, los invasores decidieron labrar imágenes que describen un rito, el «temalacatl»: el de la piedra de sacrificios para el desollamiento humano durante la fiesta de Tlacaxipehualiztli. Durante esta cruel ceremonia, se ataba al prisionero en este caso quizá un huasteco de la región de Orizaba, apresado por los aztecas, previamente desnudado. Se le cortaba el pecho en forma de media luna para extraerle el corazón; se le extraían los intestinos y, por último, le arrancaban la piel para colocarla sobre el cuerpo de un joven guerrero enemigo.
En 1502 se produjo el ascenso al poder del soberano Moctezuma Xocoyotzin y la muerte del rey Ahuizotl, cuyas exequias exigieron el sacrificio de entre 100 y 200 hombres, a los cuales asesinaron arrancándoles el corazón. Quizá los ajusticiados pudieran ser los señalados en la Piedra de Orizaba. La fecha de 1450 se referiría a la conquista de la región por pueblos del altiplano central mexicano, una triple alianza entre los soberanos de Tlatelolco, Texcoco y México-Tenochtitlan bajo el mando del todopoderoso Moctezuma Ilhuicamina.
La Piedra del Gigante no es el único misterio del cementerio de Orizaba. Varios investigadores de fenómenos paranormales aseguran haber visto espectros fantasmales en el campo santo. Cerca de la Piedra del Gigante está la tumba de la niña Ana María Segura y Couto (1906-1908) donde aún hoy, después de casi cien años de su muerte, le siguen poniendo flores y velas. ¿Por qué? Según algunos testigos, los ojos de la estatua que representa a la pequeña brillan en la oscuridad, fenómeno que atribuyen a lo sobrenatural. Además, la efigie de un ángel que se inclina sobre la niña de forma protectora parece moverse.
Orizaba y los OVNIs
En este pico, al igual que en otros volcanes mexicanos, son frecuentes los avistamientos de luces misteriosas. Mi guía me habló de unas misteriosas bolas de fuego nocturnas, conocidas popularmente como «brujas». Son pequeñas esferas de color amarillo o anaranjado que persiguen a los campesinos cuando estos caminan por los solitarios senderos de la montaña.
Pero existen otros fenómenos inquietantes. En los últimos años, han sido frecuentes en la región las apariciones del «hombre alado». Se trataría de una extraña especie de ave que ataca y devora animales. Un posible avistamiento sucedió el 11 de mayo de 2003. Un vecino de la villa de Ixhuantlancillo, René Martínez Hernández, se encontraba en la calle con varios amigos cuando observaron en el cielo dos aves muy grandes, una roja y otra blanca. Calcularon que podían medir aproximadamente tres metros de envergadura e iban en dirección al volcán. ¿Qué tipo de seres podrían ser? Algunos sugirieron que eran una especie de pterodáctilos, y otros las asociaron con OVNIs.
En la ciudad de Orizaba vive un chamán, Pablo Álvarez Vaca. Éste asegura que, durante una de sus curaciones en el volcán, encontró una campesina llamada Brígida que se autodenominaba como «embrujada». Cuando entra en trance dibuja mujeres-gato, quizá una reminiscencia del antiguo nahualismo de la región. Pero también esta humilde mujer semianalfabeta, según el chamán esboza figuras de greys («grises» o ETs) y OVNIs de varios formatos.
La investigadora Minerva González Guzmán ha dedicado los últimos años a localizar e investigar los misteriosos túneles que existen bajo la ciudad de Orizaba y sus alrededores. Debajo de las ruinas del convento colonial de San José de Gracia hay varias galerías clausuradas. Allí, durante muchos años, vivieron cientos de monjes, y se cuenta que todavía hoy, por las noches, pueden oírse sus cánticos y rezos.
En la calle Colón, a la altura del río Orizaba, Minerva encontró un acceso que conduce a un túnel con arcos de medio punto y paredes de piedra de 90 centímetros de altura. El Ayuntamiento de la ciudad tapió en los últimos años varias entradas en la rivera del río, impidiendo que se descubriera algo más sobre su origen y utilidad. Los que viven a orillas del mismo, suelen relatar que allí se oye a La Llorona, entidad mítica femenina que se lamenta por las noches.
