Keops, el faraón perdido
Poco se sabe del faraón Keops. Nada dejó en vida más que su reputación, su historia, su impresionante complejo piramidal en Gizá y una estatuilla con su relieve, hallado en Abydos, el lugar de enterramiento más importante de la época del período dinástico. ¿Por qué razón hay tanta confusión acerca de este poderoso faraón? ¿Cuál es su leyenda negra? ¿Fue enterrado realmente en la Gran Pirámide?Por Josep Guijarro
La Gran Pirámide de Gizá es la última de las Siete Maravillas del mundo antiguo que se mantiene en pie. Sus desafiantes 147 metros de altura y más de dos millones y medio de bloques de piedra empleados en su construcción, sobrecogen al viajero más experimentado y llenan de fascinación a los aventureros pues, no en vano, como dijo Napoleón en 1798: «¡Soldados! ¡Desde lo alto de esas Pirámides, cuarenta siglos os contemplan!»
En efecto, aquella construcción milenaria que se extendía ahora ante mí era obra, según el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, del segundo faraón de la Cuarta Dinastía, que reinó en Egipto entre los años 2589 al 2566 a.C. Me refiero al rey Jufu (?wfw en egipcio antiguo) más conocido como Keops, por los griegos.
La magnitud de la «última morada» del faraón Keops contrasta sobremanera con la única representación que de él poseemos. Se trata de una pequeña estatuilla de marfil, de no más de 7 cm. que se conserva en una vitrina de las abigarradas salas del Museo de El Cairo.
Fue encontrada sin cabeza en 1903 lejos de la meseta de Gizá, en las proximidades del templo de Jentiumentiu, en Abydos, por el egiptólogo británico Sir Flinders Petrie. Años más tarde pudo recomponerse al ser encontrada la testa en un mercado de antigüedades. Mientras la contemplaba meditabundo me di cuenta de lo paradójico que resulta que, al constructor de la obra más grande del mundo durante siglos, se le representara con esta miniatura de escasa talla y relevancia artística. ¿Por qué? ¿Quién fue realmente Keops?
La leyenda negra de Keops
Los datos que han logrado atravesar las siempre misteriosas arenas del desierto hasta nuestros días, nos dicen que Keops fue hijo del faraón Seneferu y de la reina Hetepheres I. Que tuvo cuatro esposas y que su hijo mayor, Kauab, no vivió para sucederle, lo que supuso que tras su muerte se dividiera la familia en tres linajes, de uno de los cuales surgió el rey Kefrén cuya pirámide se erige al lado de la suya. Todo lo demás en la biografía de Keops es contradictorio. Mientras el Canon de Turín (un controvertido papiro con la lista de reyes que abarca toda la historia de Egipto), le asigna 23 años de reinado, Heródoto establece en 50 años la duración de su gobierno. Manetón dice que fueron 63, en la misma línea que el epítome de Julio Africano y la versión de Jorge Sincelo. No es una cuestión menor. En su estudio de los reinos de los antiguos constructores de pirámides, Rainer Stadelmann, concluye que incluso con un reinado de 30 o 32 años, los arquitectos de la Gran Pirámide tuvieron que colocar la pasmosa cantidad de 230 m3 de piedra al día, en jornadas de diez horas, para poder culminar la obra. Un ritmo del todo exagerado para una civilización que aún no conocía la rueda ni las poleas y que, por tanto, debía añadir a la gesta calzadas, rampas, dos templos, tres pirámides de reina y mastabas de funcionarios. Mucho ladrillo, sin duda.
También despierta controversia su talante. Según la historiografía griega antigua, Keops fue un faraón cruel y explotador, algo que contrasta con los textos contemporáneos que lo consideran un reformador que supo organizar el Estado y que logró impulsar la economía para realizar su gran obra: la construcción de la Gran Pirámide.
A propósito Heródoto refiere que Keops llegó –incluso— a prostituir a su propia hija para así obtener fondos con los que construir su última morada.
Los estudiosos actuales, sin embargo, creen que se trata de una leyenda negra relacionada con las fuentes de Heródoto quien habría consultado las crónicas de los sacerdotes que habían visto recortado su poder por la política del faraón. Los más recientes hallazgos arqueológicos demuestran, además, que para erigir su portentosa tumba, Keops no empleó mano de obra esclava sino artesanos cualificados y bien pagados, en contraste con lo que dejó escrito el historiador griego en el siglo V quien aseguró que empleó cien mil esclavos (en lugar de los 10.000 trabajadores ya probados) y que «en su época, todos los templos estaban cerrados al culto y Egipto se encontraba en la mayor indigencia, siendo detestado por los egipcios.»
Keops vivió una época en la que el culto funerario había cobrado una importancia desmesurada para el desarrollo egipcio. La obsesión de los faraones de ser inhumados en mastabas primero, y pirámides después, provocó que, alrededor de los enterramientos, se creara toda una economía. Lo demuestran las fosas pertenecientes a los trabajadores que construyeron las pirámides en la necrópolis de Gizá donde, además de esqueletos perfectamente conservados según las antiguas creencias egipcias, es decir, en posición fetal y con la cabeza hacia el oeste, se encontraron vasijas en las que alguna vez hubo cerveza y pan. Según el ex ministro de Antigüedades Zahi Hawass, se trata de otra evidencia más que demuestra que no eran esclavos. Además, en las paredes de sus tumbas se encontraron grafitis realizados por estos trabajadores en los que se hacían llamar «los amigos de Jufu».
¿Dónde está el faraón?
Pero de aquel poderoso faraón no ha quedado rastro. Su momia aún no ha aparecido. Cuando, tras romper algunos bloques, los obreros del califa Abdullah Al Mamun conseguían acceder, por «primera vez» en la historia, al interior de la Gran Pirámide, se llevaron la desagradable sorpresa de que el edificio estaba vacío. Corría el año 820 y, aunque la hazaña de Al Mamun quedó registrada como una muestra más de la codicia humana, como un asaltador de tumbas, las razones del califa para adentrarse en el interior de la pirámide no eran económicas.
Lee el artículo completo en el nº254 de Enigmas (Enero 2017)
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