Ciencia
26/09/2008 (08:59 CET)
Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Delfines, la conexión entre mentes
"Solamente al delfín ha dado la Naturaleza aquello que buscan los mejores filósofos: ser amigos sin pedir nada a cambio". Plutarco
La oscura noche del 23 de abril de 1987 el yate Andorra, de 13 m de eslora, se encontraba navegando en aguas próximas al archipiélago de las Galápagos, en el océano Pacífico. En su ruta preveían pasar la isla Tower que quedaría a unas 10 millas por su costado de estribor. Pero, sin que sus tripulantes lo supieran, la corriente había hecho derivar al barco hasta ponerlo en dirección a las negras escolleras de la isla donde, sin duda, hubieran naufragado de no ser por el asombroso comportamiento de un grupo de delfines
El capitán y armador del velero, Avelino Bassols Llopart, relata el suceso de esta manera en su libro Andorra, entre alisios y tifones: "Al acercarnos al archipiélago la primera isla que debíamos encontrar era la de Tower o Genovesa, nombre dado por ingleses y españoles respectivamente. Según nuestros cálculos, la pasaríamos de noche, a unas 10 millas por estribor, por lo que no debíamos temer nada. Pero aquella noche, que era tan negra que daba pavor e íbamos muy tensos por ello, vimos de pronto que nos seguían varios delfines. El hecho es normal por estas latitudes, pero su comportamiento no lo era. Los delfines se movían de un modo extraño, refregaban su lomo contra el casco por estribor y emitían unos chillidos agudos y raros. Joaquín, que estaba de guardia en la rueda, Félix, que intentaba dormir en el interior, y yo, que trabajaba en la mesa de cartas, nos dimos cuenta del fenómeno y salimos a cubierta. En ese momento vimos con espanto que estábamos a unos escasos 50 m de unas rocas negras que se nos aparecían amenazadoras.
José Rafael Gómez
Continúa la información en revista ENIGMAS nº 154
El capitán y armador del velero, Avelino Bassols Llopart, relata el suceso de esta manera en su libro Andorra, entre alisios y tifones: "Al acercarnos al archipiélago la primera isla que debíamos encontrar era la de Tower o Genovesa, nombre dado por ingleses y españoles respectivamente. Según nuestros cálculos, la pasaríamos de noche, a unas 10 millas por estribor, por lo que no debíamos temer nada. Pero aquella noche, que era tan negra que daba pavor e íbamos muy tensos por ello, vimos de pronto que nos seguían varios delfines. El hecho es normal por estas latitudes, pero su comportamiento no lo era. Los delfines se movían de un modo extraño, refregaban su lomo contra el casco por estribor y emitían unos chillidos agudos y raros. Joaquín, que estaba de guardia en la rueda, Félix, que intentaba dormir en el interior, y yo, que trabajaba en la mesa de cartas, nos dimos cuenta del fenómeno y salimos a cubierta. En ese momento vimos con espanto que estábamos a unos escasos 50 m de unas rocas negras que se nos aparecían amenazadoras.
José Rafael Gómez
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