En las estribaciones del Orizaba viven aún los descendientes de los totonacas que se establecieron allí quizá en el siglo VII de nuestra era. A medida que bordeábamos el grandioso cañón del río Blanco con un tupido tapiz de coníferas, las brumas se adueñaban de aquellas alturas. Pasamos por la aldea de Excola (o Escola) donde algunos niños muy pobres caminaban hacia los campos para ayudar a sus padres. Allí entramos en una capillita donde encontramos un Cristo milagrero, de espaldas a una ventana protegida por un cristal que mira hacia el abismo.
Paramos en un caserío al borde del camino, donde una joven nativa nos invitó a la ceremonia de su cumpleaños. La amabilidad y simpatía de aquellas gentes es inigualable. La adolescente y sus familiares habían gastado sus escasos ahorros en la fiesta que, pese a la influencia occidental, conserva arraigados elementos primigenios de las culturas regionales. La preparación de elaborados y exquisitos platos de la gastronomía indígena, el rito de iniciación de la doncella a partir de los regalos y cumplidos y la «purificación» de algunos invitados con la ingesta de bebidas alcohólicas forman parte del rito.
Ricardo me recordó que hoy en día todavía existen viejos chamanes y sabios indígenas de las etnias olmeca y totonaca viviendo en los más recónditos lugares del volcán. Uno de estos sabios le narró que, después de la conquista, algunos esclavos negros, traídos por los españoles, se fugaron y se escondieron en la montaña.
«Sus ';dueños' fueron implacables y mataron a muchos de ellos como venganza. Uno de los supervivientes halló una enorme cabeza de piedra semienterrada, semejante a las que hoy se encuentran en los museos de antropología de México (Nacional) y de Xalapa. El esclavo, sorprendido, reconoció en la escultura a sus ancestros africanos, los adoradores del dios Yan, deidad solar», seguía contándome Ricardo mientras la camioneta roja subía con dificultad la montaña.
Todo esto podría ser algo normal si no fuera por que, según la historia oficial, los africanos sólo arribaron a América después de Colón. Centenares de años antes del célebre navegante, o quizá miles de años, los negros africanos habían llegado a la «Casa de Yan», su paraíso, en el golfo de México, procedentes, según algunos arqueólogos difusionistas, del golfo de Guinea.
Nahuales y obsidiana
Las entrañas del volcán están repletas de minas de obsidiana que fueron explotadas por los antiguos olmecas, un pueblo enigmático que desapareció antes de la llegada de los colonizadores. Consiguieron trabajar a la perfección este difícil mineral, dándole las formas que se les antojaban.
Sorprendentemente, se han encontrado piezas de obsidiana en Machu Picchu (Perú), según análisis químicos, procedentes del Orizaba, situado a miles de quilómetros de distancia. ¿Cómo fue a parar a un sitio tan lejano la obsidiana de este pico mexicano? Ricardo cree que existe una conexión espiritual muy grande entre estos dos países.
«Creo que México es el ombligo del mundo. Según las tradiciones indígenas, estaríamos en la quinta generación o quinto ciclo de existencia del planeta», me explicaba mi guía en tono profético. Este nuevo centro espiritual del planeta se situaría entre México y Perú. Dicen que el Orizaba es como una mujer embarazada que va a dar a luz a una nueva generación después del cataclismo final.
Las palabras del montañero están en consonancia con lo que dicen diversos grupos místicos de tradición indígena en todo México. Por otra parte, las montañas tienen un significado especial: son sagradas y morada de los dioses. «Cada cumbre tenía su deidad y los indígenas subían a ellas para solicitar favores y estudiar los astros», añadió mi compañero de aventura.
Tras un descanso en el albergue, a más de 3.000 metros de altitud, comenzamos el descenso. El Sol se escondía detrás del Orizaba. Miramos al cielo: en aquella misma noche presenciaríamos un eclipse de Luna. El volcán había «pactado» con la Luna su ocultación parcial. Cuando atravesábamos el pueblecito de Escola, a unos 2.000 metros de altitud, nos detuvimos ante los gritos de varias mujeres indígenas que miraban el espectáculo con asombro.
Les cedimos unos prismáticos para que pudieran observar mejor el fenómeno. Chapurreando el español, una de ellas, ataviada con el traje típico de su comunidad, multicolor, nos dijo: «La diosa luna se esconde, se oculta de vergüenza, de todo lo que nosotros, los hombres, estamos haciendo de malo a la tierra. Hemos perdido el respeto por nuestro pasado y nuestro futuro. Ella volverá dentro de un rato, pero un poquitín más oscura».
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